La strada per l'altra Europa

Tras los cánticos regionales y exaltación de la amistad de la noche anterior, partimos para Trieste y paramos antes en Brescia. Brescia es una de esas maravillas que Italia tiene desparramadas por su mapa. Tan bella como real con su mercado de los sábados donde uno contemplaba con una sonrisa que el desorden no es sólo una cosa ibérica, es una cosa mediterránea.
Trieste

Salimos de Madrid, tras una divertida noche de despedida con mis amigos que me volvieron a demotrar que son gente que merece la pena, con el cielo arrojando sobre nuestro coche un aguacero de nieve. Leandro, que es de las islas Azores, contemplaba el espectáculo con sorpresa. “Nunca vi en toda mi vida tanta nieve”, decía con sus ojos traspasando el cristal. Tutte le, in qualche modo, entendíamos que aquella nevada, que en Guadalajara casi corta la autovía, era el preludio perfecto para un viaje que acabará en el sur de África, en medio de una tormenta de sol.

Esa tarde llegamos a Barcelona donde juntamos amistades y negocios en dos noches en las que disfrutamos de vender un mensaje, nuestras expediciones en 4×4, en un lugar donde se amontonan viajeros. Grazie a tutti, pero especialmente a Cristina Baños y a Álex Póo, por su tiempo y ganas. Ellos son el símbolo, junto a Sofía, Joan o María José de lo mejor de los viajes: conocer a gente a miles de kilómetros y reencontrarte meses y miles de kilómetros después.

El coche debe ser retratado siempre junto a algo característico del lugar en el que dormimos

En Barcelona tomé otra vez una foto que nos obliga a repetirla en todos los lugares por los que pasamos: el coche debe ser retratado siempre junto a algo característico del lugar en el que dormimos. En Madrid fue la Cibeles; Barcellona, la Sagrada Familia; en Marsella, el ayuntamiento; en Genova, la estatua de Colón…

Al dejar Barcelona tuvimos la sensación de que de alguna manera comenzaba el verdadero viaje. Dejábamos la Península Ibérica y nos adentrábamos en Francia. Y Francia ejerció demasiado de Francia con todos sus tópicos negativos y de alguna manera se hizo menos llevadera. Mi piace questo posto, creo que es el país que más he viajado, tengo muy buenos amigos franceses, pero el país cuando se viste de sí mismo es complicado para mis ganas de disfrutar las cosas con un simple porque sí.

Llegamos a las 22:10 horas al hotel Campanille, a siete kilómetros de Marsella. Nada más dejar las maletas tras una larga jornada miramos a la izquierda y vemos que están comenzando a retirar el bufet. “Perdonar, no hemos casi comido y tenemos hambre, ¿podemos cenar algo? “Lo siento, el restaurante está cerrado”, nos contesta el recepcionista. Yo miraba a mi izquierda y veía platos rebosantes de comida irse para la cocina lentamente mientras intentaba entender lo que el tipo decía. Miraba para nosotros mismos, hambrientos, y miraba la cara del recepcionista de absoluta apatía, como si fuéramos tres extraños que aquella noche le estaban molestando su tranqulidad profesional. Decidimos no explicarle al tipo que por encima de la regla de un horario hay mil variables para agradar a un cliente. Il primo, querer hacerlo.

Decidimos no explicarle al tipo que por encima de la regla de un horario hay mil variables para agradar a un cliente. Il primo, querer hacerlo

¿Entonces dónde podemos comer?, le dijimos con cierta rabia por el cansancio. “En el Bufalo Grill, a cinco kilómetros, que cierra a las 23 horas”. Fuimos para allá volando, llegamos a las 22:45, vimos que estaba lleno el sitio y nos apresuramos a sentarnos a una mesa para pedir la cena. Nadie se acercó hasta que un tiempo después una chica nos mira desde lejos y nos indica que la cocina estaba cerrada sin casi mirarnos. Sólo un gesto con la cabeza, suficiente para echarte. Da igual lo que dijimos, estaba cerrada por mandato del mismo Napoleón y se acabó.

