Al anochecer la mezquita Jame en la ciudad de Yazd se ilumina y los mosaicos azules de su fachada refulgen como neones de Times Square. A estas alturas puedo decir que los iraníes son probablemente el pueblo más acogedor sobre la tierra. Las familias se paran a interesarse de dónde vengo, me ofrecen dulces y se desviven por ayudarme en cualquier cosa. Chiquillas aprovechan para practicar inglés con el extranjero vigiladas de cerca por la mirada preocupada de sus padres. Quinientos selfies después continúo mi camino, las autoridades de la Mezquita me han permitido hacer fotos en el interior a condición de que me acompañe Farshid, uno de los guías del templo.
Paseamos descalzos por el complejo, entre fieles arrodillados y clérigos de barbas larguísimas. Un cámara de televisión y un presentador están grabando en directo, paran a Farshid un momento. Este me traduce, son de la televisión nacional y están haciendo un reportaje sobre el periodo de vacaciones y les interesaría conocer la opinión de un extranjero sobre su país. El presentador me enchufa la cámara y dispara preguntas en persa. “¿Qué me parece Irán?, ¿Qué religión profeso?, ¿Qué opinión tenemos los occidentales de su país?” que mi acompañante traduce al inglés para que Mister Tourist responda un puñado de vaguedades lo más diplomáticas posibles. Mis respuestas son concisas, pero Farshid se extiende bastante más en la traducción, a veces varios minutos, mientras gesticula y todo el mundo se para a mirarme.
A veces desliza expresiones en inglés como “Not Terrorist”, y “Muslims bombs”
A veces desliza expresiones en inglés como “Not Terrorist”, y “Muslims bombs”. El asunto empieza a tomar un cariz inquietante y empiezo a preguntarme cuantos millones de iraníes me estarán viendo ahora y qué pensaría el Ayatolah Jomeini de todo esto. Pero al terminar al entrevista el presentador me estrecha las manos afectuosamente y me despide con un “Welcome to Irán”. Farshid hace lo propio, y me regala un folleto escrito por el Ayatolah Khamenei sustituto de Jomeini y actualmente en el cargo. A diferencia del anterior su aspecto es el de un ancianito entrañable con gafas. El folleto se titula “Carta a la juventud de los países occidentales” y empieza así: “Queridos jóvenes, tengo la esperanza de que ahora o en el futuro cambiéis vuestra forma de pensar, inducida por la hipocresía y maniqueísmo de vuestros gobiernos…".
Día 8
Los iraníes han bautizado a la plaza del Imán de Isfahan como “El centro del mundo”. El lugar de una belleza y majestuosidad casi irreales bien podría merecer este calificativo, sin embargo muchos de ellos sostienen que el centro del Mundo se encuentra en cualquier lugar donde puedan extender una alfombra. Lo hacen en cualquier lado, en cunetas, parques, medianas, plazas y templos, sobre ellas se reúnen las familias y organizan picnics improvisados que pueden alargarse durante horas entre bocadillos, helados y tazas de té. Las mejores alfombras del país se encuentran precisamente aquí, en Isfahan donde, desde un precio simbólico a miles de euros, los vendedores de su bazar reciben compradores de todo el mundo. Entro en una de las tiendas más conocidas regentada por Amir, la cuarta generación de vendedores en el negocio. Confiesa que le encanta España y para demostrármelo me señala la foto con el ministro Moratinos que preside su pared. “Un hombre encantador que me compró unas alfombras estupendas. Seguro que es un buen ministro no como los de aquí”.
“¿Estás loco? Nosotros somos árabes no persas”-dice.
En la tienda toma un té vestido de beduino, intrigado le pregunto de dónde viene. Se presenta como Alí, me cuenta que es iraquí y que pasa largas temporadas entre su país e Isfahan comerciando con alfombras. He visto memoriales en todas las ciudades iraníes dedicados a los soldados fallecidos en el conflicto que se consideran como mártires y le pregunto qué tal están las relaciones actualmente entre los dos países. “Bien, yo no tengo ningún problema con la gente, es más una cuestión de gobiernos”. Me despido deseándole buena suerte para los negocios y le pregunto si también utilizará la alfombra que acaba de comprar para celebrar picnics con su familia. “¿Estás loco? Nosotros somos árabes no persas”-dice.
Neda es la recepcionista del hotel donde me alojo, tiene unos hermosos ojos color miel realzados por el maquillaje y la sombra de unas pestañas larguísimas. Deja asomar un trozo del flequillo rubio bajo una hiyab color morado y viste pantalón vaquero como muchas chicas aquí. También como muchas chicas aquí lleva la nariz completamente vendada, como si hubiese tenido un accidente y estuviese recién salida del hospital. En el caso de Neda hace exactamente cuatro días que salió de la clínica a donde acudió para hacerse la rinoplastia. Espera con ilusión a que pueda quitarse la venda y disfrutar de su nueva nariz perfecta. As rinoplastias levan un par de anos provocando peles no país, especialmente entre a clase media alta. Por só mil euros, elixes un nariz á carta que no caso da maioría das nenas adoita ser o mesmo, longo e directo para mellorar as características. "En Irán, rapazas, non podemos amosar moito de nós mesmas, polo que se pode ver, queremos que sexa perfecto ”, Neda confesa.
Desde que llegué a Irán he visto mujeres taxistas, médico, dependientas y profesoras, en todos los cuerpos profesionales abundaban las narices vendadas. Y a Neda ¿Le molesta llevar obligatoriamente el pañuelo?, ¿Qué existan vagones separados para hombres y mujeres en el metro?, ¿Cómo es ser mujer en Irán? “Por supuesto que me gustaría llevar vestidos y enseñar mi pelo. Aunque no todas piensan como yo y a muchas les gusta seguir la tradición e ir de negro…en cualquier caso si alguna vez llevas el pañuelo muy atrás, son las propias mujeres de la policía moral que patrullan las calles las que acuden a reñirte o incluso a ponerte una multa. Imagino que algún día la situación cambiará, pero no sé cuándo”. Neda interrumpe la conversación para atender a un cliente que acaba de llegar, tras ella el Ayatola Jomeini me contempla con aire reprobador desde una fotografía.
Día 10
Mi fajo de dinero está en las últimas, absolutamente famélico. En el aeropuerto gasto los últimos riales en una lata de pistachos. Irán es el mayor productor, consumidor y exportador de pistachos del mundo y forma un parte esencial de la gastronomía del país. En el embarque un empleado me recuerda que si planeo entrar en Israel, no podré hacerlo con el visado iraní. Siento escalofríos sólo con acordarme del aeropuerto de Ben Gurion, le digo que no importa y acelero hacia la escalerilla. Despegamos con estruendo y sobrevolamos Teherán durante unos minutos mientras las azafatas anuncian que el almuerzo se servirá enseguida. Es entonces cuando caen poco a poco los pañuelos mientras el avión queda suspendido en el cielo.