Murchison Falls: la bendición del Nilo

Por: Ricardo Coarasa (texto e fotos)
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El puente que mandó construir Idi Amin, la sublimación del tirano africano, sobre la garganta del gran río hace tiempo que fue devorado por la furia de la corriente. Cuentan que en 1962. Sólo duró un año en pie. Despois, o Nilo se lo tragó con la misma facilidad con la que arrastra piedras, troncos y sedimentos en su gran viaje hacia Egipto. Como lo ha venido haciendo desde que el Nilo es Nilo. Agora, a un lado del cauce sólo queda una pilona de hormigón, como si el río quisiese dejar constancia de su victoria sobre la maltrecha audacia del hombre. Celoso de su bravura, escupe espumarajos y nos salpica en la cara en cuanto intentamos acercarnos para fotografiarlo, haciendo equilibrios sobre piedras resbaladizas. Haciendo el mzungu, en última instancia.

Estamos solos aquí, en el denominado Top of the Falls, el mirador sobre la catarata de casi 50 metros que es el principal reclamo del parque nacional de Murchison Falls, el de mayor extensión de Uganda (su superficie supera a la de toda la provincia de Álava) y uno de los más bellos, bendecido como está por el lago Alberto y el Nilo. Nos ha costado llegar más de seis horas desde la capital, Kampala, a no más de 40 kph. Pero nada de eso importa ya mientras saltamos de piedra en piedra buscando el mejor encuadre para la foto que deja constancia de nuestra osadía al intentar capturar el derroche de vigor del Nilo Blanco. Terminamos empapados mientras se nos echa encima, de súpeto, todo el calor del Trópico.

Celoso de su bravura, escupe espumarajos y nos salpica en la cara en cuanto intentamos acercarnos para fotografiarlo

Aquí llegó en 1864 el matrimonio Panadeiro, Samuel y Florence (la tenacidad de esta mujer siguiendo los ímpetus aventureros de su marido por el África inexplorada merecería haber dejado alguna huella en la toponimia local), convirtiéndose en los primeros europeos en recorrer este tramo del río entre el lago Alberto y las cataratas Karuma. El descubridor de las Fuentes del Nilo, Speke, ya se había referido en sus escritos a este salto de agua, pero hablaba por boca de los nativos, pues él no llegó a verlo. Los Baker bautizaron la catarata con el nombre del presidente de la Royal Geographic Society, Murchison, que ha sobrevivido hasta nuestros días. Y eso que Amin las renombró como Kabarega Falls, en reconocimiento a un histórico rey de Bunyoro, uno de los antiguos reinos que alumbraron la actual Uganda.

El tiempo pasaba con la misma rapidez que la corriente. Los minutos no eran segundos, sino litros de agua, ese mismo agua que se precipitaba al vacío encajonada entre las paredes de roca, para perderse en el alboroto de vapor. Alí en baixo, el Nilo recuperaba el sosiego y, multiplicando su cauce, se alejaba por el corazón de la sabana con displicencia, moteado de espumarajos que recordaban el gran salto que acababa de superar. Donde se perdía la vista debíamos cruzarlo para llegar al Paraa Safari Lodge, situado estratégicamente en un promontorio sobre el río.

El tiempo pasaba con la misma rapidez que la corriente. Los minutos no eran segundos, sino litros de agua

La proximidad de los límites septentrionales del parque con el refugio del temible Lord´s Resistance Army (Ejército de Resistencia del Señor), la guerrilla de Joseph Kony, seguramente el hombre más buscado de África, ha acarreado más de un problema en el pasado. El hotel al que nos dirigimos fue destruido por los rebeldes de las milicias de Kony (que ahora se refugia en República Centroafricana) a finales de los 80, lo que obligó a cerrarlo durante unos años por motivos de seguridad. Mucho más tarde, en 1996, el parque tuvo que cerrar al convertirse en el escenario de los combates entre LRA y el Ejército ugandés. Las incursiones esporádicas de los guerrilleros de Kony (responsables de la muerte de unos 10.000 civiles y del secuestro de más de 30.000 nenos) mataron a once personas en marzo de 2001 a sólo unos kilómetros del norte de Paraa y, en noviembre de 2005, al manager de uno de los hoteles del parque en el noreste de Murchison, la zona más peligrosa del parque históricamente.

En ese pasado de sobresaltos iba pensando mientras, espantando moscas tse-tse, nos dirigíamos a Paraa por un carretera que era un cordel de sangre rodeado de vegetación que parecía querer rendir la carretera por agotamiento.

Espantando moscas tse-tse, nos dirigíamos a Paraa por un carretera que era un cordel de sangre

Llegamos con las últimas luces del atardecer y la imagen no podía ser más idílica. Las aguas del Nilo bajaban dóciles, reflejando en la corriente la rendición del sol. Transversalmente, sobre una colina, se adivinaban las construcciones del hotel, reconstruido en 1997. Para cruzar a la otra orilla, la norte, había que esperar turno en el transbordador y nunca una espera fue tan placentera.

Mientras un autobús cargado de escolares nos precedía, deambulamos por la ribera entre barcazas mecidas por el Nilo y mujeres con sus vistosos kikois, empapándonos de la magia del río sagrado. Despois, ya sobre sus aguas, nos limitamos a guardar silencio mientras nuestras sombras se dibujaban en la corriente con la misma premura con la que el día empezaba a despedirse de nosotros. Los tiroteos a turistas de antaño se habían esfumado por completo. Ahora tocaba disfrutar del hotel, cuyos jardines frecuentaban los elefantes, de sus hipnóticas vistas, de la sobrecogedora quietud de la noche. De la bendición del Nilo.

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