Nunca busqué la calma. Nunca fue un valor, ni ha sido algo que añoraba. He buscado en mi vida emociones en las township de Sudáfrica, las selvas de Mozambique, los arrabales de Roma, las marmitas de Lima, los trenes de India, entre los narcos y presos en Chihuahua.
Una vida detrás, muchos años acostumbrado a elevar la apuesta de una emoción, seguro que también de un ego profesional y de una curiosidad vital, para sentirme más vivo. Había también una inocencia, un inicio, otra edad.
Cables de la luz colgando de todas partes, basura acumulada, una historia difusa y mal explicada
Y entonces llegó Bangkok. Nunca me interesó mucho el sudeste asiático. Su turismo masivo me incomoda, sus paisajes están muchas veces demasiado contaminados de muchedumbres y plásticos, me faltan carcajadas y me sobra negocio. El problema es que hay poco en el medio para elegir. O esa oferta de todo a un euro en rebajas, o un complicado laberinto donde las ciudades y pueblos se repiten. Cables de la luz colgando de todas partes, basura acumulada, una historia difusa y mal explicada, lo barato convertido en eximente. Por supuesto que hay belleza, pasado y arte, tribus y una cultura propia, pero me cuesta más enganchar con todo eso aquí que en otros lugares.
Es una percepción propia que sentí ya cuando en 2014 me pasé un mes viajando por Laos, Tailandia y Camboya, y no me llegaron grandes emociones salvo en Bangkok. Me llegó calma, si, pero yo aún no estaba preparado para valorarla. Bangkok fue distinto porque teníamos un amigo casado con una tailandesa y ellos nos enseñaron la urbe que no salía en la Lonely Planet. Y me interesó ese espacio tanto que ocho años después Francesca, miña esposa, e eu, decidimos venir a vivir aquí.

Y resulta que la urbe me ha dado una lección que lo ha removido un poco todo. Quizá no ha sido una lección, ha sido un aprendizaje. Lo primero te lo enseñan, lo segundo lo aprendes. O quizá es que me hago más viejo, que me fui hace 15 años de mi casa de Madrid y la vida me ha hecho más contemplativo. No es el mundo que tenía alrededor lo que me ha impactado, es el modo de relacionarme con él.
De Bangkok se escribe mucho. La ciudad del pecado barato, de los monjes budistas y templos dorados convertidos en selfie más que en rezo, de la prostitución industrial, la marihuana, lo tatuajes cool, las noches de farra y las cenas de escorpiones. ¿Qué tailandés come escorpiones? Nunca me interesó esa ciudad. Ese es el Bangkok que me aburre. Yo encontré acomodo en una urbe más solitaria e íntima de la que ahora me cuesta partir. Déjenme que les cuente.
Es muy difícil adelantar en Tailandia. En coche o caminando es complicado hacerlo. Eso a veces me estresa. Vas detrás de gente que camina muy despacio, despreocupada, casi ocupando la totalidad de una acera o pasillo estrecho. Y si alguien tiene más prisa, se queda detrás, espera, y cuando hay un hueco, sen dicir nada, se cuela sin ningún aspaviento.
Los vehículos van indistintamente por el lado derecho o izquierdo de la carretera. Non mova, no se quitan.
Con el coche es aún peor. Los vehículos van indistintamente por el lado derecho o izquierdo de la carretera. Non mova, no se quitan. Ellos van a una velocidad constante, muchas veces despacio, y tú, si tienes prisa, te encuentras haciendo un eslalon entre ellos. Pero lo curioso es que nadie les da las luces, o suena el claxon, para exigirles que se retiren. El coche que va más deprisa cambia de carril, traspasa por la izquierda al que tiene delante, sin que se perturbe nada. Eres tú, impaciente, el elemento extraño. ¿Corres para qué? ¿Dónde vas? ¿Por qué tienes prisa? Me he hecho tantas veces esa pregunta estos más de dos años y medio que a veces levantaba el pie del acelerador porque no sabía qué contestarme. ¿Por qué corres Brandoli, por qué corres?
Ás veces, incapaz de controlar mi impaciencia, me iba hasta al arcén, pasaba el coche, alguna vez balbuceaba improperios, pero pocas veces se me ocurrió tocar el claxon o dar las luces. Y cuando lo hice me encontré tan fuera de lugar que me sentí un cretino. Camino y conduzco más despacio en este país por una pregunta que nunca me había hecho y que aquí he aprendido. ¿Por qué tengo prisa? ¿Ustedes saben por qué tienen prisa?

