La toponimia colonial africana está repleta de despropósitos. Certains, même, han sobrevivido hasta nuestros días. Imaginemos la escena. Un blanc («hombre blanco» en swahili) pregunta a un nativo el nombre de un hermoso lago. «En aipsha, en aipsha» (el lago, el lago), contesta al ver al extraño señalando el agua. El intercambio de información es surrealista, pero el colonizador, que entiende algo parecido a «enaivasha», ya tiene suficiente. Está frente al lago Naivasha. Queda bautizado este lago, el lago «el lago». Y respetando la toponimia local, il manque plus.
Leyendo esta historia, llegué al Naivasha, uno de los lagos que jalonan el Grande Vallée du Rift dans les Kenya, con la sonrisa puesta. A dos horas en coche por carretera ( de excelente asfalto) à partir de Nairobi, Naivasha -como Aberdares y el más célebre Nakuru– est, para muchos visitantes, la primera imagen que se llevan de Kenia y, parfois, de África (dado que Kenia es el bautismo africano más frecuente).
Llegué al Naivasha, uno de los lagos que jalonan el Gran Valle del Rift en Kenia, con la sonrisa puesta
Un bote nos esperaba en la orilla (junto a un restaurante que rumiaba la ausencia de clientes) para navegar por el lago un par de horas. Peter guiaba la barcaza. En lontananza, la silueta del Monte Longonot (2.777 mètres) se erguía majestuosa con la insolencia de su ADN volcánico y nos empujaba a seguir surcando las aguas para intentar acercanos a ella.
La saison des pluies avait été prolifique et la Naivasha avait une apparence exultante. Un buen tramo de la orilla estaba completamente anegado y, debido a ello, resultaba sorprendente navegar de repente entre cercas de madera, lampadaires, cables eléctricos, puits et maisons sur pilotis perdus dans la mangrove. Le lac, de agua dulce, concentra gran cantidad de vida salvaje y es difícil, par exemple, no tropezarse con algún hipopótamo. Se cuentan por decenas y acercándote a ellos con cautela puedes sentir ese rasgueo en el estómago que te empuja a preguntarte, aunque lo evites, qué pasaría si un hipo volcase la barca. Más aún cuanto interrumpimos a dos de ellos apareándose en el agua. El zumbido del motor se confunde con los resoplidos de los animales y sus chapoteos a pocos metros de nosotros. Obligado mostrarse comprensivo y alejarnos de ahí de puntillas.
Un buen tramo de la orilla estaba anegado y resultaba sorprendente navegar entre cercados, lampadaires, pozos y palafitos perdidos
Pero lo que primero me llama la atención en este escenario donde el agua ha devorado el paisaje de los ribazos es un tendido eléctrico que se adentra un centenar de metros en el Naivasha hasta dejarse engullir por sus aguas. À travers, là-bas, hay un hotel que quedó inundado en 2004, explica Peter.
Resuelto el misterio, la vida salvaje acapara todo nuestro interés de nuevo. Una jirafa que se resiste a renunciar a las acacias semisumergidas se ha adentrado lago adentro para procurarse algo de comida. Desde los carrizos, un búfalo solitario observa la escena y nos vigila con recelo. Un peu plus loin, decenas de pelícanos de obscenas papadas y cormoranes disfrutan de la orilla junto a un antiguo pozo también absorbido por el Naivasha, el lago voraz.
Naivasha y el vecino Nakuru fueron el epicentro de la sociedad colonial, el Happy Valley de los mzungus
Naivasha y el vecino Nakuru fueron el epicentro de la sociedad colonial, la Happy Valley de los mzungus. Uno por encima de todos, lord Delamare, el principal terrateniente de la zona. Esos vestigios han dejado huella en la sucesión de mansiones coloniales que asoman por las orillas (y segundas residencias de nuevo cuño, más modestas), como el célebre Djinn Palace («Pasiones en África»). Ese contraste entre vida salvaje y residencial añeja es una de las paradojas del Naivasha.
La concentración de aves es también notable. Si hay algo que desprecia un turista que viaja por primera vez a África (sobre todo los españoles) -con sus sueños alborotados por grandes felinos- son los pájaros. Es fácil escuchárselo contar a los resignados guías locales. Frena el 4×4 en seco. El pasaje se alborota. Todos en pie escrutando la sabana en busca del felino que seguro el guía acaba de sorprender debajo de un arbusto. Et, coup, un jarro de agua fría. «Ahí arriba, en la copa del árbol, una carraca». «¡Bah, un pájaro, continue, continue!», se suele escuchar.
Un tendido eléctrico se adentra en el Naivasha hasta dejarse engullir por sus aguas. À travers, ahí abajo hay un hotel que quedó inundado en 2004
Pero cuando uno lleva ya algunos safaris a sus espaldas, inattendue, un beau jour, en idéntica tesitura, decides coger los prismáticos y escudriñar las ramas hasta que das con él, se te escapa un espontáneo «¡oooooohhh!» que incluso llega a avergonzarte un poco y tiras unas fotos. Te has convertido ya en lo que, en el argot de los safaris, se conoce como un «pajarero». Y no hay vuelta atrás. La sublimación de esa pasión por las aves llega cuando, guía de los pájaros de África en la mano, por fin ves un abejaruco carmesí o un calao cariplateado sobre un arbusto y, excité, intentas situarlo para intentar compartir tu dicha con los compañeros de todoterreno. Y te escuchas decir sin pestañear: «Ahí está, a la derecha del árbol, justo encima de ese leopardo».
Así que descubrir un nido entre las ramas vencidas por las aguas del Naivasha es motivo de alborozo, como acercarse con sigilo a varios king fish (martín pescador). Peter viene preparado y arroja al lago un pez reseco para tentarlos a arrancarse a volar. Impasible, el martín pescador se muestra desdeñoso. El segundo intento tampoco tiene éxito. «Parece que hoy no tienen hambre», susurra el guía. El Longonot, de loin, se ríe de los mzungus.
Más información de ésta y otras rutas por Kenia: www.kobo-safaris.com