Un barco yanqui en La Habana

Para: Javier Brandoli (texto e fotos)
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La tarde anterior a su llegada había familias mirando el horizonte. ¿Saben si llega hoy el barco yanquí?, le pregunté a dos parejas que me fijé que no hacían nada desde hacía unos minutos que no fuera mirar el ir y venir de las olas. «Eso estamos esperando, que llegue», me respondieron ellos con una media sonrisa. Y yo contemplé a su lado, durante algunos minutos más, ese mar de La Habana desde el que la alegría cubana se cierne en algo de tristeza, en marcha apresurada y en cuerpos que se hunden tratando de encontrar algo de libertad.

Qué más da lo que haya al otro lado, si es mejor o peor, supongo que nadie es inmune a que le quiten por decreto la capacidad de soñar o hasta de equivocarse. Y entonces el mar, las olas, el humo y la noche. Sin barco, sem nada. Aquella tarde vimos un atardecer en el Malecón en el que se escuchaba música, se veía a las parejas quererse sin alambiques, sólo con golpes de carne, y algunos niños buscar entre las rocas del mar basura inservible que poder tirar en otro lado.

Se veía a las parejas quererse sin alambiques, sólo con golpes de carne

A la mañana siguiente la plaza de San Francisco era sin embargo una pequeña fiesta. A un lado del muelle un inmenso crucero que esperó 50 años para volver. Al otro una troupe de cubanos, ataviados de todos los estereotipos isleños posibles e inventados, a los que más allá de esas acaloradas discusiones occidentales políticas de buenos y malos, que les importan un carajo, arribaba otro barco con unos cuantos dólares con los que dar de comer a sus míseras familias.

En Cuba hay muchas cosas reseñables he entendido en esta breve estancia: hay educación, saúde, Segurança, falta de libertad y hambre, mucho hambre. Hay una foto que tomé, es una de las que verán arriba, en la que se resume bien esta sensación: se ve a una cubana que recibe unos dólares de un turista gringo recién bajado del crucero con la ansiedad de tomarse algunos mojitos que sus padres no pudieron beberse. La foto es simbólica, se podría usar como ejemplo de esa esperada entrega de los isleños al dinero yanqui, pero la verdad es que eso no es una cuestión de estadounidenses y cubanos, esa misma mujer disfrazada de bailarina canta y baila para un samurái, un inuit o un tuareg si le paga por ello. Las controladas o prohibidas internet y televisión de pago supongo que son una amenaza mayor que ese enorme barco.

Canta y baila para un samurái, un inuit o un tuareg si le paga por ello

Lo emocionante que se vivió con la llegada del barco es que en la isla empiezan a pensar que la llegada del «morenito» (Obama), de un barco y de una embajada más formal que Guantánamo puede suponer el comienzo de su camino a la libertad y quién sabe si al abismoEn Cuba todo se habla en voz baja, midiendo héroes que venerar y deseos por cumplir. Nada me pareció negro o blanco en una población que vive con orgullo y hastío su victoria sobre el imperio y derrota en sus casas. Em qualquer caso, esta es la pequeña crónica que se publicó en la edición de papel de El Mundo sobre esa histórica jornada que viví en la que el primer crucero gringo llegó a La Habana tras 50 anos:

La crónica

«Cuba, Cuba, Cuba», gritan algunas de las decenas de personas congregadas frente al puerto internacional de La Habana. Algunas llevaban desde el día de ayer, cuando estaba previsto que llegara el crucero, aguardando el regreso de un barco que significa algo más que un símbolo. «Hemos esperado 50 años esto. A los cubanos nos gusta que venga gente de todos los países», dice a El Mundo Isabel, una cubana que en tono más bajo dice «yo vi salir por ese mar a algunos y ahora quizá les vea volver».

‪El crucero Adonia, que trae doce cubano-estadounidenses, tuvo que saltar el último escollo de la enemistad política de ambos países: los cubabos tenían prohibido regresar por mar a su patria. Una ley de los tiempos de los balseros en los que las barcas que cubrían este trayecto eran de neumáticos y madera que se tragaba el mar. El Gobierno cubano cambió su directiva el pasado 22 de abril permitiendo de nuevo que los naturales de la isla puedan regresar por mar a casa.

También Estados Unidos, ahora ya somos amigos

‪La esperada llegada de los yanquís se convirtió en particular festejo cada vez que se reconocía a un cubano entre los turistas. Un hombre de mediana edad enseguida se vio rodeado de decenas de cámaras y aplausos mientras balbuceaba «feliz de volverca casa». Pesquisa, Gladys, discutía con un hombre que no paraba de corear «Cuba» y «patria». «También Estados Unidos, ahora ya somos amigos», replicaba ella. Em seguida,, y de nuevo usando la preceptiva voz baja, suelta: «Ellos ya pueden venir, ahora queda que nos dejen a nosotros salir», a lo que un señor añade «lo que no se puede hacer, no se puede hacer hasta que se pueda», con una tímida sonrisa.

‪Tras la llegada, Havana, en la que es imposible encontrar un coche de alquiler por la llegada de los yanquis, se vistió de fiesta. Hombres vestidos de guerrilleros, bailarinas exóticas y músicos ganaban dólares a granel con un caluroso recibimiento. «Yo le bailo y sonrió al demonio para poder comer», explica una mujer vestida igual que la última vez que llegó aca un grupo de estadounidenses.

No lejos, en el museo de la Revolución, un hombre mayor ataviado a la moda revolucionaria de «los barbudos», ve pasar una comitiva de turistas. «Los americanos siempre vinieron a joder», diz. ¿Traeran dólares?, dicen algunos de sus compatriotas. «No sé qué pensará Fidel, pero el dinero hace falta desde luego», responde mientras encamina lento el centro de una ciudad que celebra una fiesta que esperó 50 anos.

 

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