A simple vista, lo primero que sorprende es que el kora del Barkhor es, a la vez que recorrido espiritual, una sucesión de tenderetes callejeros, algo así como “la milla de oro” de Lhasa. A unos metros de los peregrinos que desgastan sus rosarios de cuentas, de los monjes que se arrodillan extendiendo sus brazos sobre el suelo desnudo, los comerciantes negocian con los turistas el precio de los souvenirs.