Otra vez a la calle, Victor pregunta a un grupo de personas que habla en la entrada. Perdonen, ¿saben algún sitio abierto por aquí? Dove sei? “De Portugal”. “Y no volvió a hablarme el hombre y sólo una mujer se dignó a decirme que no habría nada”, me contestaba él al volver al coche. Finalmente cenamos en un pub inglés. Lo cierto es que muertos de risa ante tanto despropósito.

A la mañana siguiente salimos de las habitaciones del hotel de carretera que nos había costado como si durmiéramos en el Palacio de Versalles, fuimos a la recepción para tomar un café y la recepcionista (otra diferente al tipo de la noche anterior) nos pregunta: “¿Van a tomar el desayuno?". "No, queremos sólo un café”. “Entonces tiene que ser allí”, y nos señala unas mesas bajas junto a la puerta de recepción. “¿No podemos pasar al comedor?". "No, es sólo para desayunos”, contesta ella con una amplia y seca sonrisa. Tuvimos que tomar el café en una mesa baja y unos taburetes. E 12 horas todo había sido frío, estereotipo de una Francia que me gusta menos. Hay buena gente en esta tierra, viajar te enseña eso, y también que ciertos estereotipos existen porque se cumplen y Francia no es en ocasiones el lugar más acogedor del mundo (opinión propia).

E 12 horas todo había sido frío, estereotipo de una Francia que me gusta menos

Decidimos visitar Marsella ya de camino a Italia. Bajamos a conocer una ciudad que tiene un puerto muy bonito, rodeado de bares y restaurantes, y donde los barcos hacen cola para mantenerse a flote entre sus abarrotadas aguas por las que corre con dificultad el aire. “Una pena no haber venido aquí la noche anterior, esta zona parece alegre”, pensiero.

De allí hicimos la Costa Azul francesa. Todo un espectáculo para el lujo, pareciera casi la tierra perfecta para quien le guste la perfección (no es mi caso). Los franceses tienen en la genética el gusto estético por la perfección y saben recrearlo mejor que nadie: la Provenza o Riviera francesa parece un cuadro Cézanne aún con vida. Pasamos por Toulon, Saint Tropez y su playa de alta lencería erótica y llegamos hasta Mónaco donde vimos más Ferraris y más policías que en todo el resto del viaje juntos.

Esa noche dormimos ya en Génova. Italia es una debilidad y ha vuelto a serlo en estos días. Dormimos en un pequeño hotel, Nel centro città, donde el recepcionista acabó pidiendo trabajo a Víctor y asegurando que abandonaba a su novia si fuera por ir a Mozambique. Era una zona humilde, llena de inmigrantes africanos, donde encontramos un único parking para nuestro tanque. Lo regentaban un padre e hijo encantadores que preocupados al ver las fotos del coche nos preguntaron: “Perdonen, ¿llevan animales ahí dentro?”

Perdonen, ¿llevan animales ahí dentro?

Luego nos indicaron un maravilloso restaurante: la Trattoria de Mario. Piccoli, autentico, de comida casera donde tras una abundante cena con tres botellas de vino pagamos 40 EUR. Fue una noche especial, de buenas conversaciones, donde afianzamos algo que parece una certeza: somos un equipo de viaje y como tal actuamos. En lo personal pienso que no podría viajar con dos mejores compañeros.

Tras los cánticos regionales y exaltación de la amistad de la noche anterior, partimos para Trieste y paramos antes en Brescia. Brescia es una de esas maravillas que Italia tiene desparramadas por su mapa. Tan bella como real con su mercado de los sábados donde uno contemplaba con una sonrisa que el desorden no es sólo una cosa ibérica, es una cosa mediterránea. Finalmente llegamos a Trieste, desde donde escribo estas líneas antes de bajar al desayuno. Anoche discutíamos si íbamos a ir a Sarajevo o parar en Split o tirar mejor hasta Mostar… La decisión la tomaremos probablemente en ruta, pero a partir de ahora todos somos conscientes de que comienza la segunda parte del viaje: la otra Europa.

 

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