Ruta VAP (II): As coisas das águas do Oceano Índico

Para: Jordi Serarols (texto e fotos)
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La entrada a Maputo se hace interminable. Son pocos kilómetros pero la carretera está en obras y la manera de conducir no ayuda a avanzar. En vez de ir un coche tras otro, todos intentan avanzar, lo que ocasiona un colapso de grandes dimensiones. Una vez dentro de la ciudad es lo mismo, coches parados en todas partes. Se ve una ciudad bastante caótica, como la mayoría de capitales africanas, con barracas-tienda a cada lado, revendiendo productos comprados en Sudáfrica.

Vamos a comer a casa de Javier, un oasis de paz en medio del caos de la ciudad. La acogida es magnífica, más que un guía parece que sea un amigo con el que viajamos. Realmente está siendo una experiencia excepcional. Comemos como si estuviéramos en casa, ensalada, pasta, vino,… Estos detalles se valoran muchísimo y más en una situación como ésta en la que no tenía ningún motivo para invitarnos a su casa. Después de comer y de haber usado su wifi para enviar Whatsapp y subir algunas fotos en el móvil vamos hacia el centro de Maputo.

Era una ciudad esplendorosa, más rica que la propia Lisboa

Maputo, antigua Lourenço Marques, es la capital del país. A principios del siglo XX era una ciudad esplendorosa, más rica que la propia Lisboa. Ahora queda la decadencia de aquella época: una estación de tren con elementos de hierro forjado de un discípulo de Eiffel, casas en ruinas de estilo racionalista, algún teatro con elementos de arte déco, … restos que dejan ver un pasado rico, cuando la ciudad era un puerto importante y una de las ciudades más prósperas de África oriental.

Nos alojamos en el Hotel Turismo, un hotel sin ningún encanto, justo para pasar una noche. Cenamos en uno de los sitios populares de la capital, Piri Piri, y comemos uno de los platos típicos, pollo al Piri Piri, es una especie de pollo a la brasa con una salsa muy picante que se pone por encima. Para acabar el día vamos a hacer una copa en un bar que hay al lado del hotel.

Domingo 10

Levantamos sem pressa. Tenemos un rato de carretera hasta Chidenguele. A partir de hoy comienza el Mozambique rural. Vamos por la carretera que recorre la costa, prácticamente la única carretera del país. Al cabo de unas horas llegamos a Chidenguele, un pequeño pueblo con cuatro casas, allí cogemos una pista de arena que bordea una laguna interna enorme. Hacemos unos cuantos klómtros por la pista, los coches están a punto de hundirse un par de veces. Es época seca y hay mucha arena, vamos hacia el lodge, Naara, donde pasaremos la noche. O lugar é idílico, un alojamiento hecho con gusto, cabañas abiertas, tipo tienda, llenas de cortinas y mosquiteras. A orillas del lago hay una piscina, una plataforma que se adentra en el lago desde la que zambullirse en las aguas cálidas de la laguna.

De un salto estamos dentro del agua, el impacto del frío en los cuerpos es soportable, estamos en el hemisferio sur y es invierno. Después de unos cuantos saltos te acostumbras a la temperatura. Tomamos unos kayaks, remamos hacia el centro del lago. En el momento en que dejas de remar y te dejas llevar por el impulso de la pequeña embarcación te inunda una sensación de paz y serenidad. Al fondo se pone el sol creando un cielo rojizo sobre las aguas de la laguna. Echado sobre la cama escribo estas líneas mientras espero la cena sintiendo el ruido de fondo de las ranas al borde del lago.

segunda-feira 11

Comienza la primera luz del día. Unos pasos se acercan a la cabaña. Nos levantamos. En el porche encontramos una bandeja con un termo de café y una madalena. Sale el sol detrás de los cerros que rodean la laguna. El lugar es paradisíaco; el momento, mágico. Me siento en el sofá que hay en el porche, me preparo un café mientras veo las primeras luces del día. Tengo una sensación que hacía tiempo que no tenía. Las conversaciones de las últimas horas, el alejamiento de las rutinas y responsabilidades diarias, el contexto y el entorno hacen que mi estado anímico se aproxime a lo que hace tiempo que busco, la calma interior, la felicidad, aprovechar el momento que estás viviendo sin cuestionarte aspectos que te retienen y te impiden disfrutar de la simplicidad de las cosas y de los sentimientos. La reconducción de relaciones, el inicio de una complicidad buscada y deseada tranquiliza la agitación interior que me había tomado las últimas semanas.

