Ascenso al cielo de los Annapurnas

Por: Juancho Sánchez/ Gustavo Castelao (texto/fotos)
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Una de las cosas más sobrecogedoras de la montaña es su silencio. Anoche, de madrugada, desperté acuciado por la vejiga, y acabé sentado, protegido por doce mantas, disfrutando de la nada y mirando al cielo con unos prismáticos de poca enjundia que compré en Pokhara.

Me fijo en una de las estrellas de la Osa Mayor, que en realidad es una estrella doble: Mizar, más grande, y Alcor, un poco más pequeña. Si uno observa con mucha atención, se puede percibir a simple vista que no es una estrella lo que se ve, sino dos. De hecho, cuentan que los árabes las llamaban “La prueba”, a la que sometían a todos los jóvenes. Los que podían percibir la doble estrella eran calificados excelentes para formar parte de los ejércitos. También se conoce a Mizar y Alcor como “El caballo y el jinete”.

Le cuento todas estas cosas por las mañanas a mi compañera de aventura, Ro, y ella me enseña los preciosos dibujos que está haciendo como diario de viaje. Hoy tenemos que dormir en un sitio que se llama Chame. Hemos amanecido temprano. Es el cuarto día de caminata, y comienzan a pesar las piernas. En las cuestas más empinadas los cuádriceps queman. El camino, sin embargo, a medida que avanza, comienza a regalarnos paisajes distintos, salvajes, inesperados. En un momento hemos entrado en un valle precioso. Rodeado de enormes picos con pinos en sus laderas, parecía que caminábamos por el antiguo Oeste y que pronto veríamos llegar a John Wayne con su chapa de sheriff. Al este y al oeste, según avanzábamos, una enorme pared vertical se levantaba ante la vista.

Al detenernos para el almuerzo nos hemos encontrado con un grupo de españoles. Y esto podría parecer irrelevante, pero cuando estás lejos resulta fantástico dar con otros que comparten todos tus códigos. Y si los del grupete en cuestión son bomberos, imaginad. Yo lo primero que pensé fue: «Tengo que hacerme amigo de ellos para tranquilizar a mi madre».

El alojamiento es ridículamente barato, pero tiene truco: te obligan a comer donde duermes. Y a cenar, y a desayunar al día siguiente

Estos bomberos son como los que pueblan el imaginario colectivo: guapos y guapas, cachas, superdeportistas todos, por supuesto preparadísimos para cualquier incidencia… Les hace gracia nuestro dominguerismo, y a mí su parafernalia. Me entran ganas de sufrir una lipotimia allí mismo a ver cómo me atienden. Y tienen el ingenio a flor de piel. Después de interrogarnos para saber si mi amiga y yo somos pareja o pueden atacarla sin pudor, hemos llegado juntos a Chame.

Chame, que está a 2.700 metros, es cabecera de zona. Tiene muchos alojamientos, así que no os preocupéis por dónde dormir, hay sitio de sobra, y todo con características similares. El alojamiento es ridículamente barato, pero tiene truco: te obligan a comer donde duermes. Y a cenar, y a desayunar al día siguiente. Pero eso es en todos los sitios de la ruta. Viven de lo que les pagas por el alimento.

Chame tiene hasta cajeros automáticos y un par de casetas con ordenadores por si queréis contactar con la familia (cuesta una pasta el minuto, pero en fin). Y además, hoy está en fiestas. Los tibetanos celebran el año nuevo (en la próxima crónica os contaré cosas de su cultura). Así que después de la ducha, el almuerzo y la toma de posesión de las austeras habitaciones, nos vamos al “recinto ferial”. Un espectáculo indefinible de bailes y cantos regionales nos conduce hacia la cama con la imaginación cargada de viaje.

Mientras escribo ahora mis ojos van del papel al Annapurna 2. 7.913 metros de colosal e imponente sabiduría. Como si allá arriba fuera donde empieza el cielo, donde la naturaleza de la Tierra se da la mano con el Universo

Un pueblo: Upper Pissang. Un alojamiento imprescindible: Yak and Yeti Guest House. Es el quinto día. Hoy hemos llegado a 3.300 metros de altura, esto empiezan a ser ya palabras mayores. Cuando alcanzas la aldea, la visión del Annapurna 2 estremece. Esto es lo que escribí –perdón por el misticismo extremo- en el diario el día 17 de abril, nada más llegar a Upper Pissang. Lo cuento para hacer entender las emociones que se viven en la montaña:

“Mientras escribo ahora mis ojos van del papel al Annapurna 2. 7.913 metros de colosal e imponente sabiduría. Con su belleza blanca, sus aristas, sus nubes salpicadas, como si allá arriba fuera donde empieza el cielo, donde la naturaleza de la Tierra se da la mano con el Universo. Y nosotros aquí abajo, tan pequeños.

Me gustaría que si de verdad la tierra está amenazada, fueran estos gigantes blancos, y los desiertos, y los océanos los que pudieran decirnos qué debemos hacer. ¿Por qué siempre los hombres tomamos las decisiones? ¿Por qué no escuchar el clamor de la naturaleza? Muge una vaca junto a mí. Hay leña amontonada en casas de piedra. Una mariposa se ha posado en el papel donde escribo. Me sonríe un hombre de cara rasgada y mirada curiosa. A lo lejos el valle y el río, y las colinas que preceden a la montaña todopoderosa, pinos y abetos. Y hacia el norte, cañones que dejan intuir más río, más altura, más montañas, más reto”

Esa noche del quinto día de ascenso hemos jugado a los dados con Alberto, Gustavo y Mari, tres de los bomberos (los otros tres se han ido a buscar un mirador que está en otra ruta aún más exigente. Nos reuniremos mañana). Y las polillas se lanzaban a lo loco contra las velas. Es impactante verlas quemarse y seguir yendo a buscar el fuego. ¿Qué instinto suicida les persigue?
La cama llega enseguida. Mañana, sexta jornada. Se acercan los días más duros. Hay que coger fuerzas.

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