Sintra: romanticismo con salida de emergencia

Por: Ricardo Coarasa
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[tab:el viaje]

No esperar nada de un sitio tiene una ventaja indudable: tu capacidad de sorpresa es infinita. Yo  esperaba más bien poco de mi visita a Sintra y, nada más llegar, rompió a llover con estrépito y el cielo oscureció. Pero nos pusimos a caminar por los senderos de la colina del Palacio da Pena y todo cambió.

Sintra es el antojo romántico de un rey artista, Fernando II, consorte de María II de Portugal, quien a mediados del siglo XIX quiso convertir los alrededores de una antigua ermita en descomposición en un vergel exótico coronado por un palacio de cuento de hadas. Y, desde luego,lo consiguió. El Palacio da Pena, con sus torreones y almenas del medioevo pintadas con colores más propios del caminito bonaerense, no te deja indiferente. La contemplación de este Carcassonne luso te horroriza o te fascina. A mí me pareció un anacronismo simpático, la veleidad de un alma melancólica, el guiño romántico de un rey que persiguió su sueño y quiso compartirlo con la posteridad. Tratándose de la realeza, todo un detalle.

Llegamos en tren desde la estación lisboeta de Rossio en apenas 40 minutos y pese a los augurios de toneladas de turistas, ahí no asomaba aglomeración ninguna. Claro que habíamos madrugado, era un domingo de noviembre y la lluvia invitaba más a disfrutar de un día tranquilo en Lisboa que a poner rumbo a una zona montañosa de clima más severo. De entrada, la opción de subir andando hasta el palacio quedaba descartada por razones obvias. Mejor subirse al autobús que cubre la ruta, que sale a unos metros de la estación, frente a la oficina de turismo.

La subida es sinuosa entre la frondosidad del bosque, en realidad un jardín plantado a la medida del gusto exótico del monarca. Una vez arriba (hay una parada intermedia en el Castelo dos Mouros pero optamos por visitarlo a la vuelta con la esperanza de que el tiempo de una tregua), y tras pagar la entrada subimos a pie por las rampas que llevan a la entrada principal (por un par de euros más, creo recordar, un minibus ahorra este pequeño esfuerzo). Al pasar bajo un arco coronado con un torreón con el escudo de armas del rey don Fernando, paseamos ya por un cuento de los hermanos Grimm, como si nos hubiésemos colado en el castillo, suspendido entre brumas, del feroz gigante de “Juan y las habichuelas mágicas”. Dos cosas llaman la atención en la fachada principal: los azulejos geométricos con los que el rey quiso dejar la impronta lusa y, en el pórtico, el tritón con rostro humano y cuerpo de pez que pasa por ser una alegoría de la creación del mundo.

El lugar es idílico, desprende magia, y ahora tiene, además, la ventaja de que nadie quiere adentrarse en el bosque para llenarse los pies de barro por senderos alfombrados de hojarasca y miedos infantiles

El interior del palacio se visita con curiosidad, pero sin un atisbo de pasión. Recorriendo estas estancias palaciegas rebosantes de boato y magnificencia me pasa lo mismo en cualquier lugar del mundo: todas las revoluciones me parecen pocas. Al menos huimos de la lluvia durante un buen rato, que ahora cae con un brío inusitado hasta hacer vomitar litros de agua a las gárgolas del claustro manuelino del antiguo monasterio.

Lo mejor en estos casos es pegar la hebra con algún empleado, de esos que vegetan en las distintas salas embutidos en grises uniformes de revisores ferroviarios. Tenemos suerte y damos con uno lenguaraz que, además, ha vivido en España, lo que nos redime de entablar una de esas surrealistas conversaciones en “portuñol” que terminan con el clásico: “Pues no es tan difícil el portugués, se entiende todo”. Tras un improvisado aquelarre con nuestras respectivas crisis económicas, aliñado con la habitual sarta de improperios sobre la clase política, nos aconseja que no subamos, como pretendíamos, a la Cruz Alta, el punto más alto de la colina de Sintra (530 metros). “Con la niebla que hay no vais a ver nada, mejor bajar por los senderos del valle de los lagos, ésta sí es una zona muy chula”, sugiere.

