Mustang: el último reino del Himalaya

Por: Juan R. Morales
Previous Image
Next Image

info heading

info content

Una habitación oscura, apenas iluminada por algunas velas y la tenue luz del sol del Tíbet. Un sol sin fuerza y casi sin presencia en esta esquina del mundo. Figuras fantasmales se mueven a través de las sombras de las paredes. Son Bodhisatvas, seres que tras alcanzar el Nirvana han renunciado a la liberación de la rueda de nacimientos para salvar al resto de nosotros y guiarnos hacia el camino del Buda. Figuras con aspecto de demonios o animales, espejo del sincretismo del budismo tántrico del Techo del Mundo.

El anciano nos observa mientras sorbemos nuestro té. Una silueta triste, ajada, cargada del paso de los años y, me temo, casi ciego. Es el rey de Mustang, el mítico reino de Lo, acceso a la meseta tibetana desde India, tierra de comerciantes y bandidos.
Mustang o Lo, hoy enclavado en Nepal, siempre ha tenido un significado especial para los occidentales. Encajonada en las gargantas del valle del Kali Gandaki, al pie de gigantes de hielo como el Annapurna o el Dhaulagiri, era un paso sencillo pero prohibido hacia Lhasa. En los 80 del pasado siglo el gobierno nepalí autorizó a pequeños grupos de senderistas la llegada hasta la capital, la “ciudad prohibida” del último reino del Himalaya, Lo Mahntang. Un trekking exclusivo en uno de los pocos lugares donde los antiguos modos y ritmos del Tíbet ancestral se siguen manteniendo.

El sonido de los mantras nos acompaña en nuestro camino hacia el hogar del rey, junto con las campanas de los yaks de tiro y los saludos de los peregrinos y comerciantes que recorren la ruta.

En unos pocos días partimos de las orillas del lago Phewa, cuajadas de arrozales y rododendros, adentrándonos en un país seco, quemado por un sol que no calienta pero abrasa la escasa vegetación que aguanta en este páramo de altura. Las aldeas se agazapan sobre las colinas del valle, con paredes agujereadas en ocasiones de pequeñas grutas donde los ascetas se encierran de por vida o parten en viajes astrales.

Pequeños monasterios, casi diríamos fortalezas en una tierra donde el bandidaje era hasta hace poco la norma. El sonido de los mantras nos acompaña en nuestro camino hacia el hogar del rey, junto con las campanas de los yaks de tiro y los saludos de los peregrinos y comerciantes que recorren la ruta. Y, al final, tras el penúltimo collado, las rojas paredes de los muros de Lo Mahntang. No sé si es casualidad. Según descendemos hacia la ciudad, un helicóptero nos sobrevuela, con dos turistas rusos (que prefieren llegar por otros medios a Lo) y el recién nombrado ministro de Interior nepalí, maoísta, con la carta de dimisión de sus poderes para el rey. Buen contraste.

Las callejas de Lo, pequeños recovecos donde los mastines gruñen a nuestro paso, se cierran sobre si mismas. Alguna tienda, un locutorio permanentemente cerrado y siempre, de fondo, las canciones de la siega que los Lopa, los habitantes de la ciudad, entonan alrededor de las murallas. Y llegamos de nuevo junto al rey, que ya no es tal. La mirada perdida, ciega, nos sigue uno a uno. Musita unas palabras a su sobrina, que nos hace de intérprete. Agradecimientos y bendiciones. Y sigue un incómodo silencio que rompe el ritmo de la visita, lo atenúa, mientras el eterno mantra del loto, Om Mani Padme Hum, se oye desde las salas del pequeño monasterio cercano. Nos levantamos con la mirada fija en este hombre, puente entre dos épocas, y desde la terraza del palacio vemos despegar el helicóptero que regresa a Katmandú, por encima de los campos cultivados arrancados al paisaje esteril.
Como dice el viejo mantra, nada permanece y todo a la vez. Es lo que pensamos al alejarnos de Lo, tras una última mirada, velada por el polvo, de un viaje que a veces dudamos que ocurriera, un vistazo al pasado en un presente irreal.

 

  • Share
  • Ana

    |

    Qué buen artículo de nuevo, Juan Ramón. Enhorabuena

    Contestar

  • ricardo

    |

    Mustang es uno de mis sueños viajeros desde que hace unos cuantos años un buen amigo me habló de un reino en las montañas del Himalaya donde no conocían la rueda. Leyenda o realidad, encendió mi imaginación. Hasta hoy. Fantástico relato. Me he quedado con ganas de leer mas Juanra.

    Contestar

  • Ruth

    |

    Me ha encantado esta historia. A veces uno descubre lugares remotos de los que nunca ha escuchado nada y que apetece ir de inmediato. Joder, cuanto mundo me queda por ver y que poco tiempo tengo. Saludos

    Contestar

Escribe un comentario