Vermello e negro en Managua

Por: José Alejandro Adamuz
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Aquella mañana de julio, cuando la bala le rozó la mejilla, Miríam Martínez Padilla supo que ahí había llegado la revolución. Foi a 17 Xullo 1979, el día de la alegría. Aunque ella aún no lo podía saber, y más bien, si alguien le hubiera preguntado, habría dicho que en lugar del día de la alegría, mejor el día de los hombres desesperados, o, simplemente, de los hombres desnudos, porque ella vio con sus propios ojos cómo militares de la temible Guardia Nacional se desvestían rápidos y andaban como Dios les había traído al mundo por las calles de Managua intentando convertir la ideología en una simple cuestión de armario y así salvar el pellejo. Día 17 de julio entraban las columnas del Ejército Sandinista en Managua y Anastasio Somoza, el último del clan, abandonaba el país escapando a Miami. Acababa la dinastía familiar que había gobernado con mano dura y corrupta Nicaragua durante cuarenta y cinco años.

O 20 Xullo, tres días después de que aquella bala le rozara la mejilla, Miriam Martínez Padilla estaba en la Plaza de la República celebrando la victoria. Y aún se le puede ver entre el tumulto, al lado de uno de los camiones que entran en la plaza cargados de combatientes del Frente Sandinista, con banderas rojas y negras, inmortalizada en la fotografía. Una de esas fotografías que acaban convirtiendo una anécdota en símbolo de una época. La historia me la contó su nieta en una de esas conversaciones casuales que se dan en largos viajes en autobús.

Llegué a Managua con aquella imagen revolucionaria de la Plaza de la República en la memoria

Llegué a Managua con aquella imagen revolucionaria de la Plaza de la República en la memoria. Una Managua de leyenda. Hacía calor y en el taxi que me llevaba desde la terminal al hotel sonaba “Whole Lotta Love” de los Led Zeppelin, una canción caliente para un día caliente, pensé con media sonrisa, y bajé el cristal con la esperanza de que la corriente de aire me aliviara del sudor, pero para lo único que sirvió fue para que el calor entrara mezclado con el ruido de los coches y las voces de los vendedores ambulantes que aprovechaban los semáforos en rojo para vender maní o agua o soda en bolsitas de plástico, que una vez bebidas siempre acaban en el suelo. El suelo de Managua es una alfombra de bolsas de plástico que se pegan en el asfalto semilíquido que flota en las calles.

Rojo y negro en la ciudad

En Managua, rojo y negro no es la novela de Stendhal. Rojo y negro es la bandera del Frente Sandinista y los colores con que se pinta el presente de Nicaragua. Digamos que si la cola nica tiene más de cien años, el presente del país tiene menos de cincuenta años. Su historia es un despropósito que encadena dictadores con terremotos, guerras y políticos corruptos. Que Nicaragua sea el segundo país más pobre de América Latina no es una casualidad, y la capital es un resumen de esta historia.

La Plaza de la República

Empecé a caminar por la Avenida Bolívar, desde la glorieta norte donde está la escultura dedicada a Hugo Chávez hasta la del sur donde se encuentra la de Simón Bolívar. Na realidade, un trazado de cuatro carriles para el tráfico, dos de subida y dos de bajada, flanqueados por solares vacíos y una acera aplastada por el sol. Non máis. Na zona, sobre un enjambre sísmico, está prohibido edificar. Uno camina y camina con la sensación de haberse equivocado de escala, porque esta ciudad no es humana, está hecha a la medida de los automóviles, no de los peatones.

Justo antes de llegar al malecón y al Puerto Salvador Allende, lugar de recreo de la ciudad con vistas al Lago de Xolotlán, y a donde la clase media nica le gusta ir para refrescarse y comer en familia, se encuentra la Plaza de la Revolución, así rebautizada por la Junta del Gobierno de Reconstrucción Nacional poco después del triunfo sandinista. En ella tres mausoleos con llama eterna recuerdan a tres hombres clave de la Revolución Sandinista que derrocó a Anastasio Somoza: Santos López, Carlos Fonseca y Tomás Borge.

Donde la clase media nica le gusta ir para refrescarse y comer en familia

En los laterales de la Plaza de la Revolución se encuentran varios edificios importantes de Managua, los pocos edificios que quedaron en pie después del terremoto de 1972, el Palacio, la Casa del Pueblo y el Teatro Rubén Darío, junto a la antigua catedral que permanece en pie casi como un símbolo de la destrucción que puede llegar en cualquier momento. Esto es de lo poco que los turistas visitan en Managua, más un lugar de paso hacia la Isla de Ometepe o las ciudades coloniales de Granada y León, que una ciudad a donde ir sólo por disfrutar el ir.

