Uno pasa por decenas de hoteles donde duerme y deja un trozo de su tiempo. La mayoría son de usar y marchar, incluso los muy buenos. No es una cuestión de cantidad ni calidad, es magia lo que te devuelve a los lugares.
El mundo parecía mecerse en una calma sin alardes en el que hasta las tormentas parecían programarse para no perturbar en exceso. He escrito muchas veces, en ocasiones con una cierta literatura, de los olores de un lugar. Aquí no hay nada de poético, Mauricio olía a azúcar en cuanto se bajaba en algunas zonas la ventana del coche. Era un olor dulce y violento.
Egipto es un gigante que te mece las entrañas. Nada es fácil allí. Sus gentes me pareció que tienen un cierto poso de orgullo triste, de desonfianza hacia un pasado que da la sensación de que siempre fue mejor. Pero Egipto es inmenso en su ayer, imprescindible lugar de paso al que acudir para comprender miedos y odios y fuerza y tesón.