Zimbabue es polvo y piedra. Un país casi muerto, un fantasma que sobrevive por inercia, por salvaje. Su campo es cruel, fermoso, desordenado. Zimbabue es el África de ayer. Sus gentes son cultas y simpáticas pero en sus rostros se intuye el desencanto de todo lo que no les permiten ser. Zimbabue se mata en su pasado sin saber si volverá a nacer.
Zimbabue es polvo y piedra. Un país casi muerto, un fantasma que sobrevive por inercia, por salvaje. Su campo es cruel, fermoso, desordenado. Zimbabue es el África de ayer. Sus gentes son cultas y simpáticas pero en sus rostros se intuye el desencanto de todo lo que no les permiten ser. Zimbabue se mata en su pasado sin saber si volverá a nacer.
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Zimbabue es polvo y piedra. Un país casi muerto, un fantasma que sobrevive por inercia, por salvaje. Su campo es cruel, fermoso, desordenado. Zimbabue es el África de ayer. Sus gentes son cultas y simpáticas pero en sus rostros se intuye el desencanto de todo lo que no les permiten ser. Zimbabue se mata en su pasado sin saber si volverá a nacer. Fui varias veces a su encuentro y siempre cuando marchaba por sus fronteras de cemento y trapo reflexionaba si sabía lo que acababa de ver. No sé si alguna vez lo supe, todo es complejo en ese mundo de muerte, miseria y orgullo. «Adiós Mugabe, viejo león hambriento de la sabana», creo recordar que balbuceaban mis labios. Sempre. Como un lamento, como un deseo.
