Antes de comenzar la búsqueda del corazón de Livingstone intenté contemplar al leopardo, un animal que me esquiva desde hace meses. En el Parque Kafue, en Zambia, montamos todo un dispositivo para conseguir el ansiado encuentro.
Crucé la frontera entre Zimbaue y Zambia andando. El taxi me dejó al otro lado del río y desde allí más de dos kilómetros, tras cruzar el puente que une a ambos países, a pata y con África entrando en vena.
El desierto tragado por el agua. El placer de escuchar a los hipos escondidos entre la nada. Naturaleza en estado puro. Noches de candela. El Okavango.
Etosha es una explosión de vida animal a la africana. Un elefante que te corta el paso; un rinoceronte que se hace el huidizo o un chacal, moribundo, rebuscando entre la basura del camping.
África, a veces, te desespera. Te da y te quita a su antojo. Los horarios son ficción y los compromisos se hacen con sonrisas que no siempre se cumplen. Son cosas de viajes que, por suerte, se suelen arreglar. ¿O no?