Jesu li se smijali ili zijevali?

Po: Javier Brandoli
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Más de tres años y medio de vida dice el calendario. Llegué a Italia (a vivir era la primera vez) en enero de 2019, me voy en agosto de 2022. No quería irme de México, donde venía de vivir cuatro años, y regresar a Europa. Un mal comienzo el de no querer estar donde estás y sí donde has estado. La vida se vive en presente y primera persona, el resto son eximentes, salvo causa mayor, para reconocerte incapaz o culpable de no saber divertirte. Las ciudades no esperan, eres tú el que debes acoplarte a ellas, pero a mí me faltaron desayunos en el avión para hacerme a la idea de que tocaba volver. Un día estaba con mi amigo Carlos paseando por Tlaxcala descifrando cómo llegaron allí un crucifijo y un toro bravo, y una semana después estaba en Roma contemplando si aún flotaba el Panteón.

Ahora parto para vivir en Bangkok y siento que me deben, najmanje, dos de los casi cuatro años que pasé aquí. Cuando era adolescente cantaba una canción de Joaquín Sabina que se titula “¿Quién me ha robado el mes de abril?". Yo en mi agenda tengo subrayado que me faltan dos primaveras y dos inviernos. Luego leo que especifiqué que eso es “al menos”. Me sobresaltó leer ese detalle, “al menos”, pero recordé que hay dos junios, dos julios y tres cuartos y mitad de agosto también en deuda porque me metía en el agua del mar con cuidado de no estornudar y provocar que se candara todo el Mediterráneo.

La pandemia nos cambió todo. Estos tres años y medio de vida en mi segunda patria están influenciados por ese “robo” de tiempo (necesario). Plantamos trincheras en la garganta, convertimos macetas en parques y empezamos a sospechar de paseadores de perros y las personas generosas que no saben cerrar la puerta por fuera sin dar un abrazo. Entonces decidimos bajar las persianas por miedo a que desde fuera llegara un virus y desde dentro lo único que nos apeteciera era tirarnos.

Cuando llegué en 2019 a Roma le dije a mi mujer, Francesca, que iba a levantarme a pasear por Roma a las cinco de la mañana en invierno para intentar fotografiar la ciudad monumental sin gente. Estábamos entonces en la abarrotada Piazza Navona y se me ocurrió si habría la posibilidad de hacer una foto de aquel lugar sin que hubiera un solo ser humano. Me pareció un imposible. En el cetro histórico de Roma el turismo se ejerce en manada y las estatuas acaban bajándose de los pedestales hastiadas de que en las fotos sean lo del fondo tras dos caras y no, como eran antes, lo de delante en primer plano.

ellos le temen a las ciudades vacías como el resto tememos regresar a casa y encontrar una nota que dice que no hay ni habrá nadie

Godinu dana kasnije, un 13 Ožujak 2020, caminé todo aquel museo a cielo abierto que es el centro de Roma casi sin nadie. Me encantan los desiertos y aquella ciudad era de pronto un desierto de cemento y mármol. Era raro, porque era todo bellísimo y lo sentías horrendo. Llevábamos dos días de prohibición total de salir a la calle. Los periodistas éramos de los pocos profesionales que estábamos exentos del encierro. Salí a hacer un reportaje sobre vagabundos. Hablé con muchos de ellos y entendí que ellos le temen a las ciudades vacías como el resto tememos regresar a casa y encontrar una nota que dice que no hay ni habrá nadie.

Pasé aquel día por delante del Vaticano, Piazza Navona, Panteón, Fontana di Trevi, Piazza Spagna y todas las callejuelas del centro histórico escuchando el retumbar de mis pasos. Vi una bandera de Italia hecha con tres camisetas tendidas en la cuerda de la ropa. De ahí colgábamos todos, goteando, sujetos por pinzas. Roma no puede estar en silencio, no le pega. Roma es un grito desde antes que se inventaran los resfriados.

Y así pasaron semanas y meses. Y nos acostumbramos a hablarnos por una pantalla y a saludarnos con un codazo. La vida tras una ventana es la vida de un preso y en mi vida profesional he hablado con unos cuantos presos y siempre he sentido en ellos la desesperación de saber que se mueren más deprisa que el resto. No porque nada pasa rápido allí dentro, sino porque todo pasa rápido allí fuera sin esperarlos. “Cuando salga de aquí mi madre quizá ya haya muerto”, me dijo un preso joven, en la cárcel de El Parral, que había reventado con un bate de beisbol la cabeza de un tipo en las escaleras de una iglesia en la sierra de Chihuahua, Meksiko. Lloró durante la entrevista, mnogo. Por su madre y por él, no por el reventado.

