Drie Afrikaanse verhalen

Door: Enrique Vaquerizo (tekst en foto's)
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Historia primera

Jackie es una camerunesa muy bonita y bastante sociable, quizás demasiado moderna para Mora, esta pequeña ciudad en el Extremo Norte de Camerun, musulmana y un tanto anquilosada. Jackie acaba de dejar un puesto de oficina en el principal banco de Mora, no ha tenido más remedio que hacerlo ya que su jefe se había vuelto loco. Ella es una chica sociable y obviamente cuando acudía al banco alguien conocido, tenía que dejar lo que estaba haciendo, levantarse y saludarlo, a veces incluso pararse a hablar un rato con él. Cada vez que lo hacía, su jefe malhumorado inmediatamente la ponía a hacer otra cosa. Jackie pensó que él se estaba enamorando de ella y por eso se despidió hace una semana.

Aquí en realidad la gente es buena, pero cuando les demuestras que sabes más que ellos se ríen de ti, son muy anticuados

Cuenta que su papá se ha enterado esta mañana, se puso hecho una furia y ahora no le habla. Pero Jackie no piensa conformarse, Jakie tiene planes, va a montar una tienda de ropa, le hace falta sólo un poquito para arrancar. Una tienda con cosas sexys para las mujeres, ahora va a comenzar la fiesta del Ramadán y todas las chicas querrán ponerse guapas. «Aquí en realidad la gente es buena, pero cuando les demuestras que sabes más que ellos se ríen de ti, son muy anticuados». Jackie tiene una filosofía,” hay que hacer siempre el bien, a todo el mundo y este se volverá siempre a tu favor», esto y por supuesto cuidarse del mal de ojo. Quizás venda en la tienda algún ungüento u pócima de oferta junto a la compra de bragas o sujetadores bonitos, «hay que cuidarse de los envidiosos». Jackie tiene planes, sólo le hace falta un poquito para arrancar.

Historia segunda

Martin sonríe sentado en el corro de ancianos de Kila, un diminuto pueblo perdido en los Montes Mandara. Olvido por un momento los efectos de la fiebre y rápidamente tienta mi curiosidad. Hij vertelt me ​​zijn reizen in Afrika uit Congo naar Angola. Martin is een uitstekende prater en springt van het ene onderwerp naar het andere met de wendbaarheid en de beslissing van een koord, zet een delicatesse onder arrebatártelo lippen snel en krijg een ander konijn uit de hoed nog meer vet en sappig.

Retrata a Mobutu, da su opinión sobre el genocidio de Ruanda, para después lanzarse de cabeza a una explicación sobre el por qué la enseñanza del francés predomina en las escuelas del país. Intrigado, le sigo el rastro como puedo y le pregunto varias veces por su vida, cuándo cómo y porqué viajó a esos lugares, y sobre todo por qué volvió a esta diminuta aldea perdida de Camerún. Él despeja mi acoso con una sonrisa enigmática. Una hora y cinco cigarros después entra en su historia con timidez, tanteando el terreno entre las sonrisas cómplices del corro de ancianos.

Guardó media África en sus ojos voraces y su memoria enciclopédica

Martin era vendedor de coches de importación franceses para una empresa camerunesa. En una ocasión unos clientes de Liberia lo tomaron como guía para viajar durante meses por toda el África francófona. Martín era un excelente comercial en Garoua, como él dice podía vender cualquier cosa que rodase. Pidió una excedencia y cuatro meses en su trabajo para hacer ese viaje, guardó media África en sus ojos voraces y su memoria enciclopédica. Hoy Martin en ocasiones trabaja en la alcaldía del diminuto pueblo de Rumsiki haciendo carnets de identidad, cuando no hay trabajo ayuda a su padre a cultivar mijo en los campos.

¿Qué pasó? Martin sonríe y me dice que da igual que lo importante en la vida es la salud. Todos lo miran dándole la razón comprensivos y tal vez un poco divertidos. Martín baja la voz, en África siempre hay alguien que te tiene envidia e intenta tirarte al pozo, hace cosas, pasan cosas. ¿Un despido?, ¿Envidias de un compañero de trabajo?, ¿Qué cosas? Intento sonsacarle en vano. Por supuesto que no, algo más simple, más obvio, alguien lanzó un conjuro a Martín para que de repente él perdiese el amor por su trabajo y las ganas de ir cada día.

Afortunadamente tras consultar en vano durante más de un año a varios especialistas sobre las causas de su absentismo laboral, Martin se dio cuenta de que alguien le había lanzado un mal de ojo. Por fin pudo respirar tranquilo, ahora es un hombre sin sueños ni ambiciones, es el hombre más feliz del mundo. Brindo por él y sus palabras aún resuenan en mi cabeza cuando a la mañana siguiente vuelvo con mi guía Faussel hacia Rumsiki, intrigado le pregunto por Martín. –“¡Ah el tipo ese!- me responde desdeñoso- Mentía, se gastó todo el dinero de su jefe en bebida, la Policía vino a buscarlo a Rumsiki hace unos días, se oculta en el pueblo de su padre esperando a que todo pase».

Historia tercera

«Brummmmm, Brummmm» Richard planea, levanta las alas y corre simulando un elegante despegue, posiblemente sea el avión más ruidoso de todo Camerun en el momento en que estalla en estruendosas carcajadas y empieza a ametrallarnos con frases disparatadas «A Manu le gusta la sopa», «Marc antes estaba gruesoooo» bromea mientras infla los carrillos, Richard tiene siete años, unos ojos que parecen querer tragarse la vida de un sólo bocado y una curiosidad incansable que le hormiguea en la punta de la lengua.

Aquí están tranquilos y han montado algo parecido a un hogar

Aquí en la misión de Djoun, en plena selva. es el juguete de todos, pasa la mitad del día con la cartera en la cabeza correteando y enredándose entre muecas y trastadas entre las piernas de todos los chicos de la Ong. Zijn moeder, Geraldine, normalmente está seria pero se le escapan las sonrisas a borbotones cuando Richard le pide repetir el plato haciendo una reverencia. Los dos llevan viviendo en Djoum cerca de dos años, aquí nadie los molesta, aquí están tranquilos y han montado algo parecido a un hogar.

Geraldine es una cocinera excelente capaz de cocinarte cualquier cosa, desde un antílope o una boa recién arrebatados de la selva a unos magníficos spaguetti carbonara. En ocasiones se siente un poco cansada pero en conjunto las cosas le van bastante bien desde hace tiempo.

«Din donnnnnn» atrona la campana de la escuela en las mañanas de Djoum, cuando Richard aún remolonea y lo empujamos camino de la escuela. La misión ya se ha convertido en un caudal desordenado de carteras, libros y carcajadas que evocan de un golpazo el camino extraviado de la infancia. A veces Richard se siente mal por las noches, ha empezado otra vez a tener fiebre. Él se deja hacer mientras Marc, Francis o Jaime le ponen el termómetro y le dan pastillas de colores. Richard tiene siete años, chapurrea ya cuatro idiomas y si quiere puede convertirse en el avión más ruidoso de Camerun. Como su madre es seropositivo, él desde que nació. Los médicos no sabrían decir con seguridad cuantos años le quedan de vida. Por el momento recoge la cartera y sale corriendo mientras la explanada de la escuela se vacía y Djoum despierta en medio de la selva.

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