Es imposible, si no se ha visto antes nada sobre esta ciudad, creer que este lugar es el dedo gordo del pie derecho de África. No es malo ni bueno, he aprendido a aceptar, es una realidad que se te tatúa en los ojos si se pasea por algunos barrios escogidos.
En las mismas entrañas de la tierra se esconden en Cantabria las señales que dejó el hombre primitivo hace 200 siglos. Un legado indescifrable a los ojos del hombre actual.
Las ciudades tienen siempre un olor personal. Una especie de bofetada nasal que no se te olvida. Siempre que vuelves al mismo lugar recuerdas el olor característico que allí aprendiste a masticar. Ciudad del Cabo no me olió a nada.
¿A ti con machete o con pistola? Típica frase (tómese como una metáfora) entre extranjeros en Sudáfrica con la que comenzar una conversación. Algo así como estudias o trabajas versión sureña y algo tostada.
El Djem es un lujo, a veces olvidado, que espera al viajero amante de la historia en mitad de la más seca nada. No está en una bella ciudad, ni rodeado de un paisaje fascinante.Sin embargo, se trata de un sitio tocado por la magia del hombre.
Me gusta quedarme mirando las pantallas de salidas e imaginar dónde huyo. Esta vez no quería cambiar de destino. Quería venir a África y estoy en África.
Si algo he aprendido de algunos viajes que he hecho antes es que en la aldea más perdida del rincón más perdido una camiseta de fútbol te puede sacar de un apuro