En la oscuridad de un monasterio de Lalibela
Envueltos en sus mantos blancos, hombres y mujeres subían por la ladera que llevaba hasta San Gabriel en silencio. Las blancas figuras marcaban los meandros del camino que ascendía hasta el horizonte. Los más tímidos, al encontrase conmigo, entornaban la cara, tapada por la toga.