Postales desde La Habana

Por: Javier Brandoli (texto e fotos)
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De La Habana recuerdo que un árbol viejo y barbudo ladraba al amanecer. Lo hacía molestando el llanto de un coche enfermo y falso que deambulaba por una calle estrecha sin sombras por las que huir.

Algo más al norte, donde los vientos vienen secos, las gentes bailaban frente a un mar manso y roto. Sus carnes eran precisas y sus ritmos, ufanos de reglas, envestidas sin rezos ni sexo. Olía a hembra y a champú. Allí vimos un atardecer indecente, junto a una familia callada y triste, en el que el sol se diluyó sobre seis olas.

A continuación,, ya en el centro roto de la ciudad, la noche cayó a plomo sobre los perros vagabundos que alterados no sabían cómo despedirse. De pronto sonaba algo de música en un garito y allí andaban todos, con sus rabos delgados y sus costillas en flor, esperando que alguien les recordara porqué no estaban muertos.

acomodar sus manos sudadas sobre las caderas inquietas de los otros

Dentro, el humo del tabaco explicaba que hubo un ayer, y los extranjeros, que bebían azúcar líquido de diversas formas y colores, intentaban acomodar sus manos sudadas sobre las caderas inquietas de los otros. La madrugada parecía entonces retorcerse y ellos, las gentes de esta tierra, creaban arte con golpes de ingenio para engañar su hambre.

Recuerdo un hombre que cantaba canciones tristes junto a un hombre que cantaba canciones alegres. Lo hacían acompasados, quebrando la lógica que dicta que las lágrimas y las risas sólo se merecen en los entierros.

las lágrimas y las risas sólo se merecen en los entierros

Desde una terraza alta en un edificio podrido, aún a oscuras, vi un marco vacío que asomaba a la ciudad explicando que La Habana es un cuadro que revive después de muerto. I, preocupado por entenderlo, observé que las lámparas de algunas casas se iban apagando en total desorden. Se dormía sin reglas, principal indicio que precede al caos de los hombres.

A continuación,, mañá seguinte, cuando la luz demolía conciencias y las almas se asomaban descaradas de nuevo a los balcones, salía a la vida intranquilo porque un golpe o un grito lo hubiera derribado, o peor, ordenado todo. Y otra vez las calles enseñaban la vieja lección de La Habana convertida en condena: nada se necesita para poder ser. Y entonces contemplaba hombres y mujeres sin rumbo y más allá del descaro de sus sonrisas se intuía la tristeza de su amarga victoria

Ladraba un árbol, ladraba un perro y ladraba un hombre.

 

 

 

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Comentarios (1)

  • A revista de viaxes con historias do CONAZO Miami

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    […] su patria llevándose en la maleta algunos recuerdos y milagrosamente intacta su vida; y el médico cubano te dice que está feliz de por fin poder dar un futuro a su familia a la que en todo caso ve en […]

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