Postais en tempos de Covid (II)

Por: María Ferreira (fotos Teresa Basanta)
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ahora mismo somos millones de almas desconcertadas poblando un planeta. Nombramos “enfermedad”, “soledad”, “qué”, al unísono, en distintos idiomas. Algunos hablan de certezas y otros claman que toda certeza es mentira. Por eso hemos de seguir viajando, así, de soslayo, así, narrando o escuchando

Por eso estas postales íntimas, desde diferentes lugares del mundo, que nos hablan de lo universal de este tiempo convulso.

Singurătate
Soledad. Rumano.

Lo bueno de la maternidad inmigrante es no tener que escuchar los chismes de las tías.
“No tiene ni mămăligă en la mesa, cómo va a criar a la niña”.

Al menos una respira a su ritmo, ¿Non? Este piso de 50 metros cuadrados no tiene calefacción, pero las ventanas son gruesas. Lo bueno de la lejanía es que una se reconstruye; la identidad se queda bien limpia, bien vacía de lo que no se es. Lo malo es andar en senderos desconocidos sin guía. Y es que es tan cansado caminar atenta a no tropezar, a no equivocar el camino. Con lo fácil que hubiera sido simplemente seguir los pasitos marcados por la madre y por la abuela, bien reconocibles en el barro.

Lo bueno de la maternidad inmigrante es el poder representar lo mejor de tu tierra, hablar de los buenos momentos, tratar de reproducir sabores y saberes. Lo malo es no poder ir a casa de la abuela y preguntar: ¿entonces la sal se echa antes o después?
¿El fuego lento? ¿Cuándo aprende una a respirar?

Los días de encierro son el exilio en el exilio. Cuesta ser sin que nadie mire. De pronto debes ser madre, parque, árbore, balance, flor, mercado. De pronto las ventanas son un paseo. Pero qué paseo tan feo cuando lo único que ves es un edificio gris, con las bragas de la vecina como bandera. Entonces ya sí se pierde toda referencia, todo se vuelve un poco difuso, podríamos estar en cualquier lugar del mundo.

Pero cuando estoy apunto de perderme una voz me ancla a la tierra con sus por qué.
Mamá por qué. Por qué el agua moja. Por qué tienes dedos. Por qué hay un pelo en la mesa. Por qué el polvo. Por qué la luna y por qué el sol.

Y entonces la magia: el agua moja para ablandarnos y que así podamos crecer. Tengo dedos para trenzarte el cabello y que te trepen los sueños. Hay un pelo en la mesa porque un dragón hambriento estuvo comiendo en ella. El polvo es lo que queda del ayer. La luna para encontrar el camino al sueño. El sol para sanar heridas, para colorear las flores, para hacer del lago un espejo.

El polvo es lo que queda del ayer. La luna para encontrar el camino al sueño. El sol para sanar heridas

Aún no nos dejan salir a la calle. No, no podemos salir a jugar. Mira, nos sentamos y leemos un libro. Mira, en nuestro país hay bosques llenos de hadas, castelos, Xigante, duendecillos en las ramas.

Se ha derramado el agua en el sofá. Está todo ben. Es solo agua. Ya se secará solo.

Casi es tiempo de “Paparuda”, de los hechizos de lluvia que se hacen en verano. Cierra los ojos y te echo gotitas en la cara, cierra los ojos que soplo sobre tus párpados como si fuera el viento. Hoy estamos en las montañas. Hoy la vida es en rumano: “otu-i bine cand se termină cu bine”, decía mi abuela. “Todo lo bueno termina bueno”.

El camión de la basura nos ancla a la realidad.

Mamá, píllame.

Si. Corre. Súa 50 metros cuadrados sofocados con muebles.

Vamos a correr.

Qué rápido, casi no puedo alcanzarte.

Mamá, te quiero.

Casi no puedo alcanzar tu pureza.

Mamá, soy un lobo.

Y entonces el exilio ya no es exilio. Nosotras somos el tiempo. Nosotras somos el mundo.

 

Saudade
Soledad. Desamparo. Xubilación. Portugués.

(Anxela es una anciana de esas que sostienen la tierra entera. Viste de negro y lleva un pañuelo bordado, anudado bajo la barbilla, y unas botas de agua. Trabaja en su huerta con una azada. Se escuchan las campanadas de la iglesia a lo lejos).

“Se me pone la carne a temblar, Bieito, cada vez que las campanas suenan a muerto.
Mira que pasamos cosas tú y yo, pero esta pandemia, estos días, todo parece hecho de otra sustancia, como si fuera un apocalipsis un poco trapallado.

Solo encuentro pedruscos; hasta la tierra está recogida.

Yo no sé, Bieito. Nos han mandado a todos a nuestro sitio, no podemos ni echarnos al monte. Es como una extensión del luto, que ya está bien. Un virus dicen. Los niños chicos andan todos resguardados. Nuestros hijos llaman y dicen que no vendrán a verme. Qué carajo, qué desvergüenza. No vienen a verme porque no vienen nunca, que si ahora el coso este, que si ahora aquel otro. No, non, esta soledad no es cosa de virus, es cosa de esta pobreza nuestra, mía, de haber parido criaturas que el tiempo me ha ripiado del vientre, de las manos. Yo me voy a morir aquí soliña, en esta huerta-tumba, y no se van a dar cuenta hasta que vengan a por patatas.

