Ocurrió en las Bocas de Dzilam, al norte de la Península de Yucatán, en un lugar que no es ni costa, ni selva, ni manglar, pero tiene un poco de todo, como si el caos fuera su estado natural.
A 9.288 kilómetrosde Moscú, una pareja de adolescentes se besa frente a una playa helada donde el Pacífico rompe sus últimas olas. Los soldados rusos beben vodka en los locales de moda, las mujeres caminan con la misma gracia que enla Plaza Rojay los niños juegan en el paseo marítimo
La vuelta al mundo se dividía. Mis compañeros de expedición estaban a punto de cruzar Rusia en coche, cruzando Siberia bajo la amenaza de un invierno inminente. Yo haría el mismo viaje a bordo del “tren Moscú-Vladivostok”, como se conoce aquí al Transiberiano.
Yo apenas escuchaba mi propia respiración mientras corría sin ningún plan hacia el coche. Alfonso venía detrás de mí. asustó la imagen del caos: un ordenador que había salido despedido, piezas del coche irreconocibles, el humo... los gritos de mi amigo.
El placer de la nada. En Mongolia es posible conducir con los ojos cerrados durante un buen rato. Habíamos dejado atrás Ulán Bator y ya sólo teníamos por delante un horizonte limpio, un paisaje vacío y una sensación de libertad desbordada.