De veroordeling van Caïro

We wonnen met de tombe van Toetanchamon in het Egyptisch museum en we verloren met de militairen die bij de ingang de machinegeweren uit hun tanks verwijderden. Altijd alert, altijd klaar om uit te gaan. We wonnen een gewone maaltijd in een prachtig deel van de machtige Nijl en verloren een smerig controlepunt van de geheime politie waar ze zelfs onze portemonnee rook op zoek naar drugs.
Pirámide de Zoser

Nos duró poco la inmensa alegría de tocar tierra y dejar el carguero. Exactamente lo que dos perros policía comenzaron a oler nuestro tubo de escape, empezaron a rodearnos agentes y nos dijeron muy simpáticamente que los acompañáramos a la aduana. Allí un tipo de mediana edad muy bien vestido dijo las palabras mágicas: ¿tienen el pasaporte del coche? Vítor miró con cara incrédula y dijo, ¿perdone? Y yo entendí que comenzaba de nuevo la pesadilla de los papeles, sin tregua, sin tiempo para disfrutar de nuestra libertad.

Resulta que el Carnet du Passage es un documento que exigen en esta parte de África para cruzar la frontera. Nuestro conocimiento de él era tan extenso que le pedimos que nos enseñaran uno para saber reconocerlo. Egipto no fue fácil desde el principio. Diría que ha sido complicado donde no era de pago y lo cordial iba acorde al tamaño de las propinas y cuentas. No hemos tenido suerte en este punto.

El Carnet du Passage es un documento que exigen en esta parte de África

En la aduana del puerto de Damietta nos obligaron a dejar el coche y nos fuimos a El Cairo en busca de nuestro documento. Para ello subimos a un taxi que se abría pasó entre los coches mientras nosotros íbamos entendiendo que allí el caos se regla desde la indiferencia. Quizá sólo en la India he visto conducir de forma tan enloquecida. Nadie obedece ninguna regla ni tiene la más mínima cortesía. Se pasa por donde se puede lo antes posible. Acojona, en un primer momento acojona. Vimos coches venir de frente, por los lados. Pasan a centímetros bajo el eterno sonido de unos claxon que anuncian la locura.

Y comenzó Egipto y comenzó mi inmensa sorpresa. Me pasaba lo contrario que en Turquía, aquí todo era mucho más pobre y miserable de lo que imaginaba. La basura se agolpa en los arcenes de la carretera, flota en los ríos. El país tiene una capa de polvo. Egipto parece deshacerse, retroceder, impresión que me dio también en los siguientes días. Controles del ejército y edificios vacíos, sin ventanas, levantados con ladrillos endebles en los que no vive nadie. El país parece en retirada, rendido. Egipto me pareció inmensamente triste e ingobernable. Creo que nunca escuché en lugar alguno unas carcajadas.

Y llegamos al Cairo y un atasco inmenso nos recibió para decirnos que aquella no era tampoco una urbe fácil. Fuimos al Club del Automóvil, y pese a la simpatía de una mujer, no nos dieron ninguna solución. Tuvimos que llamar a Portugal y con la ayuda del hermano de Vítor, Nuno, de la trabajadora embajada portuguesa de EL Cairo y del generoso Club del Automóvil de Portugal conseguimos lo imposible, que era tener ese complicado documento en 48 uur. Luego era tan fácil como ponerlo en DHL y que nos llegara en dos días, algo que no ocurrió porque DHL fue sólo puntual en el cobro, luego nos perdió el paquete en varios aeropuertos lo que nos costará una semana más en este país.

DHL fue sólo puntual en el cobro, luego nos perdió el paquete en varios aeropuertos

En esa espera nos fuimos a ver las pirámides de Giza. Fue desde la carretera la primera vez que las observé, entre unos edificios abandonados de la gran ciudad. Fue emocionante hacerlo. Dan, esa noche, las vimos ya dese la verja iluminadas con colores que convertían aquella antigüedad en futuro por arte de magia. A la mañana siguiente es cuando las visitamos.

La visita fue extraña porque Egipto no tiene turistas. Demasiados tanques cerca de sus monumentos para que la troupe viajera internacional venga hasta aquí. Echter, el reciento está lleno de una masa enloquecida de vendedores de suvenires y refrescos, junto a los que te ofrecen el tour a caballo o camello y las decenas de críos que montan sus animales y corren por las arenas. “Esto está dejado”, nos decía un egipcio. Y esa impresión nos dio en medio de un caos al que le faltaban extranjeros y le sobraban locales que se pegaban por cada pieza (ons).

