Ésta es una historia sin voz, un relato sin apellidos, un pueblo sin tierra. Cuando en 1948 comenzó la guerra de Myanmar –antigua Birmania- los padres de los padres de los padres de los niños karen no imaginaban que sus biznietos acabarían desnortados en los territorios de Tailandia.
La etnia karen ha sido dispersada y hoy, decenas de miles de indígenas son castigados lejos de casa. Algunos pocos han conseguido establecerse de forma legal arrastrando su cultura y sus credos a pequeñas aldeas en las montañas, junto a los arrozales. Son los más afortunados. Ellos sólo han perdido sus tierras, pero mantienen sus telares, sus canciones y la dignidad de su cultura.
La etnia karen ha sido dispersada y hoy, decenas de miles de indígenas son castigados lejos de casa
Otros se consideran afortunados –“life is good here”, alcanzan a decir- al otro lado de una alambrada. Son los campos de refugiados a los que asisten algunas ONGs e instituciones gubernamentales. Se les considera campos “temporales”, pero después de más de una década, suena a chiste de mal gusto.
Muchos niños no conocen el mundo más allá de la frontera del campo de refugiados. Familias enteras viven hacinadas a la espera de retornar a una tierra que empiezan a olvidar.
Familias enteras viven hacinadas a la espera de retornar a una tierra que empiezan a olvidar
Otras comunidades sobreviven erguidas, exhibiendo sus costumbres para asombrar a los turistas, a cambio de unas monedas. Son las llamadas mujeres jirafas, que se deforman el cuello añadiendo aros metálicos a lo largo del cuello. También son mujeres karen y también vienen de Myanmar, pero se han instalado en un escaparate humano desde donde pueden alimentar a sus hijos.
La imagen de las mujeres de cuello de jirafa –o mujeres jirafa- tiene algo de obsceno. Es incómodo ver cómo las muchachas han de convivir con los collares, sin poder si quiera bajar la cabeza para lamentar su destino, cargando ajuares.
La fundación española Colabora Birmania nos abrió las puertas de Mae sot, pero nunca dijeron que cruzarlas iba a ser una experiencia agradable
Pero no son los pueblos de las montañas, ni los campos de refugiados, ni siquiera las aldeas de las mujeres jirafa las que muestran las heridas abiertas de este pueblo. Hay que viajar hasta Mae Sot para entender dónde se ha instalado sin contemplaciones la desesperanza.
La fundación española Colabora Birmania nos abrió todas las puertas, pero nunca dijeron que cruzarlas iba a ser una experiencia agradable. Javier García es uno de sus fundadores y con él recorrimos una villa de gente sin papeles, de gente karen que ha acabado varada en aquel lugar de barro y escombros, sin salida, sin futuro ya.
Muchas familias se ven obligadas a vender a sus hijos, con la esperanza de entregarles a un mundo mejor
El drama puede resumirse así: los exiliados de la guerra cruzan la frontera de forma ilegal. No tienen documentos, dejan atrás sus hogares y su identidad. Como decía Javier “es como si no existieran”. Se convierten en mercancías, atrapadas entre la guerra y la ilegalidad, izgubljen, sin más opción que entregarse a un latifundista tailandés, un amo que les cede un pedazo de tierra inmundo a cambio de… a cambio de todo. De su trabajo, de su silencio y de su destino. Es una forma de esclavitud que nadie se atreve a denunciar.
Muchas familias se ven obligadas a vender a sus hijos, con la esperanza de entregarles a un mundo mejor, nadajmo se, a una familia con escrúpulos. Los más pequeños desaparecen en la aldea. Todos los meses hay secuestros que nadie puede reclamar pues los hijos tampoco existen. No están documentados, no hay amparo posible para ellos, ili gotovo.
Todos los meses hay secuestros que nadie puede reclamar pues los hijos tampoco existen. No están documentados
Porque es precisamente ahí, en ese abismo, donde aparece Colabora Birmania. La fundación acoge a casi mil niños, los escolariza, los alimenta, los salva.
“La semana pasada desapareció uno de los alumnos” nos contaba el director de un centro. Y nadie protesta y la vida sin vida continúa. Aquí se llora en silencio, pero también se trabaja sin hacer ruido, se lucha contra la desdicha, se levantan guarderías donde decenas de niños tienen la oportunidad de serlo, sin trabajar como adultos, sin perder la infancia de golpe a los cuatro años de edad.
El almuerzo es el mejor argumento para convencer a los padres de que dejen a los niños ir a la guardería
Nos contaba Javier que lo más importante es encontrar financiación para conseguir el almuerzo. Ese es el mejor argumento para convencer a los padres de que dejen a los niños ir a la guardería. Y una vez allí los enseñan. Los niños sacan los cuadernos y pintan de colores un mundo distinto, una vida paralela. Al menos tienen tiempo para imaginarla. Allí se ríen y allí juegan, allí se reconcilian con un grupo de personas en las que por fin pueden confiar. Más allá de las paredes de la guardería, se extiende el drama de su otra realidad, la que puede acabar secuestrando a un hermano que camina de vuelta a su casa sin colchones.
Es la conciencia de un futuro la herramienta más poderosa para combatir el presente. Algunos jóvenes estudian en otros colegios de Colabora Birmania. Supongo que allí aprenderán de dónde vienen los karen y adónde podrían regresar.
Surađuje u Burmi su se navikli na čudesa, množenjem riža i osmjesima
No hay nada más necesario que los hombres y mujeres con capacidad para cambiar el rumbo de las cosas. Surađuje u Burmi su se navikli na čudesa, množenjem riža i osmjesima. Oni su prkosio propast i škole su porasle četvrti sklopio s kartonskim kutijama. Es demasiado feo para mezclarse, demasiado triste para instalarse ahí. Sólo la gente excepcional se atreve con eso. Sólo los héroes.
El día de mañana muchos karen estarán de deuda con ellos y ellos, personas como Javier, Marc, Meri, Carmen, Rebeca, Sara, Mue, Aung… seguirán allí, mientras el resto del mundo mira hacia otro lado.