Durduzaduraren. Dícese del estado de ánimo de desorientación y perplejidad.
En las alocadas calles del centro de Kathmandu, en la trepidante terminal de autobuses de oriente de Mexiko Hiria, en cualquier aldea perdida del Tibet, en el ferry que une Helsinkiko duten Tallin, colgado de una cuerda intentando subir a un remoto monasterio etíope… Y en tantas otras ocasiones. Siempre desconcertado, felizmente desconcertado.
Desorientación y perplejidad son dos palabras que asustan pero, el menos en mi caso, admito que lo mínimo que le pido a un viaje es que me desoriente y, ahalik eta, me asombre. No soy un coleccionista de sobresaltos, ni un marchante de emociones al peso. Tampoco un zahorí del caos y mucho menos un devoto de ese riesgo que no persigue emociones, sino fotografías de las que presumir. Pero cuando asoma el desconcierto de una ciudad desconocida, de una algarabía inexplicable, de una inmersión cultural que zarandea los prejuicios y espolea las ganas de huir, mis ganas de seguir viajando se ensanchan hasta el infinito y, en algún lugar de mi corazón, se dibuja una media sonrisa.
No soy un coleccionista de sobresaltos, ni un marchante de emociones al peso
El día a día que en vez de sumar días los resta, los horarios y la rutina inmisericorde, los relojes y las obligaciones, nos hurtan a menudo el derecho a desconcertarnos. It, ikastaroa, sólo una ficción. El aparente orden de nuestras vidas no apaga la perplejidad interior, ese desorden que nos recorre minuciosamente por dentro hurgando en el más diminuto recoveco de nuestras entrañas, susurrando el deseo de partir y la necesidad acuciante de unas migajas de asombro. La bien merecida desorientación.
Arraro egiten zaituen hiri berri baten harridura, edo inoiz pentsatu ez duzun paisaia bat, hautsi zarenaren puzzlea (actually, zarela uste duzunaz) aldi berean, aurreiritziak distortsionatzen ditu eta ispilu baten aurrean jartzen zaitu, non ziur ez baitago ikusten duzuna islatzen duzula gustatzen zaizula.. Batzuetan, egia, incluso desearías hacerlo añicos con la ira de la madrastra de White. Como cuando paras el coche en un paraje remoto de Etiopian para fotografiar una procesión de personas con paraguas de colores y te das cuenta de que estás fotografiando un entierro. Pero precisamente por eso merece la pena asomarse a ese precipicio interior de barrancos sin fin y aristas por explorar.
Esa confusión en la que a duras penas te reconoces es una de las sensaciones más placenteras que un viajero puede experimentar
Caminando entre una barahúnda de gente extraña; sorteando motocicletas que parecen querer liquidarte al descuido; buscando la seguridad de unas aceras que no existen; intentando descubrir el orden en un tetris imposible de viandantes, «ricksahws» y mercancías que desbordan los comercios, pasear por las calles del centro de Katmandú puede empujarte al desasosiego. Incluso es posible que tus zapatos pugnen por alejarte de allí en busca de algo de aliento. Pero ese bendito desconcierto, esa confusión en la que a duras penas te reconoces, da, aldi berean, sentimenduak gehien atsegin duen edozein bidaiari daiteke esperientzia bat. Sin necesidad de golpes en el pecho ni fingidos entusiasmos. Sólo la satisfacción de ser el otro entre los otros.
Para encontrarse, antes hay que perderse. De nada sirve buscarse en el orden cartesiano de los días sin brillo, de las noches que nos apagan sin ofrecernos nada a cambio, cuando hasta los bolsillos pesan de mansedumbre. De todo eso nos redime la desorientación de una estación de autobuses en la que todos los taxistas intentan timarte; la perplejidad de una fortaleza tibetana acechada por perros salvajes; el asombro de un barco donde el único objetivo de la mayoría del pasaje es una borrachera «low cost»; el aturdimiento de verte izado por un monje a un monasterio encaramado a una roca con una cuerda trenzada con piel de vaca…
Para encontrarse, antes hay que perderse. De nada sirve buscarse en el orden cartesiano de los días sin brillo
Esos lugares de los que querrías salir corriendo a las primeras de cambio son, azken finean,, los que más te ayudan a reconocerte. En la ceremonia de la confusión nos despojamos definitivamente de nuestro pequeño equipaje de miedos y prejuicios para intentar hurgarnos inseguridades y actitudes/aptitudes que ni siquiera presagiábamos. Eta, cuando recuperamos el resuello y ordenamos angustias que no son tales, la manera de sobrevivir al espejismo nos da la medida de lo que somos y de lo que podemos esperar de nosotros mismos fuera del baile de máscaras de los días grises. Es la infalible terapia del desconcierto.