Conseguimos con alguna bronca ver aquello tranquilos y nos perdimos en el tiempo y la memoria de aquel impresionante lugar. La esfinge que parece controlarlo todo y esas formas geométricas que no tienen razón ni lógica te empequeñecen. Aquellas dos horas de paseos por aquellas piedras eran una cuenta pendiente que no olvidaré.

Volvimos a nuestro hotel de El Cairo, el Golden, a cien metros de la famosa y revolucionaria plaza Tarhir

Dos noches después volvimos a nuestro hotel de El Cairo, el Golden, a cien metros de la famosa y revolucionaria plaza Tarhir. Intentábamos reconciliarnos con una ciudad en la que no encontrábamos nuestro sitio. Jugábamos un partido con ella. We wonnen met de tombe van Toetanchamon in het Egyptisch museum en we verloren met de militairen die bij de ingang de machinegeweren uit hun tanks verwijderden. Altijd alert, altijd klaar om uit te gaan. Ganábamos con una comida en una parte linda del imponente Nilo y perdíamos con un desagradable control de policía secreta donde nos olían hasta nuestras carteras en busca de droga.

Andábamos y nos mezclábamos en sus mercadillos sin encontrar nada, sin ganar ni perder nada que no fuera cansancio. Dan, 's avonds, volvíamos a nuestro refugió del histórico café Riche, donde Naguib Mahfuz templaba sus ideas y se cocían revoluciones, y nosotros pasábamos divertidas veladas imaginando que aquellos adorables viejos que cada noche allí estaban eran espías de la Segunda Guerra Mundial que no sabían que el conflicto había acabado. Dan, al irnos, abríamos la puerta despacio para no despertar al dueño que dormía tras un viejo escritorio lleno de papeles de mediados del pasado siglo. 'S morgens, hacíamos lo mismo en el histórico J Groppi, de 1892, donde un café y un bollo nos alegraban la mañana pensando en la vieja heladería que abrió entonces un italiano en los tiempos en que esta ciudad era una de las co-capitales del mundo.

Echter, yo sentía que El Cairo nos estaba venciendo. La mítica ciudad de la que tanto había leído y soñado me era ajena. Y las culpas en estas cosas son siempre compartidas. Era la espera de un documento que cada mañana parecía llegar y nunca lo hacía y eso quebraba algo las ganas. Era estar de nuevo atrapados en un sinsentido para quien sólo quiere viajar.

La mítica ciudad de la que tanto había leído y soñado me era ajena

Así que una cena les dije a Vítor y Leandro, algo cansados de la ciudad, que nos estábamos equivocando, que tanta gente que adora esta ciudad no podía estar equivocada, que debíamos buscar más. Y ellos negaban, y decían que aquí sólo había suciedad, polvo y tristeza en las calles, algo que yo no podía negar. Así que a la mañana siguiente busqué por internet y encontré que podíamos ir en metro hasta el barrio copto.

Cogimos aquel metro atestado de gente donde las ventanas son persianas de madera y hay vagones sólo para mujeres. Llegamos a un recinto amurallado, lleno de iglesias y restos de los primeros cristianos y comenzamos a levantar el día. Y llegaron las bromas y cogimos el metro de vuelta y paramos en medio de la nada para volver al hotel andando. Y descubrimos de casualidad un maravilloso restaurante libanés, Taboula, y volvimos felices tras el almuerzo a nuestros cuartos. Y aquella noche volvimos al Riche y a la mañana siguiente nos fuimos a conocer Memphis, y las pirámides de Saqqara, donde está la pirámide de Zoser, la más antigua de todo Egipto. Las visitábamos solos. Entrábamos en sus tumbas y hasta bajamos la Pirámide Roja, que es la tercera más alta de Egipto con sus más de cien metros, sin que allí hubiera nadie. Era toda patra nosotros. Aquella tarde quisimos conocer también la parte buena de la ciudad y nos fuimos a Heliopolis y entramos en el más grande centro comercial que nunca vi lleno de tiendas iguales a la de al lado de mi casa en Madrid.

Y de pronto sonó el teléfono de Vítor y con tres días de retraso nos avisaron de que nuestro pasaporte para el coche llegaba a la mañana siguiente de Londres. Aquella noche nos fuimos a celebrarlo tomando una copa en el refinado bar del Four Season con la alegría no sólo de que llegaba el documento que nos permitía seguir la ruta, sino que habíamos conseguido con tesón y ganas disfrutar de esa inmensa capital del mundo árabe que es El Cairo. Lo hicimos pese a su tristeza, pese a su condena.

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