El pueblo está casi a mitad de camino de dos grandes ciudades: San Pablo y Río de Janeiro. Hoy parece increíble pensar que, 400 años atrás, este villorrio pudiera soñar con competir con ellas, pero así fue.
Al principio la niebla blanca nos cubría sin que pudiéramos ver nada, pero a poco empezamos a ver los picos de los cerros que sobresalían de entre las bajas nubes costeras. Navegar por la zona permite tener una vista espectacular de los volcanes.
En pocas ciudades una estatua es tan reveladora de su idiosincrasia como en Tlaxcala. Sus antepasados se aliaron con Hernán Cortés para derribar la hegemonía azteca, pero el único monumento que recuerda lo sucedido es una estatua de Xicoténcatl “El joven”, el hijo del cacique que se rebeló contra el conquistador y fue ahorcado por ello.
Añoraba aquel pueblo cansino y olvidado que recordaba haber visitado tanto tiempo atrás. ¿Pero todo había cambiado tanto o era mi memoria la que me jugaba una mala pasada?
El viajero y científico esperaba encontrar en estas islas la solución al “misterio de los misterios”, como él llamaba al origen de las especies. Pero después de poco más de cinco semanas, partió con más interrogantes que respuestas.
Jorge Luis conduce la “muertera” arrimado al arcén, con la misma parsimonia con la que recuerda que en su alocada juventud estuvo nueve veces en la cárcel. Nos dirigimos a la iglesia de los Remedios, levantada sobre la antigua gran pirámide de Cholula, la ciudad con más templos por metro cuadrado de todo México.
La película comienza con una impactante toma de un misionero flotando en un río sobre una cruz hasta que las aguas lo arrastran por una increíble catarata. El lector habrá adivinado que estoy hablando de la “La Misión”.