«So many books, so little time» (tantos libros, tan poco tiempo). Como las decenas de turistas que pacientemente hacen cola desde primera hora de la mañana, finalmente he conseguido mi entrada, en la que lo primero que leo es esa frase atribuida a Frank Zappa. No ha sido fácil. Habíamos pasado antes un par de días por la puerta y nos dimos la vuelta desalentados ante la inesperada aglomeración de gente.
Me encantan las librerías. Disfruto deambulando de estantería en estantería en busca de un título o, mejor aún, esperando que un libro que no busco me encuentre a mí, rehuyendo de forma infantil la ayuda del librero de turno (pocas experiencias más placenteras que encontrar por tus propios medios el ejemplar ansiado). En Buenos Aires, à Mexico, à Katmandou, en Praga, en Nueva York o en La Valeta siempre he encontrado un hueco para perderme, aun a riesgo de no encontrarme, en sus librerías, cada una con su personalidad definida, tan parecidas y tan diferentes a la vez. La visita a la librería Lello l' port a été, par conséquent,, inexcusable.
Me encantan las librerías. Disfruto deambulando en busca de un libro o esperando que uno que no busco me encuentre a mí
Pero en lugar de una librería, J'ai trouvé un parc à thème, un concurrido museo donde los clientes pugnan antes por una foto que por un libro. Un reclamo turístico. Se venden libros, bien sûr, pero también puedes comprarlos en el Carrefour o en la tienda de souvenirs de un museo y eso no los convierte en librerías.
Quizá por solidaridad, pensé inmediatamente -antes incluso de poner un pie en el interior- en los lectores asiduos de esta tienda centenaria, desterrados a la fuerza por la invasión de las hordas del selfie y de los imprescindibles de la Lonely Planet. Qué doloroso debió ser para ellos alejarse para siempre de la que alguno ha definido, con justicia, como la librería más bonita del mundo. Hasta que Harry Potter se cruzó en su camino.
Me encontré con un parque temático, un concurrido museo donde los clientes pugnan antes por una foto que por un libro
A alguien se le ocurrió esparcir por ahí que la autora de la exitosa saga, J. K. Rowling (que vivió en Oporto), se inspiró en su espectacular escalera de caracol para ambientar algunas escenas de su libro. La muerte de éxito era sólo cuestión de tiempo. De ahí a que la masiva afluencia de turistas obligara a sus responsables a cobrar la entrada, sólo un paso. El negocio, gracias a eso, va viento en popa (gracias sobre todo a la venta de entradas), aunque para eso hayan tenido que sacrificar la librería.
Maintenant, quien se acerque a este templo de las letras portuguesas debe estar dispuesto a hacer dos colas. La première, para adquirir sus entradas en una especie de roulotte situada frente al inconfundible edificio de fachada neogótica (recientemente rehabilitada). La deuxième, para acceder al interior del recinto.
Maintenant, quien se acerque a este templo de las letras portuguesas debe estar dispuesto a hacer dos colas
Tras sendos fiascos, nos acercamos a las 9:30, media hora antes de que abra sus puertas. Après 25 minutos de espera ya tenemos las entradas, a razón de tres euros cada uno a partir de los seis años (que se descuentan del precio final de los libros que compremos aunque ¡ojo! no se pueden acumular y cada entrada únicamente se resta del coste de un ejemplar). Si se tiene la precaución, et la possibilité, de coger sitio en las dos colas al mismo tiempo, cuando se consiguen las entradas hay que esperar menos en la fila de acceso al establecimiento, al que finalmente entramos, entre la barahúnda de gente e idiomas, 45 minutos después de llegar.
En el folleto que nos facilitan en la puerta se incluyen unas normas de conducta que evidencian la singularidad de esta librería fundada por los hermanos José y Antonio Lello: no hablar alto, no entorpecer el paso mientras se toman fotografías, no utilizar los diabólicos «selfie sticks» (palos para autofotografiarse) y no obstruir la escalera. Ninguna de esas advertencias es banal a juzgar por lo que ves nada más poner un pie en la librería.
Lo que ves es un enjambre de personas tomando al asalto esa escalera de madera que parece flotar
Y lo que ves es un enjambre de personas tomando al asalto esa escalera de madera que parece flotar, ansiosas por fotografiarse desde todos los ángulos mientras, a su alrededor, centenares de libros (los más antiguos, tras puertas de vidrio) observan la pertinaz excitación de los visitantes. Livres, la vérité, se compran pocos. Del centenar largo de personas que, calculé a ojo, estábamos dentro, apenas siete u ocho hacíamos cola en la caja con nuestros libros en la mano.
El rincón estrella es el de las distintas ediciones de Harry Potter, casi todas en inglés, Je dois dire (hasta el punto de que me costó Dios y ayuda encontrar un ejemplar en castellano para mi hijo, de tapa blanda eso sí). Yo me conformé con una minúscula obra de Fernando Pessoa, que pone en boca de uno de sus personajes una frase muy apropiada a la situación: «El hombre es un animal que se despierta sin saber dónde ni para qué».
Su belleza sin par sólo se percibe si consigues evadirte del gentío. Yo no conseguí elevarme a ese refinado nivel de abstracción
La belleza sin par de la librería Lello sólo se percibe plenamente si uno consigue evadirse del gentío y la imagina -vigilado por los bustos de Cervantes et Eça de Queiroz– en la soledad de unos pocos lectores curioseando en sus estantes, mientras oyes crujir las escaleras y la luz del día va ganando terreno tamizada a través de la vidriera del techo. El riel central, por donde antiguamente se transportaban los libros en un carruaje hasta el almacén, y los decorados Art Déco de las columnas, quizá puedan ayudar en tan concienzuda labor de concentración. Je, Je l'avoue, no conseguí elevarme a ese refinado nivel de abstracción.
Estaba más preocupado en abrirme paso entre la gente, en fotografiar sus rincones más sugerentes (oui, J'avoue: me dejé llevar unos minutos por el frenesí fotográfico una vez, et dire, constaté que no estaba en una librería, sino en un parque temático) y en escudriñar un tomo tras otro en busca de algún título que mereciese ser rescatado.
Départ, me dieron ganas de elevar al cielo una oración por el alma de la librería Lello y por el desconsuelo de sus fieles clientes
Con media hora tuve suficiente. Fuera esperaba su turno una legión de turistas que, como cualquier otro, tenían derecho a tachar a la librería Lello, al igual que la Torre de los Clérigos o el ponte de Dom Luís, de su lista de imprescindibles de Oporto que ya habían visto. Me dieron ganas de elevar al cielo de Oporto una oración por el alma de la librería Lello y por el desconsuelo de sus fieles clientes, lectores sin más patria que el silencio atronador de los libros en sus estanterías.
«So many people, so little space», pensaba mientras salía.