África en movemento

A África coa que me quedei é unha muller que atravesa o continente en terra aberta ou por estradas –se as hai– e camiños.. Sempre cun fardo –e o bebé se tes– nas costas ou na cabeza. Sempre só. sempre en silencio. O silencio milenario da fame e da morte.

En diciembre pasado estuve en el Sáhara. Unha vez máis, volví a África. Al poco, recordé una exposición de Miquel Barceló que CaixaForum le montó en Madrid hace ya siete años. Un puñado de magníficas imágenes. Su obra sobre papel también me trajo de vuelta a África. Ese continente de linajes multirraciales que me obsesiona y que llevo caminando de forma regular de unos años para acá.

Sus acuarelas africanas desencadenaron en mí un buen tirón de ojos. Hubo un tiempo en que Barceló me gustó a rabiar. “En vivo” he disfrutado de piezas suyas considerables en cuanto a concepción y tamaño. Sobre papel, ya conocía por otras exposiciones, libros y catálogos sus “ciriales” figuras humanas engalanadas de color. Constituyó una agradable sorpresa tener, después de tanto tiempo y tan “a ojo”, sus impresiones africanas. Mais, me asaltó una punzada de inquietud: ¿existiría algún cruce de caminos en el que yo, viajera obsesiva, pudiese coincidir con el artista célebre?

Las acuarelas africanas de Barceló desencadenaron en mí un buen tirón de ojos

Certamente, los colores y la luz proyectados sobre el liso y brillante papel eran los mismos que mi memoria reconocía en el continente. Sus imágenes habían vestido de vida el mapa de sus cuerpos. ¿Podría yo, por medio de las palabras, conseguir lo mismo? Un análisis más detallado me llevó a concluir que narrábamos desde ángulos distintos. Efectivamente, para ambos, la luz y el color están ahí siempre. Mais, mientras sus sujetos estallan en reposo, los míos lo hacen en movimiento y, nalgúns casos, en soledad.

Los sujetos de Barceló estallan en reposo; los míos, en movimiento

Se trata de hombres carreteando sacos, de hombres jugando quién sabe a qué en cualquier esquina de cualquier calle o carretera, de hombres parloteando a la puerta de sus chabolas o bebiendo incansables en los bares, de hombres en cuclillas en cualquier plaza, mercado o rotonda esperando a ser contratados por algún capataz de multinacional.

O de criaturas cargando a lágrimas contra las faldas arco iris de sus madres, ribeteadas sus narices de mocos. Y de niños –muchos más que niñas– camino de la escuela con resplandecientes uniformes –¿herencia de la colonización británica o voluntad de soslayar las diferencias sociales?. Con almuerzos reducidos a un cuscurro de pan envuelto en una hoja de periódico viejo y aceitoso.

Criaturas cargando a lágrimas contra las faldas arco iris de sus madres, ribeteadas sus narices de mocos

O de mujeres lavando la ropa en el río, de mujeres removiendo cerveza casera a la puerta de sus chamizos, de mujeres tentando negras tortas en el mercado.

En algunas imágenes de Barceló también era patente el vínculo, la comunión entre gentes. También lo es para mí cuando los visito y convivo con ellos. Hace mucho ya que sabemos que, para sobrevivir a la extinción, nuestros antepasados tuvieron que bajar de los árboles y conquistar el planeta “en compañía”; como también “en compañía” hicieron y hacemos la guerra. Y, quizás caminando o corriendo, ellos utilizan las armas que nosotros les vendemos. A los que se quedaron y no emigraron.

He hablado del África que se mueve, pero hay muchas más

He hablado del África que se mueve, aunque haya muchas más. Aquellas que dependen de la época del año, de los países que la conforman o del estado de ánimo de habitante y viajero tras saber de la última plaga que las asola. También aquellas que poseen, para desgracia suya, los minerales que le vendrán estupendamente a la última generación de ordenadores, iPods, iPads y iPhones. Me gusta la emparentada con el arco iris. Con sus intensas y opulentas tonalidades que varían de acuerdo con la hora, el mes y la región.

Me quedo con esas mujeres que caminan África infatigables

Finalmente, está el África con la que me he quedado. Se trata de una mujer que atraviesa el continente a tierra abierta o bordeando carreteras –si las hay– y veredas. Sempre cun fardo –e o bebé se tes– nas costas ou na cabeza. Sempre só. sempre en silencio. O silencio milenario da fame e da morte. A pasos acompasados y bastante más distinguidos, tal vez por descreídos ya de todo, que aquellos que caminan nuestras modelos de Haute Couture por las pasarelas de las tiendas más caras del mundo. Donde compran ropa los ricos más ricos del mundo. Con el dinero de las armas vendidas a los hijos, maridos, hermanos y padres –muertos o emigrados– de esas mujeres que caminan África infatigables. O con el dinero de los minerales necesarios para fabricar la última generación de ordenadores, iPhones, iPods y iPads.

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