“Pacífico”, me decía una y otra vez. Pacífico suena a sal y a isla, a mar inabarcable y a calma forjada en agua. Es tan sólo una palabra pero habla a un tiempo de paz y océanos aunque en la memoria de mis días, es una forma visceral de anhelar; pacífico es casi un concepto violento en la querencia de mis pasos.
Solo en suelo turco. Algo más de quince mil kilómetros me dejaban a solas con Europa. Toda para mí. Mientras me dirijo a destino percibo que la ciudad es inmensa y que alguna vez estuvo amurallada. En Buenos Aires no hay muros, 我.