De repente, cuando ya se colaba el amanecer en el día, entre lo oscuro y lo claro, apareció una larga fila de monjes cargando sus túnicas naranjas como si la tela les naciera de sus hombros, en una absoluta falta de ruido en el que sólo se escuchaban los pasos, la respiración y el abrir y cerrar de sus cestos. Me pareció una imagen bella, serena.