Pashupatinath: el río de los muertos

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De rodillas, con la cabeza gacha, el hombre espera pacientemente a que le afeiten la cabeza, un rito de duelo hinduísta. Su difunto padre es ahora un puñado de cenizas, en la hoguera menguante, a punto de unirse a la corriente sagrada del río Bagmati. Unos pocos turistas apuntan con sus teleobjetivos desde un puente cercano. ¿Se imaginan a un grupo de japoneses furtivos fotografiando a su familia durante el entierro de un ser querido?

Pashupatinath, el principal templo hinduísta de Nepal, pasa por ser el Benares de los nepaleses. “La atmósfera está completamente impregnada de ese terror sacro especial que emana de los lugares donde reina Shiva” (Pashupati es uno de los nombres de esta deidad), escribió sobre este lugar sagrado Alexandra David-Neel. Reconstruido varias veces, una de las principales tareas de rehabilitación se debe al rajá Pratapa Malla, que en el siglo XVII presumía de un harén de más de 3.000 concubinas. No contento con semejante cohorte de mujeres, el rijoso soberano violó un día a una niña, que murió por la brutalidad sexual del rajá. Consternado, se retiró a Pashupatinath para purgar su pecado y donó ingentes cantidades de dinero y tierras para embellecer los templos y ampliar la superficie del recinto.

Aquí, a orillas del río Bagmati, se incineran en pequeñas hogueras los cuerpos de los difuntos, que convertidos en cenizas se arrojan al cauce de este afluente del Ganges. En una sociedad tan marcada por las castas, a la hora de la muerte también hay clases. Los miembros de las clases más pudientes se incineran a los pies del templo principal, mientras que los menesterosos tienen que celebrar el ritual funerario al otro lado del puente sobre el río sagrado, el lugar preferido de los turistas para intentar fotografiar una ceremonia tan impactante.

Halterofilia del pene

Para llegar a Pashupatinath hay que conducir cinco kilómetros por la carretera del aeropuerto. Nada más llegar, lo primero que llama la atención es la gran cantidad de monos que pululan por los templos del santuario, bien nutrido también de sadhus de pacotilla y de fakires de habilidades innatas, siempre dispuestos a dejarse fotografiar por unas pocas rupias. Los verdaderos shadus, que también los hay, viven de la caridad tras renunciar a cualquier bien material y peregrinan de templo en templo. La mayoría son sivaítas y se les reconoce por tres rayas horizontales de ceniza sobre la frente. A los seguidores de Vishnu, sin embargo, lucen una “V”. Su aspecto es desaliñado, con sus largos cabellos, barbas kilométricas y raídas túnicas azafranadas. Para más inri, suelen complementar su indumentaria con tridentes, escudillas de latón y un shilom (pipa para fumar marihuana). El más conocido es un tal Polalagri Naga Baba, un indio que malvive en una cabaña junto a las piras y que entretiene a los turistas levantando piedras a lo Iñaki Perurena pero sin manos, es decir, valiéndose únicamente de su pene-grúa.
En uno de los ghats -plataformas de piedra situadas sobre las escaleras que nacen en el Bagmati- arde una pira funeraria que eleva al cielo una columna de humo. Un hombre mueve los rescoldos valiéndose de una larga vara. Me da reparo sacar la cámara de fotos y apuntar, pero finalmente lo hago con disimulo y, sobre todo, con mucho respeto. No es una coartada, sé que hay un punto morboso en ese impulso, pero a la vez pienso en el fakir Polalagri, que se gana la vida con su halterofilia fálica a escasos metros de las piras funerarias y, la verdad, los reparos se atenúan un ápice. Por otra parte, nadie nos ha advertido de que nos abstengamos de hacer fotografías. Lamentablemente, creo que es parte del espectáculo, un reclamo como otro cualquiera para atraer a turistas con la pintoresca liturgia de la muerte, siempre igual, siempre distinta.

Junto al ghat en el que arde el cuerpo de su padre, el joven se deja rapar el pelo al cero en señal de duelo rodeado de amigos y familiares. Luego pasará una semana en Pashupatinath, viviendo en una casa de una sola altura, y saldrá de aquí vestido de blanco, el color del luto para los hinduístas. Pero en estas aguas sagradas no sólo se arrojan las cenizas de los muertos. También sirven para celebrar la festividad del Teej, durante la cual las esposas desempolvan los saris con los que se casaron y se purifican en el Bagmati cumpliendo con un ritual con el que piden un futuro venturoso para sus maridos.

El capricho del hijo del político

Mientras caminamos por los templos menores, Bijay nos cuenta los pormenores de una reciente expedición para limpiar de basura (restos de las expediciones) el Annapurna. Un conocido político catalán contribuyó económicamente a financiar el proyecto, nos explica, en el que colaboraba uno de sus hijos, muy aficionado al montañismo. Pero el oscuro objeto de deseo del ilustre expedicionario era, en realidad, hacer cumbre, y así se lo planteó a los sherpas en cuanto se vio en los campamentos de altura. Llegó a ofrecer, nos cuenta, 3.000 dólares a uno de ellos por guiarle hasta la cima del Annapurna, pero siempre recibió una negativa por respuesta. El osado (a la vez que inconsciente) montañero catalán esperaba la visita de su madre para celebrar juntos la hazaña, pero una vez puesta al corriente de que ningún sherpa quería arriesgar su vida en el capricho de su hijo, canceló el viaje. A partir de ese momento, asegura Bijay, y durante el resto de la expedición, el hijo del conocido político catalán “hacía su vida por un lado y los demás, por otro”. Pataletas de un niño de papá a 5.000 metros de altura. Al menos no hay constancia de que se le escuchara aquello tan español de «¿Pero usted sabe con quién está hablando?».

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Comentarios (2)

  • Gonzalo Castro

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    No sabía que se practicaba tan curiosa halterofilia en Nepal (jeje)

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  • Mere.Glass

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    Unos y otros… deberíamos ser iguales, al menos, a la hora de morir

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