Lo primero que hice nada más poner un pie en Estocolmo, tras 18 horas metido en un ferry desde Helsinki, fue caminar. Allí estábamos arrastrando las maletas por Stadsgärdshamnen, saboreando esa placentera sensación de saberse un extraño, coqueteando con el desconcierto de andar a tientas una ciudad por descubrir.