A historia do Ester Negro

El, unha muller chilena que vive en San Antonio, prostituta, bonito ata dicir o suficiente, elegante e divertido, é a envexa das mulleres locais, xa sexan "bo vivir" ou malo. Un home, Roberto, estivo namorado ata as barras dela sen ser recíproco.

Comenzando mi viaje por el sur de América, casi en la frontera de Perú con Chile me encontré con un motorista en una KTM azul en la gasolinera de Calama. Se acercó en su montura con tal mal tino que sus maletas empujaron las mías y, al estar en cuesta, me tiró. Así empezó una gran amistad con un hombre curioso, un artista sobre la moto, músico y payaso.

En San Pedro de Atacama tuve el único accidente de mi viaje. Me caí en el fes-fes, la “chusca” como la llaman aquí, y la moto cayó encima de mi pie izquierdo. Esto me obligó a quedarme más de veinte días en el desierto de Atacama, un lugar mágico pero polvoriento y seco, en un camping, el Taka-Taka, de San Pedro. Y, como consecuencia, Andrés, el chileno, se quedó conmigo para ayudarme a mover hasta que pudiese subir en mi montura, por entonces una BMW F650GS. Una tarde de calor, bajo un árbol de la familia de los sauces que aquí llaman pimientos, me contó la historia de la Negra Ester y me prometió que, si llegábamos juntos al sur de Chile, me invitaría a conocerla en persona. E así foi.

Arribamos a la isla de Chiloé, arquitectura holandesa, palafitos y días de viento y nubes.

Cuando mi pie me permitió aguantar el peso de la moto, partimos rumbo al sur en un precioso viaje en zigzag entre Chile y Argentina, pasando los Andes de un lado a otro, por pistas interminables, subidas increíbles con abismales barrancos, nieves a más de 4.000 metros y un paisaje lleno de islas y preciosos atardeceres cuando llegamos a la Carretera Austral. Y tomando más de un ferry, arribamos a la isla de Chiloé, arquitectura holandesa, palafitos (casas sobre el agua) y días de viento y nubes. Por fin iba a conocer a la Negra Ester.

El, unha muller chilena que vive en San Antonio, prostituta, bonito ata dicir o suficiente, elegante e divertido, é a envexa das mulleres locais, xa sexan "bo vivir" ou malo. Un home, Roberto, estivo namorado ata as barras dela sen ser recíproco. Esta bella “negra se acaba enamorando locamente de este galán, quien decide abandonarla, tonto él, para que ella encuentre una pareja mejor. E así. El, me siguen contando, le olvida tras mucho desamor y se casa con un hombre de buena situación social, abandonando su antigua profesión. Pero el tiempo pasa y Roberto no la olvida y por eso decide volver por aquel puerto chileno para encontrarla e intentar enamorarla de nuevo. Pero la Negra Ester se ha casado y le ha olvidado. Roberto, abatido, vuelve a irse. Ella sigue viviendo con su marido hasta que, un día, la muerte le hace la única visita. Por ese tiempo, Roberto se decide de nuevo a recuperarla, encontrándose con la nada en su lugar.

una mujer chilena, prostituta, bonito ata dicir o suficiente, elegante e divertido, é a envexa das mulleres locais

¿Y cómo la he conocido si no vivía en Chiloé y estaba muerta? Os estoy hablando de una obra increíble, la más vista de en este país, inspirada en el poeta Roberto Parra y adaptada por Andrés Pérez Araya (1951-2002), el dramaturgo más importante de la historia moderna de Chile. Andrés, mi compañero, es su único hijo y me invita a vivir entre bambalinas este increíble espectáculo que es la obra de La Negra Ester, que lleva más de 20 años en cartel (a partir de 1988). Así me empapo de la vida de una familia de teatro. La Negra Ester es representada por la hermanastra de Andrés y es su madre, Rosa Ramírez, que antes hizo también ese papel, quien dirige la obra con la maestría de una sabia, de una vida dedicada a ella y al fallecido Andrés.

La vida en el teatro es comunal, todo se hace entre todos. Una vez montado el escenario, los músicos afinan sus instrumentos mientras que las luces de las pequeñas mesas de maquillaje se encienden detrás del decorado. Las perchas del vestuario corren de un lado a otro. Todos se miran y ayudan, se apoyan. Están nerviosos. La obra va a comenzar. Una escenografía cuidada, una iluminación de cine, un elenco bestial, una obra musical que me hace reír y llorar… Termina y los trece actores y músicos despiden al público. Todos nos levantamos y aplaudimos un buen rato. Nos han hecho trasladarnos a otra época y, a mí, a otro país.

Aprendí que el escenario se barre hacia adentro, que no hay nada amarillo, que todos cocinan y que hay siempre que colaborar.

Toca recoger, entre todos (me incluyo). Doblamos ropas, guardamos en sacos y baúles. Se comienza a desmontar el decorado; unas desmaquillan; otros cargan el camión. Aprendí que el escenario se barre hacia adentro, que no hay nada amarillo, que todos cocinan y que hay siempre que colaborar. Son una familia.

La cena es divertida. Todos juntos en un bonito restaurante de Chiloé comemos pescado y bebemos vino. Se ríen y piensan qué van a hacer en estos días de descanso. El autobús hasta Santiago parte por la mañana. Nosotros seguiremos en nuestras motos hasta Ushuaia y nos volveremos a ver en la calle República, en Santiago de Chile, donde El Gran Circo teatro tiene allí su casa, su centro cultural.

Conocer a Rosa Ramírez ha sido un honor. Una mujer fuerte, tremenda, dura pero amorosa, que dirige con maestría la obra que más tiempo representó, dejando el relevo en manos de su hija, una joven de ventitantos que, desde pequeña, creció entre bambalinas, y a la que no le ha hecho falta estudiar el diálogo, pues se lo sabía de memoria desde que tiene cuatro años.

Y yo continúo con Andrés y su saxo tenor, del que no se separa ni en estos largos viajes en moto, ni de su nariz de payaso, ni de su amor por el arte y la música, heredada de sus padres y aprendida en el Circo del Sol en el que pasó su juventud, allá por las tierras del norte de Europa.

 

 

Aquí está o camiño0
Aínda non engadiches produtos.
Continúa navegando
0
Ir ao contido