En Bangkok aprendes que tu yo individual no está por encima del yo plural. Ahí está el secreto, esa es la gigantesca diferencia entre este Oriente y Occidente. Vives en una sociedad, Polo ben e polo malo, supongo que influencia del budismo y su karma, en la que no sólo eres responsable de tu vida y entorno, eres responsable del de todos los demás. No creo que un tailandés sea más solidario que un español o italiano, hablo de otra cosa. Su responsabilidad no es salvar el mundo, es no alterarlo.
Esa es la parte sagrada. No se agrede, no se pone una mala cara. Correr es un vicio innecesario. Se corre sólo ante el trueno y el fuego, ante la muerte y el llanto. El resto es vida, y la vida se espera, se deja que fluya. Se vive en plural porque el espacio vital se entiende compartido. Es un modo de vivir. Lo aprendes, lo interiorizas, lo asumes. En Occidente eso no sucede. La vida eres tú, tus deseos, tus derechos y libertades. El yo liberal que hemos construido con sus enormes virtudes y defectos. No estoy aquí juzgando o eligiendo qué es mejor, estoy intentado explicar qué es distinto.
Correr es un vicio innecesario. Se corre sólo ante el trueno y el fuego, ante la muerte y el llanto.
El tráfico de Bangkok es terrible. No es peor que el que viví en Ciudad de México o el de Roma en algunos momentos, pero hay un detalle que ya mencioné que lo hace diverso: no se escucha el pitido de los coches. No es un detalle menor, es un carácter.
Y aún sorprende más que en medio de esa congestión nadie se opone a que aparezca un tipo con una bandera roja en la calzada, la levante, y de un edificio o callejón salgan vehículos que se te ponen delante. Al inicio me sobresaltaba. Yo venía de Roma. Allí al portero de una finca se le ocurre salir con una banderita a detener el tráfico para que salgan diversos coches de su edificio y es probable que su viuda fuera condecorada días después por el alcalde. Ahora me voy a vivir a Nueva York, donde el portero es posible que también moriría si se le ocurre hacer eso, pero ahí el alcalde condecoraría no a la viuda sino al conductor que se lo llevó por delante.

A veces no hace falta la bandera. Sucede igual en los cambios de dirección de las avenidas. De pronto se cuela, debe colarse, un coche para hacer el giro, y todos, absolutamente todos los coches, se detienen. Nadie enloquece y saca la cabeza por la ventanilla berreando al de delante. Todos entienden que hay otros coches que si ellos no paran no pueden pasar. ¿Entendieron lo que estoy diciendo? ¿Entendieron lo que supone?
Déjenme hablarles de otro ejemplo. El Metro y BTS (tren ligero) de Bangkok son dos infraestructuras de primer nivel. Muchas veces van abarrotadas. A continuación,, llegas a la estación y ves que todo el mundo se coloca en fila por orden de llegada. Da igual la gente que haya, nadie se permite saltar ese orden. Llega el tren. Se abren las puertas. Primero se deja salir a los de dentro y luego uno a uno todos entran en fila. El milagro, yo lo viví como un milagro acostumbrado a llevar la cabeza aplastada contra la puerta en los metros de Madrid, Ciudad de México o Roma, es que cuando ya ven que el vagón va muy lleno muchos se paran y esperan a que venga el próximo tren incapaces de ponerse a empujar al resto. Se quedan fuera para no incomodar a otros. Se incomodan ellos para no incomodarte a ti.
Se quedan fuera para no incomodar a otros. Se incomodan ellos para no incomodarte a ti
Puse dos ejemplos, pero puedo poner mil. Entras en un centro comercial y vas escuchando “sawatdii kráp” (Ola, en tailandés). Se lo dicen a todo el mundo. Siempre una sonrisa, un gesto amable. Lo mismo en el hospital, en el parque, en el centro de exámenes de conducir, cuando vas al banco. La amabilidad es parte de su esencia. No es impostada, es cultura. ¿Eso significa que cada hola, cada gracias, lo sientan como algo intenso y personal? ¿Es un hola de amistad? No, claro que no. De ahí su mérito. Es una estructura social.
No me llevo ningún gran amigo de Bangkok que sea tailandés. Conocidos muchos, amigos ninguno. No he sentido que la gente te acoge y te abre su casa, como sí pasa en México o Italia. No me reído a carcajadas con ellos como tantas veces me sucedió en Sudáfrica y Mozambique. La ciudad tiene algunas carencias importantes para mí: su vida cultural es comercial y poco atractiva; no hay casi aceras, es una ciudad para los coches; hay una contaminación constante que sólo limpia la temporada de los monzones.
Nada es perfecto, no busquen ese lugar fuera que no existe, pero Bangkok me ha enseñado el placer, dije placer, que da que te traten bien, que no te agredan. La amabilidad, la sencillez de poder vivir sin preocuparte del entorno. La felicidad de la calma que no supe que existía antes de venir a vivir a Bangkok, A cidade na que avanzar é un vicio.