Mesa de los Tres Reyes: solitude au-dessus des nuages

En entendant son nom sur ma curiosité se répandit aussitôt le charme de l'époque médiévale. Ils disent que là-bas les rois d'Aragon se sont réunis, Navarre et le vicomte de Béarn français pour régler leurs Cuitas frontaliers.

Conviene no subestimar el poder de seducción de las palabras. Algunas te atrapan nada más escucharlas y, cuando se trata del nombre de una cima, no te queda más remedio que acercarte a esa montaña para intentar hacer cumbre. Es esa geografía de las palabras a la que me he referido aquí en alguna ocasión. Me sucedió hace años con la Mesa de los Tres Reyes, plafond Navarre, que esparció inmediatamente sobre mi curiosidad su embrujo de tiempos medievales. Cuentan que allí arriba se reunían los reyes de Aragón, Navarra y el vizconde del Bearne francés para dirimir sus cuitas fronterizas, dado que la montaña está a caballo entre el país vecino y los dos antiguos reinos.

He tardado más de la cuenta, pero hace unos días pude finalmente, en compañía de un buen amigo, rendir visita a la Mesa de los Tres Reyes (2.444 mètres), una cumbre normalmente muy concurrida en verano y que nos obligó a madrugar para intentar disfrutar en soledad de esos momentos mágicos y, en passant, evitar el calor.

En entendant son nom sur ma curiosité se répandit aussitôt le charme de l'époque médiévale

Desde Jaca hay más de una hora de trayecto en coche hasta el refugio de Linza (1.340 mètres), donde comienza la ruta más habitual a la Mesa, y que se ha ido imponiendo en los últimos años a la que comienza en Belagua. Y eso que la aproximación a la montaña es larga, más de siete kilómetros, aunque la ascensión no sea demasiado exigente.

Pasadas las siete y media de la mañana ya estamos en el refugio (cuatro kilómetros desde el camping de Zuriza por la carretera de Ansó desde Hecho). pas de perte. La carretera muere aquí. Quince minutos después echamos a andar. La temperatura es baja a estas horas, así que cuanto antes rompamos a sudar mejor. Sobrepasamos pronto a un grupo de montañeros que han salido un poco antes de nosotros. El resto de la ascensión la hacemos solos.

La ruta más habitual a la Mesa comienza en el refugio oscense de Linza

El camino va ganando altura, ahora a la sombra, en dirección noreste hacia el collado de Linza (1.935 mètres), que alcanzamos una hora después sin grandes esfuerzos. À ce stade, el sendero se bifurca. Droit, hacia el Petrechema (2.360 mètres) y a la izquierda, perdiendo altura, camino de la Mesa de los Tres Reyes, todavía lejana.

Tras una mínima parada para beber algo y comer una barrita energética, descendemos hasta el valle, donde cruzamos el río y empezamos de nuevo a subir, dejando a nuestra derecha, cada vez más abajo, una cabaña de pastores. Más o menos a mitad del recorrido, un poste señaliza el cruce de caminos entre Aragón, Navarra y Francia. Siguiendo el de nuestra izquierda se continúa hasta Lescun (France) y Belagua. Derrière nous, Linza y Zuriza. Hay que seguir de frente, en dirección a la Mesa (indicada a 1 heure et 45 minutes).

Un poste señala el cruce de caminos entre Aragón, Navarra y Francia

El sendero, siempre marcado con el color rojigualdo de la GR o con hitos de piedra, vuelve ahora a empinarse hasta una gran roca inconfundible que le cierra el paso. Là, el camino gira bruscamente a la izquierda por unos peñascos que anticipan el mar de rocas que nos queda por delante hasta el collado de la Mesa. Ahora ya nos da el sol y, aunque no son todavía las diez de la mañana, ya no caminamos con la comodidad de antes.

