Montevideo en verano es una ciudad tan plana como un campo debajo de un cielo celeste. Es la soledad estival del entorno rural llevada a las calles de cemento, en cuyas tardes letárgicas canturrean los pájaros, toman mate los grupos de amigos apostados en las veredas y caminan, con bastante parsimonia y sosiego, los perros, algunos gatos y unos pájaros patilargos que no he conseguido saber cómo se llaman aún.