El Salvador: Plaža San Blas i vulkan Coatepeque

En medio de un conflicto, aún rodeado de violencia o grupos criminales, lo que se impone es la rutina de la vida. Porque casi siempre, salvo cuando caen bombas sin nombre, hay gente que vive allá con una cierta normalidad, niños que van a la escuela, negocios que abren para vender algo con lo que comer, puestos en los que se cocina, parejas que se enamoran y se desenamoran y amigos que conversan alrededor de una mesa.

En medio de un conflicto, aún rodeado de violencia o grupos criminales, lo que se impone es la rutina de la vida. Porque casi siempre, salvo cuando caen bombas sin nombre, hay gente que vive allá con una cierta normalidad, niños que van a la escuela, negocios que abren para vender algo con lo que comer, puestos en los que se cocina, parejas que se enamoran y se desenamoran y amigos que conversan alrededor de una mesa.

Las dos veces que he ido a El Salvador ha sido por trabajo y siempre con temas relacionados con la fuerte ola de violencia que vive el país y que lo hizo en 2015, Siria aparte, el lugar más violento del planeta con una media de 103 asesinatos por cada 100.000 stanovnika. Las dos veces he aprovechado para ver la ciudad, hacer algo de turismo por el país, conocer gente que me es especialmente simpática, comer en algunos buenos restaurantes y hasta intentar comprender algo de su historia y arte. Las dos veces a la vez que el periodista escuchaba y veía situaciones terribles, el viajero lo pasaba estupendamente y se quedaba con ganas de ver más.

Las dos veces a la vez que el periodista escuchaba y veía situaciones terribles, el viajero lo pasaba estupendamente y se quedaba con ganas de ver más.

Napisao sam u 2015 un post en el que hablaba de la capital, svoju crkvu Rosario, Mauzolej monsinjora Romera, las plazas del centro o las maravillosas vistas desde el volcán de San Salvador.

Esta vez el viaje lo compartía con Juan Carlos, un fotoperiodista estadounidense de origen salvadoreño, y Herbert, vozač, dos tipos fantásticos con los que trabajé realizando los reportajes de violencia. Un domingo por la mañana que acabamos pronto la tarea les dije que fuéramos a conocer algo el país y nos encaminamos al Lago de Coatepeque en primer lugar. (Cuesta hablar de un lugar sino has conocido al menos algo sus otras caras. Lo he aprendido como corresponsal y leyendo textos que se olvidan siempre de ofrecer algo de los reversos de los titulares).

Jezero, que en nahuatl significacerro de culebras”, ocupa la caldera de un bello volcán con una superficie de 25,3 četvornih kilometara. En su orilla hay hileras de bonitos restaurantes con sus terrazas colgando de las aguas. Pasan lanchas y motos acuáticas preparadas para los visitantes. Hay familias, grupos de amigos, mesas de enamorados que han acudido allí a pasar su domingo. Nosotros hablamos con unas cervezas de la vida, de los sueños, de trabajo. Un domingo, normalan, briljantan, en un lugar bello.

En su orilla hay hileras de bonitos restaurantes con sus terrazas colgando de las aguas

De pronto decidimos ir también al mar. Tomamos de nuevo el coche, en la cima paramos para contemplar la belleza de aquel volcán de aguas azules y laderas verdes y nos encaminamos a la playa de San Blas. La entrada a la ciudad de la Libertad es un caos de coches que como nosotros han acudido alturísticomunicipio a pasar su día libre.

Nos dirigimos a la zona del puerto y paramos a comer en el restaurante La Dolce Vitta. Es un restaurante italiano de playa, junto a la arena, que tiene una piscina. Está lleno de familias. La playa es negra, volcánica, y golpeada por las aguas bravas del Pacífico. Mayores y niños juegan con las olas y la arena. Mientras comemos se acerca el dueño, un italiano simpático que nos narra con precisión su vida.

Resumiendo lo contado, él es del sur de Italia; se fue a Florencia a trabajar en un restaurante; se dio cuenta que no sabía inglés, lo que era importante, y se fue un año a aprenderlo a Londres; se quedó doce años en Londres donde trabajó para unos judíos que eran muy buena gente; conoció a su mujer, salvadoreña; cuando acabó la guerra civil en El Salvador le dijo de venir acá a montar un restaurante, algo que no quería su mujer, pero que él insistió porque con el dinero que tenía acá montaba un restaurante y en Italia o Londres no montaba ni un quiosco, objašnjava; le va muy bien, sus dos hijas estudiaron y ganan un buen dinero; no se quejó, no dijo nada malo y se fue tras 15 minutos de monólogo ininterrumpido a atender otras mesas. Se fue sonriendo como llegó.

Terminamos de comer. Llovía algo y había mucho tráfico también de vuelta. Regresamos a San Salvador tras una jornada magnífica. No pasó nada que no fuera disfrutar de los viajes y de la vida. Al llegar al hotel pensé tengo que venir con mi pareja a viajar por este país.

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