Nos tomamos el consejo al pie de la letra y, pese a que sigue jarreando y la neblina no se dispersa, pronto comprendemos lo atinado del matiz. Para entender el romanticismo del rey hay que bajar por este camino que parece mecido por la penumbra. Porque el del soberano era un romanticismo con salida de emergencia. Aquí, rodeado de árboles exóticos de Australia, América, Asia y el norte de África, don Fernando hizo levantar una casa para su amante, la cantante de ópera Elisa Hensler, con la que finalmente se casaría al enviudar de la reina doña María. El lugar es idílico, desprende magia, y ahora tiene, además, la ventaja de que nadie quiere adentrarse en el bosque para llenarse los pies de barro por senderos alfombrados de hojarasca y miedos infantiles . El turismo de autobús se impone.

Mientras el cielo se estremece con atronadores desgarros, bajamos hasta la singular Fuente de los Pajaritos, de estilo morisco. A partir de ese punto, una sucesión de lagos y torreones anegados (en realidad son corrales de patos) acentúan todavía más la carga melancólica del lugar, donde las hojas otoñales y los helechos rivalizan en colores y formas. El bosque está sudando a conciencia y la humedad es cada vez mayor, pero sólo por este paseo me acordaré siempre del rey romántico de Sintra. E incluso disculpo sus ensoñaciones arquitectónicas de “Dragones y mazmorras”.

Una vez en el portón de los lagos, junto a la caseta del guardia, caminamos hacia el aparcamiento recordando la última recomendación del simpático ujier, que nos habló de un sendero que burla la carretera hasta llegar a la entrada al Castillo de los Moros, que ahora no se puede visitar porque el empedrado está resbaladizo y es peligroso. Este castillo fue ganado a los musulmanes, a la vez que Sintra, por el monarca leonés Alfonso VI en el siglo XI y entregado medio siglo después al primer rey de Portugal, don Alfonso Henriques.

El camino continúa hasta Sintra, pero estamos empapados y preferimos esperar el autobús. ¡Ojo! el trayecto de bajada es distinto al de subida y para regresar en autobús hay que volver a subir por la carretera hasta las taquillas del Palacio da Pena. Nosotros caímos en la cuenta tras más de media hora de espera y maldiciones en la que sólo veíamos subir autobuses (la lluvia, al parecer, merma la capacidad deductiva).

[tab:a mesa puesta]
Pese a que Sintra es un lugar eminentemente turístico, se puede comer barato en los alrededores del Palacio Nacional, inconfundible con su característica pareja de chimeneas cónicas (aunque en todas las fotos son de un blanco inmaculado, la verdad es que al natural presentan un color ceniciento). Antes de abandonar la ciudad, es obligado degustar los típicos travesseiros en la pastelería Piriquita (Rua das Padarias s/n, muy cerca de la explanada del palacio nacional).

[tab:una cabezada]
Si hay un alojamiento singular en Sintra capaz de aglutinar toda su esencia romántica ése es el Lawrence´s Hotel (Rua Consiglieri Pedroso, 38-40, pasada la oficina de Turismo). Entre sus paredes de estilo colonial se alojó Lord Byron. Poco más hay que añadir.

[tab:muy recomendable]
-Una buena opción para regresar a Lisboa es dirigirse al Cabo da Roca, el punto más occidental de Europa (latitud 38º 47´N y longitud 9º 30´ W) y luego hacia el sur en dirección a Cascais y Estoril antes de poner rumbo a la capital. El recorrido se puede completar en el día (hay autobuses que unen los distintos puntos), aunque es mejor reservarse una noche para no andar con prisas.
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Comentarios (5)

  • Mere

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    Quizás fue una suerte que os lloviera, Sintra envuelta en neblina cobra misterio con sus muros mohosos y descoloridos de desdibujados contornos que acaso imaginas… ¿Llegastéis a Quinta da Regaleira? Hay un Laberinto con fuentes, cuevas, almenas en espiral, caminos subterráneos y torres invertidas que se hunden supuestamente ¡hasta el mismísimo infierno! Disfruté como Alicia a través del espejo en su mágico mundo disparatado. Precioso reportaje, enhorabuena Ricardo.

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  • ricardo

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    No, no llegamos a la Quinta, creo que todavia me estaria recuperando de la pulmonia si lo hubieramos intentado. Queda pendiente. Coincido contigo, Mere, a pleno sol y con aluvion de turistas habria perdido parte de su magia. Gracias por tus palabras y por tu evocador comentario

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  • david

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    sintra: un lugar magico magico, romantico y que te hace perder todos los sentidos, simplemente magnifico

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  • david

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    a mi me encanta a portugal, pero sobre todo voy a portugal para ir siempre a sintra, es algo indescriptible

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