La sensación en Nairobi es la que he tenido antes en otras ciudades africanas, pero aquí me siento más insegura. Me fascina de nuevo el color rojizo de la tierra, el ir y venir de gentes por Kenyatta Avenue que cruzan la carretera como lanzándose a los coches, sin importarles que puedan ser atropellados. Hay que ser un habilidoso conductor para atreverse a conducir por Nairobi.
La salvaje vegetación africana intenta abrirse paso entre los rascacielos de esta ciudad donde se respira cierto aire inglés, un aire indú, y una bocanada de esa Africa cálida y pegajosa, la que se te engancha en la piel, se mete despiadada en tus venas y nunca más te suelta.
A pesar del entorno dorado de Nairobi, se intuye una ciudad feroz, indomesticable
En el centro las carreteras están más o menos asfaltadas, pero la organización urbanística es tan caótica que no hay espacio para los viandantes, los vehículos lo acaparan todo, adelantando ya sea por la derecha o por la izquierda, acelerando, frenando en seco, ante la mirada atónita de unos cuervos gigantes que descansan desafiantes en las copas de los jacarandas. De pronto alzan el vuelo y golpean con las alas la ventana del coche, dejando claro que los primeros en ocupar el lugar fueron ellos.
Por las mañanas la ciudad está cubierta por un manto grisáceo, entre polución y nubes, pero por las tardes se abre el cielo y la ciudad se cubre de un ocre brillante e intenso. A pesar del entorno en oro se intuye una ciudad feroz, indomesticable.
El Masai Mara es único en la tierra, el lugar donde a uno realmente le entra el “mal de Africa”
Y me agota, voy en busca de lugares más tranquilos, de paisajes infinitos.
Salimos por carretera hacia el mítico Masai Mara. La carretera es bastante buena saliendo de Nairobi. Recorremos unos 150 kilometros hasta Narok, el último pueblo antes de dejar la carretera asfaltada y entrar en una pista. Desde Narok hasta la reserva hay como 120 kilómetros de insufrible pista, solo transitable en 4×4.
Creo que se ha dicho casi todo acerca del Masai Mara y es probable que sea el lugar más visitado de todo el África del este. Pero eso no impide que siga siendo un lugar mágico, al cual le quedan aún muchas palabras por escribir, unico al mondo, el lugar donde a uno realmente le entra el “mal de África”, dove lascia per sempre parte di ciò che era, ed entra in uno spazio in cui vorrai sempre tornare. Donde la inmensidad del horizonte nítido evidencia que la tierra es en verdad redonda, dove Karen Blixen, Hemingway il Ryszard Kapuscinski escribieron palabras de hechizo, porque este páramo es eso, un pedazo enorme de tierra que cautiva y hechiza para siempre.
Aquí dejas detrás para siempre parte de lo que eras, y entras en un espacio al que siempre querrás volver
El único lugar del mundo donde viven tantos mamíferos en estado salvaje.
Según se avanza en coche se ven, recortados sobre el horizonte, gnu, antilopi, cebras… cruzando el camino tranquilos un grupo de elefantes, más allá las jirafas altas y elegantes masticando hojas de los árboles.
Al alba y al atardecer aparecen los depredadores. En los alrededores del río Mara, que baja hasta el Serengeti in Tanzania, merodean los leones, a la espera de que las cebras, ñus o búfalos se atrevan a cruzar. Dentro del río reposan sosegados los hipopótamos en familia y bajo el agua los cocodrilos. Los buitres y las hienas aprovechan para repartirse las sobras que ha dejado algún león.
A día de hoy los únicos disparos que se oyen son los de las cámaras incesantes de los visitantes
A principios del siglo XX Kenia se convirtió en el gran destino de caza de toda África, donde acudían aristócratas, en su mayoría ingleses ávidos de sangre y emociones fuertes. Es un milagro que hayan sobrevivido tantas especies animales y que a día de hoy los únicos disparos que se oyen son los de las cámaras incesantes de los visitantes.
El Masai Mara está habitado por los masai, en otros tiempos temidos guerreros, hoy mantienen costumbres ancestrales, pasando los días como pastores nómadas a disposición de su ganado. Se alimentan aún a base de la leche y la sangre que extraen de sus vacas, y por su aspecto elegante y su belleza, parece ser más que suficiente.
Este lugar no le deja impávido a nadie. La nostalgia por volver a tener esa tierra roja en la suela de los zapatos, escuchar el rugido de algún león o el barrito de un elefante en la lejanía por la noche desde la tienda de campaña y poder descansar al atardecer bajo la sombra de una acacia, estará ahí para siempre.
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