En Sudáfrica tuvieron que resucitarme, lo hicieron, estoy viva. Pero jamás me he olvidado de la gente que iba conmigo aquel día, que podía haber vivido, quizá, si hubiera tenido el seguro médico que tuve yo.
Antes de que pudiera darme cuenta, mi querido amigo cruzaba el precipicio por la vía del tren. Los pasos coincidían con las viejas tablas de madera; un paso en falso y caías al río. Y estaba alto. Y me daba miedo.
El azar hizo que me topara con George Ishak, político fundador de Kifaya, el movimiento que en 2004 preparó el terreno para la Revolución. Rompió, de algún modo, la cultura del miedo al conseguir el derecho a manifestarse bajo la Ley de Emergencia y el derecho a elegir al presidente.
Tiene 95 años, un bigote blanco que le da aspecto de ratón sabio, una sonrisa que ilumina el mundo mil veces y un alzheimer temprano que a veces le hace olvidar que es un héroe, y le convierte en niño pequeño que se hace pis encima
Ya no quiero salvar a nadie porque no hay nadie a quien salvar. Empecé una ONG queriendo ser una heroína y ahora sólo quiero ser feliz, tan feliz al menos como las personas a las que quería ayudar.
La pobreza se ha convertido en artículo de consumo, señores. Quizá tiene la culpa la falsa creencia de que la miseria es verdad, es absoluta. Pero ya ni eso: ahora la miseria se manipula y se maquilla, adquiriendo cada vez más tintes melodramáticos.
Cogí el libro y empecé a ojearlo. Entonces el paciente me miró. "¿De qué va?", me preguntó. "De amor", dije yo. Y noté que me miraba, expectante. "¿Quieres que te lea algo?", le pregunté. Asintió.