Florencia: perdido en la noche

Es ahí cuando te encuentras con el sonido de tus solitarios pasos por estrechas calles empedradas. Tal cual, hay hasta algunos rincones donde pareciera que hay eco. Curiosa sensación la de andar cansado de vuelta al hotel con el deseo constante de volver a perderte.

Mi blog de África pasa a ser desde hoy un blog más global. Un lugar en el mundo es una idea que persigo desde hace muchos años con la absurda certeza de no quererlo encontrar. Empiezo esta nueva etapa en VaP hablando de una ciudad (habría que incluir la Toscana) en la que  quizá me podría “engañar”. Puede ser uno de mis lugares en el mundo.

Sólo se escuchan mis pies en medio de aquel vacío monumental. Es tarde, muy tarde. Extraño sonido que me persigue mientras ando perdido tras otra noche genial. Sensación rara a inolvidable en este lugar…

Florencia me vuelve loco. Es uno de esos sitios en los que he estado en diversas ocasiones y que vence mi fobia a las masas de turistas. El encanto, aquí o en cualquier sitio del planeta, gana cuanto más se aproxima al singular. Aquí eso es imposible, o casi imposible, que hay una opción: vivirla de noche. Es brutal. Me gusta perderme tarde por sus calles. Comenzar a andar desde la Piazza de la Stazione hacia la Piazza di Santa Maria Novella, desde allí encaminarme al río y luego al Ponte alla Carraia, donde se contempla el Ponte Vecchio con algo de distancia. Luego, sigo la ribera del río y… Qué más da, olviden esta ruta y piérdanse. Olviden las vías grandes y déjense sorprender por las calles angostas donde en ocasiones no cabe nadie tras los pequeños camiones de la basura.

Un plan de una noche

La noche en Firenze debe empezar con una buena cena. Estos dos lugares pasan de la categoría de consejo a la categoría de obligaciones. Deben ir a la trattoria Gobbi, 13. Me la recomendó un florentino al que le gusta comer bien. Doy fe, es uno de los mejores restaurantes en los que he comido en mi vida. Está situado en el centro, en la Via della Porcellana,9. Lo único malo es que la gente tiene la mala costumbre de aconsejar los sitios buenos y en especial los excelentes. Hace años cuando lo conocí no era obligado reservar, ahora es imprescindible. Es un gran restaurante, de comida casera y precio medio, con decoración dedicada al cine, a Italia y al culto a Baco. La pasta de la casa está para morirse (sí, para rebañar).

Otra opción es el restaurante Il Latini. Algo más turístico que el anterior, está especializado en el bistec a la fiorentina (churrasco). Lo divertido es que se come a veces compartiendo mesa (cuando está muy lleno) con otros comensales. En una ocasión acabé también compartiendo vino, servilleta y cucharilla del postre. La carne es muy buena y el ambiente inmejorable. Recuerdo que la segunda vez que fui allí estaba en la cola y un milanés se quejó del desorden. Un napolitano, que estaba junto a mí, me miró y me dijo: “Es de Milán, no es italiano”. Perfecta anécdota para diferenciar el sur y norte de Italia. Lo que en un lado es desorden, en el otro es armonía.

“Es de Milán, no es italiano”. Perfecta anécdota para diferenciar el sur y norte de Italia. Lo que en un lado es desorden, en el otro es armonía

Tras la cena es el momento de patearse la ciudad. La ventaja de los españoles es que terminamos de cenar a la hora que la mayoría comienza el desayuno. ¿Resultado? Menos en las zonas de marcha, los lugares se quedan para nuestro uso y disfrute.

Recuerdo que en el famosísimo Ponte Vecchio viví una bonita experiencia. Era de noche, cerca de las once, y la horda de turistas que acostumbra a cruzar este puente había prácticamente desaparecido. Sólo había un tipo que con un pequeño amplificador y una guitarra entonaba canciones para no ser escuchadas, casi no había nadie. Hacía frío. Me detuve a contemplar las vistas del río y de pronto escuché por sorpresa una canción de Fito y los Fitipaldis. Me sorprendió la balada española, antes había cantado temas ingleses, y me senté frente a él a escucharle. Nos quedamos allí cerca de 20 minutos embobados entre las vistas del Ponte Vecchio y la música de un chico que pedía monedas a cambio de helarse la garganta.

Me acerqué a hablarle. Se llamaba Pedro, era vasco, y se recorría Europa cambiando monedas por melodías. Me gustan este tipo de historias, las de los viajeros que permutan comodidad por sensaciones. “Me gustaría quedarme a vivir aquí un tiempo, me apasiona este lugar”, me explicó. ¿Te da para vivir? «No, me da para ser feliz», me contestó entre risas. Hablamos un rato y nos despedimos mientras anunciaba por el micro que nos dedicaba otra canción cuando ya apenas le veíamos. Otra vez era un tema de Fito. Es lo último que escuché antes de perderle de vista, camino de la Piazza de Pitti, donde me esperaba una mesa estrecha, en un pequeña vinoteca frente a la galería Pitti (no recuerdo el nombre, pero sólo hay esa). En el trayecto pensé: “Alguna vez yo también viviré en esta ciudad”. Nunca he disfrutado tanto de ese lugar como aquellos minutos en los que tuve la sensación de disfrutar su belleza en una cierta soledad.

“Me gustaría quedarme a vivir aquí un tiempo, me apasiona este lugar”, me explicó. ¿Te da para vivir? «No, me da para ser feliz», me contestó entre risas

De vuelta al hotel, lo ideal es pararse a tomar una última copa. Más allá de las doce de la noche muchos locales están ya cerrados, pero siempre nos queda el ultramoderno Yab, una discoteca y restaurante de ambiente mezclado y de noches temáticas de música, situado en la Via Sassetti, no lejos de la catedral. El portero me saludó con gesto de » vete a peinar» y yo no tardé en hacerlo, que no tenía cuerpo para un ron con laca. El Dolce Vita, algo más retirado del centro histórico, en la Piazza de Carmine, es otra opción. En todo caso, para los que busquen algo más tranquilo hay algunos pequeños cafés y bares en pleno centro histórico que abren hasta la una de la madrugada.

Pasear Florencia, a las tantas de la noche, perdido, admirando la espectacular belleza de esta ciudad, es uno de los momentos a los que siempre recurro en la lejanía. Terminar sentado en el Baptisterio y contemplando Santa María del Fiore casi en privado es una experiencia única. Sentado allí siempre pienso que «no me quiero marchar».

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