Il volo di «Audace»

Da: Miquel Silvestre (testo e foto)
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(En la ruta de Miquel Silvestre por el planeta nos habíamos saltado el post del vuelo a América del Norte. Perdonarán los lectores que demos este salto atrás, pero nos gusta contar su viaje por completo)

Mientras las BMW no tengan flotadores, será imposible completar una vuelta al mundo en moto sin coger dos o tres aviones para superar esos pequeños accidentes llamados océanos. Habiendo llegado a Manila saltando de isla en isla, me veo obligado a coger un vuelo por tercera vez en esta Ruta de los Exploradores Olvidados. Es el único modo de superar el Pacífico, ese inmenso montón de mar que descubriera Núñez de Balboa en 1513 después de cruzarse a puro huevo el Istmo de Panamá. Mi destino, Vancouver, ciudad canadiense situada frente la isla del mismo nombre, pródiga en historias de exploradores españoles olvidados.

Allo stesso Volare. Odio gli aerei, aeroporti, compagnie aeree e le loro procedure

Allo stesso Volare. Odio gli aerei, aeroporti, compagnie aeree e le loro procedure. Non è la paura, ma la ribellione contro gli irritanti canali organizzati di consumo di massa e trasporto di massa. Gli aeroporti sono fabbriche inconvenienti e ritardi. Aborrezco pasar controles de seguridad, no me agradan los arcos detectores de metal, siento animadversión por las colas, las esperas y esos largos ratos que se malgastan con una tarjeta de embarque en las manos y la mirada perdida en el monitor de salidas.

El flete aéreo es más rápido, pero suele ser más caro. A veces carísimo, como ocurre en Filipinas. Me piden 4.500 20,. Descarto esta opción por inviable económicamente. El transporte marítimo supone unos 1350, que puedo pagar gracias al patrocinio de Salami SA, una empresa de productos cárnicos que apoya decididamente el mundo del motociclismo y ha patrocinado a gente como el corredor del Dakar José María García, al piloto del TT Juan Maeso, al viajero en 125 Fernando Retor o a la sin par trotamundos Alicia Sornosa.

El día señalado lavo bien la moto para cumplir con los estándares canadienses de seguridad e higiene

El día señalado lavo bien la moto para cumplir con los estándares canadienses de seguridad e higiene y empaquetamos la moto en una caja de madera, escribo su nombre en un lateral. “I am Atrevida”. La bauticé así en honor a una de las corbetas de la Expedición de Alejandro Malaespina, quien a finales del siglo XVIII acometió la empresa de visitar las posesiones que la Corona Española tenía dispersas por el planeta.

Tras dejar el paquete cerrado y listo para embarcar, voy al aeropuerto. Cuando entro en la cabina, veo que voy a compartir espacio con una señora de unos sesenta y tantos años. Oh dear, nunca toca tía buena. Me arrellano y en cuanto despegamos, comienzo a pedir por esta boquita que Dios me ha dado y van cayendo vinos y cervezas.

Apagan la luz como en las granjas de pollos. Todo el mundo a callar y a dormir. Es un modo de luchar contra el jet lag. Viajando hacia el este, aterrizaremos antes de la hora en la que despegamos. Efecto comprobado por primera vez en el viaje de Elcano cuando en 1523 llegaron a Cabo Verde, frente a las costas de África, e 18 supervivientes de aquella atroz odisea preguntaron qué día era. Los portugueses les dijeron que jueves cuando para los embarcados era miércoles según el puntilloso diario de Pigafetta. También para mí el tiempo se ha vuelto elástico e irreal mientras deambulo por la límpida sala del aeropuerto internacional de Vancouver sin saber qué hora del día es. Es lo que tienen el jet lag y la resaca, que se pierde toda noción de la ubicación espacio temporal.

Pero ningún estupor dura para siempre. Mientras la cinta me traslada sin caminar, de pronto contemplo toda esta limpieza y modernidad y me doy cuenta de que, infatti, he dejado atrás Asia, su caos y su superpoblación. He pasado cinco meses allí y ya me había acostumbrado. Ahora por fin soy consciente de que comienza mi aventura americana y todavía no sé cuál es mi lugar en este nuevo universo de pulcra indiferencia.

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