Pregunté por la antigua Avenida Rossevelt, pero nadie supo darme una dirección, ni siquiera aproximada, de dónde se encontraba. Igual que tenía en la mente el recuerdo de la fotografía de la Plaza de la Revolución en el Día de la Alegría, donde aún se podía ver a Miríam Martínez Padilla, también recordaba, aunque no exactamente, lo descrito por Ernesto Cardenal en sus memorias sobre el fatídico día:

“Quise acercarme a la Avenida Roosevelt, pero las balas que de allá venían, y la guardia repeliendo a la gente, me lo impidieron (...). Fui caminando agachado, pero no tenía dónde meterme (...). Le pregunto a un médico, y él no sabe, pero me dice que hay muchos heridos y muertos (...), y siguen llegando más camillas”.

Foi unha auténtica matanza. Unha das masacres máis grandes contra civís da historia.Como pode ser que ninguén soubese darme un enderezo?? Camiñaba coa sensación de non poder escapar do sol nin do esquecemento. Seguí indagando acerca de la antigua Avenida Roosevelt, porque tengo afición por los altares de los héroes anónimos, y porque alguien debía saber dónde murieron más de mil quinientas personas.

Loma de Tiscapa

Al subir a la Loma de Tiscapa sorprende ver la cantidad de árboles esparcidos por la ciudad. Me pregunté cómo era que allí abajo no había podido escapar del sol. Desde lo alto de la loma se ven las copas verdes de los árboles, pero debe ser que el sol tiene maneras de filtrarse por entre las ramas y devorarte al caminar por esa ciudad que parece que en cualquier momento va a dejar de existir. Hasta allí arriba llegaba el ruido del claxon de los coches, o, polo menos, lo imaginé. Busqué la antigua Avenida Roosevelt desde la loma como si, soñador, hubiera una gran equis en el suelo; si la hubiese ya estaría oculta por las capas de bolsas de plástico sobre ella.

Hasta allí arriba llegaba el ruido del claxon de los coches, o, polo menos, lo imaginé

La Loma de Tiscapa es otro de los escenarios imprescindibles en el recorrido revolucionario de Managua. Foi, con el Palacio Presidencial, hoy sólo ruinas, el feudo oscuro de los Somoza después del terremoto de 1972, pero hoy la silueta de Augusto César Sandino se proyecta por toda la ciudad desde lo alto, y más que por toda la ciudad, en todo o país. Arriba se ha instalado la figura del padre de la Revolución Sandinista, porque allí, xustamente, fue donde se perdió su rastro al ser capturado después de firmar el Convenio de Paz, sólo una trama, con Juan Bautista Sacasa y Anastasio Somoza García. Ya nunca más se supo de él, y a falta de restos, nunca se encontraron, hoy el Frente Sandinista ha erigido una tumba que es un símbolo. A esa silueta de Sandino le falta poco para que le suceda como al rostro del Che, que tan bien funciona para vender camisetas.

El museo de Carlos Fonseca

Si Augusto César Sandino es el padre fundador de la actual Nicaragua, el Frente Sandinista no existiría sin Carlos Fonseca, que personalizó el sandinismo mejor que nadie. Y por ello tiene su propio museo. Al bajar de la Loma de Tiscapa, paré a un taxista y le pedí que me llevara al Museo de Carlos Fonseca. Ya no por estar cansado de andar por la ciudad machacado por el calor y el tráfico, sino porque me habían avisado, esa zona es peligrosa. A pocas cuadras se encuentran “las ruinas”, una de las zonas más devastadas por el terremoto de 1972 y que aún hoy permanece en ruinas, solares vallados en cuyo interior sólo hay runa de derribos. En el Museo un guía me explicó algunos de los murales. Y ahí estaba, la antigua Avenida Roosevelt, en una antigua fotografía. Se la señalé con urgencia ¡Ahí quiero ir yo! ¿Dónde está? Ahí no hay nada, compañeiro (por aquel entonces, el guía debía pensar que dado mi interés por la Revolución había pasado a ser compañero y no turista). Fai, exclamou, quiero ir igualmente.

Avenida Roosvelt

¿La Avenida Roosvelt? Me explicó que no había encontrado quién supiera indicarme cómo llegar porque, aunque algunas calles de la ciudad tienen nombre, nadie las conoce así, sino que la gente se ubica por puntos cardinales según algún punto de referencia, e que, tamén, cada gobierno que entra le cambia el nombre a las calles y a las plazas según el interés político de cada bando, y así no hay quien encuentre el norte. Así, normal, la antigua Avenida Roosvelt se encontraba cerca del edificio del Banco Nacional de Nicaragua, actualmente sede de la Asamblea Nacional.

Llegué con el mismo taxista que me había llevado al Museo de Carlos Fonseca. Hoxe, todos aquellos muertos sólo merecen una placa casi escondida en la esquina de un edificio, y poco más. Hasta las revoluciones van cayendo en el olvido. Hice la foto de rigor, pensé en aquellos muertos, en aquellos tiempos, pensé en Miríam Martínez Padilla, en la Plaza de la Revolución, en Somoza, en Sandino, y pensé que hubo un tiempo en que al menos se sabía por qué luchar.

 

 

 

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