Yo he conseguido viajar durante esta pandemia. El más impactante de todos aquellos viajes fue de trabajo y placer a Namibia y Sudáfrica. Era marzo de 2021. En Italia había toque de queda y me fui al aeropuerto, noć, entre carreteras vacías. Entré en una enorme terminal inservible, con las tiendas cerradas y los aviones aparcados, donde al final había un grupo desperdigado de viajeros que llevaban como equipaje gel, mascarilla y seguro médico.

Estuve un mes viajando por Namibia y Sudáfrica junto a unos amigos fabulosos que les entusiasma entusiasmarse

África me cura todo. Viví allí, entre Mozambique y Sudáfrica, cinco años. Me lo pasé de puta madre. Nada fue perfecto. Hubo también problemas, tristezas y decepciones, strahovi, enfados y todas esas cosas que son vivir fuera de las redes sociales. Pero ganó de goleada lo otro. Y ahí regresaba. Estuve un mes viajando por Namibia y Sudáfrica junto a unos amigos fabulosos que les entusiasma entusiasmarse. Nuestro grupo de Whatsapp se llama Nadalismo. El mantra es “hay que vivir como juega Nadal”. Con personas que piensan así se puede viajar a cualquier parte.

I da, en África se respiraba más libertad que en Europa, pero siempre aparecía por ahí una mascarilla, un gesto, una llamada a casa que te recordaba que aquellos tiempos eran diversos. En Cataratas Epupa, uno de mis lugares favoritos de este continente, en la frontera entre Namibia y Angola, entrevistábamos a unos himbas.

La conversación fue así:

-“Algo hemos oído de una enfermedad que se contagia y mata personas. Vinieron algunas personas a explicarnos. Por eso ya tampoco vienen turistas a visitar este lugar y eso nos ha empobrecido más. Necesitamos que venga la gente”.

-¿Conocen a alguna persona que se haya enfermado por el coronavirus?

-"Ne, aquí nadie ha tenido esa enfermedad”, responden para preguntar después: ¿De dónde viene usted es peligrosa la enfermedad?".

-“Yo vengo de Italia, un país lejano, y allí ha muerto mucha gente, sí”.

-Y cuando les traducen la respuesta exclaman todos un «ahh» y el más viejo replica: “Pues entonces usted quizá pueda traer aquí el virus”.

Y en esa respuesta, bastante lógica, te dabas cuenta de que la pandemia de una forma u otra te perseguía hasta aquella deshabitada esquina seca del globo en la que el sol sale de un pozo y las bestias morían de sed.

“Tajna su ljudi”. I svaka zemlja u kojoj živim, svako moje putovanje, jasnije mi je

En Italia fue similar la sensación siempre. La mayoría de entrevistas eran por teléfono y en los pocos reportajes que hacía presenciales se guardaba la distancia de seguridad suficiente para dificultar distinguir si el entrevistado se estaba riendo o bostezando. Así que durante casi dos años me relacioné poco con desconocidos y a mí me gustan los desconocidos. En eso influenció el estudio médico que llevábamos todos en la cabeza que afirmaba que familia y amigos muy cercanos contagiaban menos el virus que los extraños.

Ha sido este último mes de mayo y junio, que he trabajado en una serie de reportajes en Roma con un fotógrafo, Fabio, que he tenido contacto estrecho con alguien de mi no entorno. Nos caímos muy bien desde el inicio. Pasamos varias jornadas trabajando juntos. Luego nos hemos visto personalmente. Y entonces entendí que la pandemia me ha robado eso, algunos extraños. Italia hubiera sido otra Italia sin la pandemia, como México, Sudáfrica o Mozambique hubieran sido otra experiencia con ella. Prvi put sam živio izvan Španjolske, na Malti, al regresar mi amigo Juancho me preguntó ¿qué has aprendido? a ja sam odgovorio: “Tajna su ljudi”. I svaka zemlja u kojoj živim, svako moje putovanje, jasnije mi je.

  • Udio

Komentari (1)

  • Monica

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    vrlo točan članak. Conociéndote vas a estrujar al máximo tu nuevo destino

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