Tras atravesar una primera barrera rocosa, la senda pierde bastante altura hasta un recoleto valle por el que hay que seguir a la derecha al llegar a un poste casi en la divisoria. Este sendero herboso es sólo una fugaz tregua en la profusión de este reino kárstico en el que hay que estar muy atentos a los hitos para no perderse (si nos desviamos hacia la derecha nos resultará después muy complicado llegar a la altura del collado).

Desespera un poco la demora en atacar la montaña pero la aproximación es larga y el desnivel se salva lentamente

Desespera un poco, la vérité, la demora en atacar la montaña pero, como ya he apuntado, la aproximación es larga y el desnivel se va salvando lentamente entre rocas y grietas, con la mole de la Mesa asomando ya a nuestra izquierda.

A las diez y media asoman a nuestra derecha las agujas de Ansabere (2.377 mètres). A ses pieds, las cumbres menores están sometidas por un impresionante manto de nubes por el que asoman las cimas más atrevidas, ofreciendo a nuestros ojos una estampa onírica del reino de las montañas. Son momentos como éste, que no se puede reservar por internet ni comprar con dinero, los que justifican cualquier esfuerzo y disipan cualquier flaqueza, física o de espíritu. Es un inmenso regalo que disfrutamos, aussi, en el silencio de la soledad, a solas cada uno con sus pensamientos.

El impresionante manto de nubes ofrece a nuestros ojos una estampa onírica del reino de las montañas

Maintenant, por fin atacamos el collado cimero (10:40). Tan cerca del objetivo, comentamos entre nosotros que quizá seamos los primeros en hacer cumbre hoy. No será así. Unos segundos después se recorta sobre unas piedras la silueta de un montañero solitario que baja de la cima.

En vez de atacar la Mesa de frente (para lo que hay que sortear una pequeña chimenea), el camino continúa en media ladera por la izquierda. Ahora hay que estar más atento que nunca a los hitos de piedra para salvar los últimos metros de desnivel de la forma más cómoda posible.

Privilegios como éste, que no se pueden reservar por internet ni comprar con dinero, son los que justifican cualquier esfuerzo

En quince minutos estamos arriba, suspendidos sobre la inmensa sábana blanca. No hay nadie más. No son todavía las once de la mañana. Nos ha costado subir tres horas y diez minutos. Estamos felices.

La cumbre es peculiar, pues además del característico vértice geodésico hay un buzón, una estaca con un pañolico sanferminero, una reproducción del castillo navarro de Javier y, unos metros más allá, una escultura de San Francisco Javier. Recuerdo ahora las fotografías de la cima repletas de montañeros y bendigo el madrugón. Las vistas son imponentes y merecen la media hora que pasamos allí arriba, gozando de ese privilegio que es la soledad de las montañas.

En la cumbre llaman la atención una reproducción del castillo de Javier y la escultura de San Francisco Javier

Justo cuando empezamos a bajar alcanza la cima otro montañero. Bajamos sin más sobresalto que los gritos de una joven que llama desesperada a su compañero. Está desorientada 200 metros más abajo en el laberinto de rocas y, pour ce qui est vu, ha perdido el contacto con su pareja tras alejarse incomprensiblemente del sendero. Nos pregunta si le hemos visto. Pero no nos hemos cruzado con nadie con la descripción que nos da. Le preguntamos a voces si sabe volver al refugio y contesta afirmativamente, por lo que le aconsejamos que vuelva sobre sus pasos hasta el camino y le espere allí. Parece que nos hace caso. Minutos después le escuchamos reprochar airada a su compañero haberla dejado sola. El reencuentro no es lo que se dice romántico.

Se están metiendo nubes en la cima de la Mesa y, por lo que pueda pasar, apretamos el paso para salvar cuanto antes la interminable pedriza. Todavía nos cruzamos con gente que sube en dirección a la cumbre. Al pasar por el collado de Linza dan ganas de desviarse en dirección al Petrechema, pero eso nos exigiría, calcul, al menos un par de horas más de caminata, así que lo dejo para mejor ocasión. Sin apenas paradas, a las dos de la tarde llegamos al refugio de Linza. Dos jarras de cerveza con limón nos esperan.

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