Mucho me temo que el turismo actual haya dejado de interesarse por el mundo “de verdad” y le atraiga tan sólo aquello que tenga el máximo parecido con lo visitado anteriormente –o comido, o bebido…–.
Hoy apenas quedan veinte personas paseando frente a las aguas verdes y azuladas de la playa de Tean. Hay algunas casitas modestas entre la vegetación, donde viven algunos ancianos que vieron partir a sus hijos.
Tres animosos soldados sortean todas mis preguntas. La despedida se impone cuando no hay más que contar. Todo el mundo parece aquí perfectamente adiestrado para no hablar de la guerra.
Tres años seguidos intenté entrar en Nagorno Karabaj. La pasada primavera lo conseguí por fin. Tenía pocas horas y mucha curiosidad. Quería conocer esa pequeña provincia del Cáucaso Sur trabada entre Azerbaiyán y Armenia. Y saber de su guerra.
Hacía un calor del infierno y no había una sombra en centenares de metros a la redonda. Estábamos indefensos frente a la apabullante historia de Éfeso, caminando a orillas del Egeo entre las ruinas del que fue uno de los principales puertos de la Antigüedad.
En Colabora Birmania se han acostumbrado a hacer milagros, a multiplicar el arroz y las sonrisas. Han desafiado a la fatalidad y han levantado escuelas junto a barrios hechos con cajas de cartón.