Nos ponemos en marcha, destino Tofo. Nos esperan unas cuantas horas por la misma carretera asfaltada de la costa que recorre el país de norte a sur. El paisaje ha cambiado. En un día hemos pasado de un paisaje con poca vegetación, hierba seca y algunas acacias que salpican la sabana típica africana a un paisaje tropical, más denso, caracterizado por las palmeras cocoteras que con su tronco largo, derecho y pelado se alzan para buscar la luz del sol. Aquí y allá, dos árboles grandes, verde, que nos acompañarán durante todo el viaje, los mangos y los anacardos.

A un paisaje tropical, más denso, caracterizado por las palmeras cocoteras

Llegamos a Tofo. Según lo que he leído es un paraíso de backpackers y expats alternativos. Mi impresión es más bien decepcionante. La playa es normal, sin ninguna gracia. Los alojamientos son bungalows que dan al mar, un poco decadentes. El lugar está desértico, ningún rastro de los mochileros, ni del ambiente que caracteriza el lugar. Tofo es muy conocido por el submarinismo. Es el mejor lugar para ver tiburones ballenas, ballenas jorobadas y manta rayas. Contratamos un safari acuático para mañana, aunque hace mala mar y no sabemos si podremos salir. A ver si hay suerte

Terça-feira 12

No hemos tenido suerte. Hace mala mar y las barcas no salen, o sea, que nos quedamos sin hacer la inmersión. Vamos a Inhambane y en vez de ir por carretera por toda la península, cruzamos en ferry. Sacamos los billetes en el puerto, 10 meticais, y esperamos a que llegue la barca. Resulta que hemos comprado billete para la barca grande. Nos esperamos a que llegue. Mientras van saliendo las barcas pequeñas, llenas de gente con paquetes y bultos. Van al límite, por encima de lo que deberían llevar. La barca grande es una especie de transbordador que cruza la bahía que hay entre Inhambane y Maxixe. A pesar de ser menos pintoresco, la barca está llena de color. Las mujeres llevan una especie de tela como falda que llaman capulana. Llevan paquetes en la cabeza. Me sorprende la cantidad de peso que pueden llevar en la cabeza, sacos de azúcar y de arroz, vajillas enteras, … Incluso una mujer hace el trayecto con un pastel de nata en el regazo, ….

Nos detenemos en la carreretera para comer un bocadillo y ganar tiempo. Nos quedan cuatro horas para llegar al próximo destino, Vilanculos. Nos alojamos en el Lodge Villas do Indico. El lugar es fantástico, aislado, beira-mar, con todo tipo de lujos para ser África. Llegamos cuando ya ha oscurecido, pero la cosa promete. Nos instalamos y nos preparamos para la cena. Nos dejamos recomendar por el chef, la sugerencia del día es una parrillada de pescado y marisco. Nos llevan unas bandejas con atún fresco, calamar, almejas, langostinos y langosta. Está todo buenísimo. Las costas de este país son ricas en marisco sobre todo camarões, lo que nosotros llamamos langostinos.

Quarta-feira 13

Levantamos sem pressa, dispuestos a aprovechar un día de relax en este lugar. La playa no tiene palmeras cocoteras, pero el aislamiento del lugar compensa. Hacemos un baño de buena mañana con la marea baja, lo que provoca que tengas que caminar bastante adentro para que el agua te cubra mínimamente. La playa es de arena fina, larga y solitaria. Al fondo se ven unas pequeñas embarcaciones de los pescadores locales. Corremos un rato por la playa, superando los escollos rocosos que la falta de agua ha dejado a la vista. Va bien un poco de ejercicio después de tantas horas en los coches y no parar de comer. De vuelta, un chapuzón en la piscina, saca el calor acumulado por el esfuerzo.

A media mañana vamos a visitar el pueblo, Vilanculos, un pequeño pueblo turístico de casas dispersas con varios lodges alineados frente al mar para los turistas extranjeros que vienen a pasar unos días de descanso, aunque parece ser que el turismo no está yendo muy bien. Es un país complicado. Hay muy poca infraestructura y la poca que hay se hace pagar. Es un país caro para lo que ofrece. Até recentemente, Moçambique era um dos países mais pobres do mundo. Não me estranha. O que vi até agora e o que me contaram me mostram uma face da África um pouco diferente daquela que conheci. Os portugueses tiveram que sair em 24 horas, que não permitiu uma descolonização minimamente planejada, logo depois, houve uma guerra civil de quinze anos. O resultado é que as poucas infra-estruturas portuguesas se perderam, los edificios de la época colonial con reminiscències de arquitectura racionalista están en ruinas, el ferrocarril que unía varias poblaciones del país está abandonado, sólo quedan dos líneas operativas, .. . Hoy nos hemos acercado al puerto de Vilanculos, o que resta dele. Lo que era un espigón donde amarrar los barcos, no es más que un montón de cemento roto. Los barcos supuestamente de carga están abandonados en la playa, anclados medio tumbados, oxidado, creando una imagen entre fantasmagórica y ruinosa.

