Dominica fue toda esa naturaleza desbocada en una montaña hecha isla. Los españoles la ignoraron en sus primeros viajes por su orografía complicada. Los franceses e ingleses, que la colonizaron, la apreciaron por sus manantiales. El bíblico edén debe ser algo muy parecido a aquellas laderas verdes, con cascadas violentas, entre las que crecen flores extrañas de colores inciertos. El mundo puede ser distinto, Dominica lo es.