Vivía con prisa y con los ojos abiertos, recorría los caminos sin miedo; el polvo rojizo me manchaba la ropa y me adornaba las pestañas. Engullía nuevas palabras, engullía el dolor de otros, engullía la injusticia y engullía el hambre. Ver amaneceres espectaculares y atardeceres decepcionantes se convirtió en rutina, aprendí muchísimo sobre drogas ilegales, prostitución y asesinatos. Pensé que eso era la vida. Pensé que aquello bastaba.