Damos una vuelta por el mercado. Las mujeres envueltas con las capulanes, telas típicas africanas, se sientan en el suelo vendiendo cuatro tomates, cocos o patatas. Além, los puestos de pescado seco. No se ven paradas de pollos ni de carne, los locales no tienen suficiente dinero para poder comprar esos alimentos. Es algo que me sorprende porque en los otros países africanos que he visitado siempre he visto. Esto me confirma el estado de pobreza en que se encuentra la mayoría de la población. Por lo que dice Javier, nosso guia, no hay voluntad de salir adelante. La gente no ve más allá de hoy, no son capaces de asumir responsabilidades laborales, … Hay un cambio de mentalidad importante de la gente para que este país pueda cercana. Sinceramente, lo veo difícil.

Vino a buscar fortuna, pero el país no está para estas historias

Hoy vamos a comer en el bar de José, Maxibombo. José es el otro conductor que llevamos. Es un portugués afincado aquí, que tiene una carpintería, una taller mecánico y un bar. Una persona que se preocupa por nosotros y que vino a buscar fortuna, pero el país no está para estas historias. Después de la visita al pueblo y el almuerzo, volvemos al lodge. Otra zambullida en el mar y en la piscina. Esperamos la cena mientras escribo estas líneas; hoy el cocinero nos hará matapa, un plato típico mozambiqueño a base de harina de cacahuete y camarões.

Me acerco a la playa, al lado de una hoguera, crujen las ramas encendidas mientras sueltan chispas luminosas que despegan con la brisa marina propia del atardecer. Las ramas de la palmera que tengo detrás laten las hojas aguijadas medio secas que utilizan los locales para construir sus cabañas. Despejado sobre la arena escucho las historias que cuenta Javier sobre el papel de las monjas misioneras en la reconciliación entre los protagonistas de los dos bandos después de la guerra civil. Por todas partes, el rumor del mar de fondo, melodía sutil que tiñe las conversaciones cotidianas.

Quinta-feira 14

Amanece temprano. Duermo con antifaz porque la luz de la mañana me despierta enseguida. Hoy nos toca pasar el día en el mar, el océano Índico. Su nombre evoca tierras lejanas, exóticas. Ante Vilanculos está el archipiélago de las Bazaruto, cinco islas rodeadas de un arrecife de coral; el lugar ideal para sumergirse en las aguas turquesas y cristalinas que tenemos enfrente.

Habiendo desayunado subimos en dos pequeñas barcas a motor del lodge. Los motores de hélice dejan la estela espumosa típica de estas embarcaciones. Por debajo se ve claramente la arena del fondo del océano, salpicada de algas verdosas y peces huidizos de mil colores. En algo más de media hora llegamos a la isla más grande, Bazaruto. Amarramos la barca, bajamos y caminamos por la arena hasta la orilla. Empezamos a subir una duna de arena fina, subimos a la cresta y de allí vemos el otro lado de la isla. Volvemos a subir a las barcas para ir al arrecife de coral. Equipados con gafas, tubo y aletas, nos preparamos para hacer la primera inmersión. Ante nosotros la inmensidad del océano, por debajo, el mundo submarino tropical del Índico. Nadamos rodeados de peces amarillos, vermelho, azules, que se asustan cuando pasamos por su lado. El arrecife está lleno de coral de formas diferentes, pequeños árboles vivos llenos de organismos marinos. Ocasionalmente, una estrella de mar, una concha enorme que cierra la cáscara cuando algún peligro se acerca,...

Vamos a comer a la playa. Cuando llegamos tenemos una mesa puesta bajo unos toldos que protegen del sol. Comemos unos bocadillos, algo de calamar cocido, pollo asado, … Está siendo un día maravilloso. Después de comer caminamos por la orilla del mar recogiendo conchas y caracoles que la marea baja ha dejado al descubierto. Caminamos por encima de la arena mojada, esponjosa. Las huellas de nuestros pies quedan marcadas, dejando el rastro de unos pies que se alejan hacia el infinito y que se borran cuando las pequeñas olas del mar las tocan.

Volvemos a las barcas. Subo delante, surcando el mar azul al vaivén de las olas, mientras el aire que levanta la velocidad me acaricia la cara y veo como la tierra firme se acerca a pasos agigantados.

 

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