No, non, esta soledad no es cosa de virus, es cosa de esta pobreza nuestra, mía

También los animales, Bieito. Las dos vacas dieron a luz a lunancos; dos terneriños muertos que parecían una babilla en el barro. Las hembras mugían como cualquier hembra sobre la tierra. Mes, Bieito, las hembras mal nacidas, decías tú. Cuánto hay que sufrir. (Mira alrededor).

Qué solos nos hemos quedado. Todos los paisanos viejos esperando la muerte y los jóvenes espantados. Qué injusto. Lo mínimo es morirse en ojos queridos. Malo será que me muera y ni las nubes vayan a arroiar.

Mes, Bieito, qué más decirte, que si mi voz calla es como si ya hubiera muerto”.

 

h-الفراغ Alfaragh
Vacío. Arabe.

La voz del muecín entra por la ventana y yo estoy desnuda. “Orad en casa”, canta. Las mezquitas se han vaciado, como los clubes nocturnos, los cafés y las escuelas.

Rompo el ayuno con un dátil. En la mesa falta la carne, faltan higos, almíbar, la madre y el padre. Me saciaré con un platillo de arroz. Eso basta. La enfermedad ha desnudado este Ramadán; le ha liberado de excesos y vileza. Le ha despojado de lo mundano. No serán otros quienes admiren nuestros vestidos y metales preciosos.

Seremos solos. Sin juez ni juicio.

Dios ha abandonado los templos y se ha echado a las calles. Deus: las manos de los médicos. Deus: agricultor. Deus: madre que alimenta. Deus: la anciana que limpia. De pronto la soledad a la izquierda y el miedo a la derecha. Xa non somos cordeiros á espera do sacrificio. Xa non agardamos a que nos salve a misericordia. Confía só na carne, habitantes da terra. El nuevo orden cartesiano será califa, será profeta.
La religión ya no más polvorienta y a oscuras. No más policía secreta forzando el credo. Cada oración es una madre que mece al hijo.

Cuarentena y Ramadán amargo. El sacrificio real. Íntimo. A la vecina le doy igual porque está muerta

Cuarentena y Ramadán amargo. El sacrificio real. Íntimo. A la vecina le doy igual porque está muerta. La próxima vez que elija casa lo haré pensando en los toques de queda. La próxima vez que jure mi amor será a un vendedor de billetes de tren. Dios pide asilo político en nuestros estómagos. En nuestros cuerpos de sodomitas y prostitutas. Mira, Deus, soy tus manos. Mira Dios, salvo vidas. Mira Dios, estoy desnuda y beso y amo. Al-tawhid. La unidad de Allah. Mira Dios, no es pecado este vivir. La única aberración es que tus hijos lloren de dolor y tú apartes la mirada.

De pequeña pensaba que el polvo eran partículas de sol entrando por la ventana. Abría mucho la boca y me las tragaba, para ser astro rey. Mi madre me dijo que era arena del desierto. Por eso soy especialista en cargar soledades; estoy hecha de suciedad y dunas.

La vida ahora es un umbral. Todos exiliados en tierra propia. También tú, Allah. Por fin has bajado a la tierra. Mira cómo endulzamos la pesadumbre: datas, cúrcuma, azafrán, hembras y machos y un poco de babas.

Deus, eres también la enfermedad.

Y la humanidad, finalmente, tu celadora.

 

Talaaq
Divorcio. Urdú.

“Talaq, talaq, talaq”. “Me divorcio de ti, me divorcio de ti, me divorcio de ti”. Inmediatamente después de que el marido pronunciara esas palabras, los recién divorciados recibían la confirmación de que ambos habían contraído el virus.

Cuarentena.

Hogar-jaula.

Mais, el aislamiento de dos personas que ya no esperan nada la una de la otra, resultó ser más llevadero que sus años de amor y libertad.

De pronto Bisma se encontró riendo a diario cuando Ameer le ofrecía un té diciendo:

"Bos días, compañera de jaula”.

Ambos miraban juntos por la ventana y admiraban su Lahore querido repleto de flores en las ventanas.

-“La humanidad tiembla al unísono, somos un mismo miedo con mil semblantes” -decía Bisma. Y Ameer se nutría de sus palabras, las integraba en sus entrañas. Los problemas en boca ajena permitían la lejanía, permitían la distancia que requería el entendimiento.

“Los templos en silencio. Las mezquitas en silencio. Quizá las oraciones ruidosas han espantado a los Dioses”, decía Ameer. Y Bisma le miraba a los ojos y veía luz.

Al dejar de pertenecerse pudieron acercarse. Las leyes protegen a los cuerpos pero ahogan el espíritu.

Ambos pasaron el aislamiento siendo alivio.

Cuando la pandemia pasó, salieron de casa. Partieron cada uno en una dirección.

Al anochecer volvieron.

Y cada mañana, Ameer decía: “Buenos, días compañera”.

Porque el amor ya no era jaula, era viaje.

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Comentarios (2)

  • GB

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    Canta sensibilidade, que doce! Grazas, María! Para cando un libro?
    No pierdas nunca tu magia y sigue compartiéndola con nosotros.

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  • Andrea

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    Ben…pues ahora tercera parte…. Teño unha pequena nota. Estudiando un postgrado sobre virus emergentes leo que Pasteur salvó la vida de un niño de 8 años atenuando el virus de la rabia con con sucesivos contagios en cerebros de conejosCuántas cosas ha hecho este hombre y la mayoria de los humanos somos mediocres y nos quejamos de banalidades y yo quiero por encima de todo que mi propio hijo de 8años pueda hacer amigos y jugar a fútbol con ellos en el destino pueblo urbano nuevo que tenemos.

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