La encontré rodeada de urbanizaciones, al frente el Mediterráneo. A su espalda grúas de obra detenidas junto a edificios a medio construir, quizá esperando tiempos mejores. Una valla rodeaba las ruinas de Torre Quebrada en Benalmádena, una antigua torre de vigía. Palomas anidaban en el lugar en que soldados de centurias lejanas pasaron largas noches escrutando la oscuridad. Fueron siglos de guerras e imperios cambiantes, tiempos en que la religión dictaba el bando de cada cual.
Málaga cuenta con una historia de trepidantes episodios. Parte de ella queda reflejada en su colección de Torres de Vigía. Un total de veintiocho torres se reparten en diferentes enclaves estratégicos para su antiguo cometido. Algunas de ellas las encontramos asomadas a la costa en localidades tales como Manilva, Mijas o Fuengirola; otras se ubican en zonas de interior, caso de Benahavís o Casares, uniéndose a este entramado de pequeñas fortificaciones que además de vigilar las amenazas provenientes del mar de Alborán habían de comunicar las novedades a las tropas y poblaciones del interior del Reino de Granada.
Al menos diez Torres de Vigía deben su origen a la ocupación árabe de la península. Fue en esos siglos cuando se comenzó la construcción de esta línea de torres de carácter defensivo. Se las denomina torres almenaras, término proveniente de la palabra árabe “al-manara”, literalmente “lugar de la luz”, en alusión a las señales de fuego y humo con que se transmitían los mensajes. En Manilva, en Estepona, en Fuengirola y en Torremolinos encontraremos otras torres almenaras de origen musulmán. Las hay en ruinas, conservadas en zonas turísticas y aprovechadas como en Mijas, donde el Torreón de La Cala acoge el interesante Centro de Interpretación de Las Torres Vigías. Numerosas torres datan de la época de la Reconquista, cuando los Reyes Católicos decidieron reforzar este sistema de comunicaciones y defensivo.
Visité varias torres que saludan al Mediterráneo y que en el pasado se mostraban desafiantes ante quienes desde sus aguas osaban retar a la península. El sol brillaba sobre la azul quietud del mar, una suave brisa acariciaba nuestros rostros, el mismo viento que en el pasado soplaba las velas de navíos poseedores de patentes de corso que recorrieron estas aguas desde el siglo XVI hasta el XVIII en busca de motín en nombre de la nación y su gloria. Imaginaba a quienes allá donde solo se ve horizonte aguardan la noche para agazaparse en los bajos de un camión o embarcar en frágiles embarcaciones sobrecargadas de sueños, esperanzas y miedo a la zozobra de la travesía. Quizá mi mirada se cruzara con la de uno de ellos, yo recordando el pasado, él soñando con un mañana; sin saber que junto a las grúas abandonadas infinitos edificios parecen habitados únicamente por carteles que anuncian ventas y alquileres. El futuro pareciera haber dejado de construirse.
Con el nombre de Sohail, los árabes bautizaron no solo al Castillo sino a toda la localidad. Cuenta la leyenda que debido a que la estrella de mismo nombre se divisa desde la fortaleza
En una pequeña loma junto a la costa divisé el Castillo de Sohail en Fuengirola. Aunque resultaría extraño no contemplarlo, con sus regias murallas y torres que invitan a detener el camino y descubrirlo. Con el nombre de Sohail, los árabes bautizaron no solo al Castillo sino a toda la localidad. Cuenta la leyenda que debido a que la estrella de mismo nombre se divisa desde la fortaleza. Sea como fuere, lo cierto es que el castillo se construyó sobre antiguas ruinas romanas y que en 1485 los cristianos tomaron la fortificación. Sufrió numerosas reformas y ampliaciones a través de los siglos, así como la toma por parte de los franceses durante la Guerra de la Independencia, quienes en su retirada y como recuerdo volaron parte de la muralla. En su interior, una batería de cañones ocupaba su posición, una vez más frente al Mare Nostrum, aquel a quien tantas de nuestras raíces debemos. Aunque haya que pagarse una pequeña entrada la visita merece la pena si nuestra intención es pasear por las murallas y ascender a sus torres soñando con el pasado, desafiando al paso del tiempo, aunque el desangelado patio central y su lastimosa conservación nos recuerden que apenas se utilice como escenario para conciertos en los meses de verano. Algo se percibe cuando la misma persona que vende la entrada te cobra un helado y un refresco, todo ello sin alzar la mirada del libro que la ocupa ni pronunciar palabra. Las fotocopias plastificadas sujetas con chinchetas a un tablero de corcho apoyado en el suelo que narran la historia del Castillo de Sohail, revelan algo más que datos históricos.
Unas cuantas visitas más tarde miraba a través de la ventanilla del coche. Circulábamos por la autovía, pasando por localidades costeras, donde turistas en bañador y camiseta cargaban sus bártulos playeros de regreso al hotel. Y puede que al pensar en la Costa del Sol esa sea precisamente la imagen que nuestra mente recree, días de relax, playa, sol y terrazas. Pero esta costa y sus gentes representan bastante más en las páginas de nuestra historia. Son pasajes en los que surgieron unas raíces árabes que nos legaron una arquitectura fascinante, vocablos habituales y mucho más que uno halla al rascar en un pasado que permanece entre nosotros. Un ayer que mira desde la otra orilla de un mar que debiendo unirnos parezca separarnos. Una olvidada línea de torres de vigía levantada por musulmanes y cristianos, envueltos antaño en batallas a espada, relevadas hoy por fanatismos e intolerancias donde la vigilancia se efectúa desde patrulleras en lugar de torres, alambradas que sustituyen a castillos y que al final nos recuerdan que llegado el caso podríamos pelear hasta por un islote con nombre de condimento. Y es que entre intolerancia religiosa, permisos de residencia, conquistas y reconquistas, uno mira ciertas postales ibéricas mientras viaja al pasado y se pregunta, ¿tanto hemos cambiado?
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