Más allá de Azezo el camino se torna pista de grava durante cincuenta kilómetros. Una gran nube se asienta sobre el horizonte. Pronto adquiere una tonalidad ominosa, gris plomo, preñada de lluvia. Empieza a descargar. El terreno se convierte en una resbaladiza pista de patinaje y el agua fría penetra hasta la ropa interior. Sin embargo, no puedo cejar porque no hay más cobijo que las chozas de los campesinos. Enfilo la embarrada senda, atravieso otro poblado lleno de animales, de niños y de ojos curiosos, subo una loma y entonces lo veo. Al fondo, marrón y agitado, el Lago Tana. Una larga recta lleva hasta Gorgora, que no es más que una aldea con apenas un centenar de casas de barro.
Poco después aparece otra señal. “Tim & Kim camping”. La senda es estrecha y escarpada. Tras una curva a la izquierda, se aplana y surge el paraíso absoluto. Ante mí aparecen unos pequeños lodges cónicos con techumbre de paja. Un joven europeo con largo pelo rizado me recibe con un apretón de manos y una sonrisa. Es Kim, el holandés errante que gobierna este sencillo complejo para overlanders.
La conversión del emperador
Durante la cena sirven un plato de patatas gratinadas con queso. Lo devoro y bebo una cerveza tras otra. Parezco náufrago. Hablo por los codos. Cuento por qué estoy aquí. Busco al “descubridor” español de las fuentes del Nilo Azul.
—Ah, Pedro Páez.—dice Tim.
Miro a mi anfitrión con sorpresa.
—¿Lo conoces?—comento.
—Sí—asiente—, me apasiona la historia de Etiopía.
La oscuridad nos rodea y los mosquitos zumban a nuestro alrededor.
—¿Sabes que Páez convirtió al catolicismo al emperador Susinios?.
Tim asiente.
—Esa conversión tuvo mucho que ver con la política. Susinios se las veía con un enemigo formidable: El Islam. Amenazados por los cuatro puntos cardinales, los portugueses eran un gran aliado, pero le prestaron ayuda a cambio de admitir a los jesuitas en un territorio de recia tradición ortodoxa. Tras la conversión oficial del emperador a una fe extranjera comenzó una guerra civil que supuso la muerte de decenas de miles de campesinos coptos. Fasilides retornó a la ortodoxia y expulsó a los colonos portugueses. Fue el fin del catolicismo en Etiopía.
—Pero al menos quedará el palacio que diseño Páez para Susinios—comento casi preocupado. Para mí es vital visitarlo.
—Hoy es una pura ruina—comenta Tim—. Apenas queda en pie algún arco. Todo está cubierto por la maleza. Es el reino de las serpientes. Has de ir en barco. La carretera es intransitable. Los puentes han caído. Yo no he conseguido llegar en mi 4×4.
—¿Hay allí alguna tumba?
Mi interlocutor niega con la cabeza mientras da un largo trago a su cerveza y me mira con curiosidad.
—¿A qué te refieres?
—Páez está enterrado ahí. Regresó a Gorgora varias veces para supervisar la construcción del complejo. Cada viaje debía suponer un gran esfuerzo para un hombre que ya tenía casi sesenta años. En su última visita cayó enfermo. El 25 de mayo de 1622 moría aquí.
Apenas queda en pie algún arco. Todo está cubierto por la maleza. Es el reino de las serpientes
El camino de casi un millón de piedras
Al día siguiente salgo en busca del Palacio de Susinios en mi moto desprovista de equipaje para hacerla más ligera. Llego al primer escollo anunciado en el croquis que ha dibujado Tim: el puente caído. Debo vadear un torrente cuyo cauce está lleno de grandes piedras de aluvión. Estas rocas picudas y sueltas serán una angustiosa constante. Saltan en todas direcciones y se desplazan de sitio al pisarlas.
Proceden de la antigua calzada que llevaba al palacio. Es como si un arado gigante hubiese clavado su metal en mitad de la vía y hubiese arrancado todas las piedras dejándolas en la peor posición posible. Sobre esta especie de colchón de fakir resulta casi inconcebible rodar. A veces solo queda una estrechísima vereda por la que apenas puede pasar una persona, una vaca, un burro, un par de cabras y ahora una BMW R1200 GS bautizada Atrevida. Su nombre se está demostrando en estos momentos como totalmente adecuado.
Acelero, meto la rueda en los surcos, vuelo sobre las aristas pétreas y supero poco a poco la trampa. En estos comprometidos momentos es cuando de verdad agradezco haberme provisto de un juego de amortiguadores TFX made in Holland. De altísima calidad y con botellas de aceite independientes para el delantero y el trasero, No hacen tope ni una sola vez. La recuperación resulta asombrosa para una montura tan pesada. En cuanto al agarre, lo tengo garantizado gracias a las cubiertas de tacos Continental TKC 80. Las mejores del mercado en su sector. Tampoco temo una caída. La moto va blindada con todo tipo de defensas del fabricante alemán: SW Motech (www.2tmoto.com).
Campesinos y vacas recorren este idílico horizonte. Este escenario es lo más parecido que he visto nunca al Jardín del Edén
Una vez alcanzada una meseta, me admiran las asombrosas vistas. El lago estará a unos 10 kilómetros sobre los que se extiende una sucesión de suaves y fértiles colinas exuberantes en sembrados, bosques y granjas. Campesinos y vacas recorren este idílico horizonte. Este escenario es lo más parecido que he visto nunca al Jardín del Edén. Sobre nosotros sobrevuelan las rapaces, verdaderas señoras de los cielos de Etiopía.
Insisto. Dejo atrás otro millón de piedras y entonces encuentro una senda plana y bucólica que serpentea entre campos de maíz. Al final se erige una montaña sobre una pequeña península en el lago. En la cima descubro el roto perfil de unas ruinas. Al final de la vereda, comienza una ascensión pronunciada. Al paso abierto en la maleza no se le puede llamar siquiera camino. Clavo las botas sobre las estriberas, me yergo sobre la moto, alzo la vista, aprieto los dientes y acelero sin miedo. La selva nos traga. Los personajes que salen a ver qué demonios está pasando forman parte de otra categoría de campesinos. Saludan pero no piden nada. Signo claro de que por aquí no se acercan muchos hombres blancos. Realmente primitivos y aislados, estos etíopes son centinelas de un tesoro cuyo valor desconocen.
La tumba olvidada
Llego hasta la planicie y solo encuentro en pie el esqueleto de la iglesia. A su lado yacen esparcidas las piedras que forjaron los muros del palacio. Los labriegos han ido destruyendo paulatinamente el complejo para construir sus casas. Dentro de poco no quedará nada. Huele maravillosamente a hierbabuena. Los pájaros trinan con mil voces diferentes.
Apenas queda derecha una arcada con delicadas celosías portuguesas. No hay nada que aquí recuerde a Pedro Páez. La Unesco y el Gobierno Etíope han rehabilitado otros templos, palacios y castillos, y su buen dinero cobran por ello, pero nadie se ha acordado de que aquí yace un hombre decisivo en la historia de Etiopía. El inglés Speke tiene una placa en el Lago Victoria de Uganda como descubridor de las fuentes del Nilo Blanco. Páez un agujero negro en un lugar remoto.
Cuán diferentes son las naciones en el trato dispensado a sus hijos. Sin embargo, aspirando el aroma preñado de selva y contemplando este paisaje perfecto no puedo evitar recordar el atroz circo de turistas montado alrededor del castillo de Gondar. Ante esta soledad perfecta pienso que éste quizá sea el mejor homenaje que pudiera tener Pedro Páez.