Paraguai: els crucificats del país més feliç del món

Per: Enrique Vaquerizo
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Después de tanto tiempo a José se le ha puesto cara de mártir, recibe la oblea con la boca floja, indiferente a los hilillos de saliva que se desbordan por su barba de meses. Cuando el padre Damián le dedica sus bendiciones mira a través de él, com sense veure-ho, aguanta con estoicismo los micrófonos y los disparos de los fotógrafos y cierra un momento los ojos. Entonces la turba de periodistas contiene la respiración como si de un momento a otro fuese a levitar y escaparse de este cuartucho que apesta a desinfectante y a orín. A elevarse por encima de Asunción y del Paraguay, fastidiándonos a todos las exclusivas. Pero cuando va a empezar a flotar los diez centímetros de hierro que tiene hundidos en las manos lo sujetan con fuerza, entonces abre los ojos y le dedica una sonrisa exhausta a su mujer; ella le sonríe también clavada al madero de al lado. Los crucificados de la línea 23 cumplen hoy el día número 65 de su protesta. 65 días de pasión, metal y sangre en el país más feliz del mundo.

¿Cómo se mide la felicidad?, ¿en kilos?, ¿en dólares?, ¿por toneladas de sonrisas? Esa pregunta se la hacen a diario más de la mitad de habitantes del planeta pero nadie parece tener una respuesta muy clara, salvo la prestigiosa agencia de medios Gallup que ha decidido que por cuarto año consecutivo Paraguay es el país más feliz de la tierra. Para medir la felicidad sus empleados descuelgan el teléfono y formulan preguntas bastante simples. ¿Cuántas emociones positivas registra a lo largo del día?, ¿sonríe usted?, ¿se siente descansado?, ¿le tratan con respeto? El 87% de los paraguayos dice que si, por encima de colombianos y hondureños entre los cuáles sólo se sienten felices un 84%.

Fuese a levitar y escaparse de este cuartucho que apesta a desinfectante y a orín

-¿El país más feliz del mundo?, ¿Pero eso quien carajo lo dice? Julián el presidente del sindicato me mira sorprendido, antes de volver a parar el tráfico e insultar a los policías que les impiden el traslado hasta los juzgados.

En realidad Paraguay tiene un montón de razones para ser un país razonablemente feliz: un clima estupendo y tierra fértil, tanto que la fruta se pudre en el suelo y millones de vacas pastan en sus prados interminables. El país está regado por ríos largos y abundantes que proporcionan energía eléctrica sin límites para una población escasa que además de por su belleza destaca por ser una de las más hospitalarias de América Latina. Por si eso no bastase, además de la felicidad el paraguayo puede presumir de cantidades ingentes de resignación; resignación para aguantar a una clase política infestada por la corrupción y a un 30% de habitantes en situación de pobreza, una resignación tremebunda que soporta a mafiosos en el parlamento y crucificados en sus calles.

Porque de un tiempo a esta parte en Asunción brotan los crucificados como si fuesen palomas de la catedral. En un país donde la religión forma parte fundamental de la vida de las familias, la Biblia además de consuelo, proporciona inspiración e ideas. Primero fueron seis ex trabajadores de la hidroeléctrica brasileña Itaipú descontentos con un despido improcedente los que decidieron soldarse a una cruz y acampar con sus familias frente a la embajada de Brasil ante la estupefacción de sus funcionarios. Meses después algunos empleados de la línea 49 de autobús hartos de unas condiciones laborales que incluían meses de impagos, amenazas y jornadas de trabajo de más de 16 horas decidieron formar un sindicato. Días después tenían listo un comunicado con su despido, el propietario de la empresa autobuses era Celso Maldonado honorable diputado del partido liberal.

En Asunción brotan los crucificados como si fuesen palomas de la catedral.

Així que més de vint treballadors al costat de les seves famílies van agafar fusta i claus i en comptes de pujar al Gòlgota es van instal·lar en una cambra al costat del Ministeri de Treball amb les nines travessades i disposats a mantenir la protesta fins a ser readmesos. Des de llavors la zona viu en un estat de romiatge constant; mitjans de comunicació, policies, metges, sacerdots i ciutadans que s'hi passen per si de cas passa algun miracle. Y algún milagro ha sucedido, el primero es que han empezado a escucharles, el segundo que se han multiplicado los grafitis con la cara de Maldonado por toda la ciudad, acompañados de la leyenda, “Celso explotador”. Eso a él no parece gustarle y ha decidido denunciar a sus ex trabajadores por alterar el orden público. Una jueza acaba de citarles a declarar y ellos no han mostrado ningún inconveniente, siempre y cuando lo hagan crucificados claro.

Meter a seis cruces en un juzgado no es una tarea fácil, el traslado hay que hacerlo en camioneta, ensamblar un tetris carne y madera procurando que encajen las piezas y no se abran los estigmas. Los compañeros del sindicato gritan consignas contra el Gobierno, se pelean con los agentes que sostienen que trasladar a un crucificado de esta forma es ilegal. Los transeúntes aplauden y las televisiones conectan en directo mientras los mártires cierran los ojos adormilados, ajenos a su propio calvario.

José tiene 35 años un hijo de doce que no sabe si entiende muy bien lo que está haciendo su padre pero “lo entenderá con el tiempo. Yo ya no podía aguantar más esa situación”. El clavo de la mano izquierda se lo clavó el mismo, con un martillo de casa, del otro se encargó un compañero. Miedo nunca tuvo y el dolor es soportable. “Lo peor han sido las noches, sólo hemos podido dormir gracias a los calmantes. Los compañeros nos han ayudado a soportar este periodo, a curarnos, a vaciar los cubos después de ir al baño”. Espera que lo que está haciendo sirva para algo aunque tiene sus dudas “Vino el Papa Francisco hace unos meses al Paraguay. Él mejor que nadie hubiese comprendido lo que estamos haciendo pero el gobierno le cambió el recorrido para que no pudiese vernos. Se encargaron de pintarle un país ideal y de meter toda basura bajo la alfombra, también a nosotros”.

El clavo de la mano izquierda se lo clavó el mismo, con un martillo de casa

Norma, la seva dona, abandonó su propio trabajo al poco tiempo para crucificarse junto a él. Han pasado juntos estos dos meses sin tocarse, separados por dos metros, confiesa que nunca se han sentido tan unidos. Si por alguien lo ha hecho es por su hijo, “Para que algún día pueda vivir en un país donde se respeten los derechos de sus trabajadores y no tengan que llegar a esto. Que pueda vivir en un país diferente”

La camioneta arranca escoltada por las policías entre el murmullo de los cláxones, Norma, José y los otros se bambolean con los frenazos, se quejan débilmente con gestos de dolor. Hay gente que aplaude y otra que les critica. ¿Era necesario crucificarse?, ¿Llevarlo todo tan lejos? Los miembros del sindicato gritan contra las ventanas mudas del Ministerio mientras se despiden las unidades móviles y el padre Damián reza en silencio. Poco a poco los vemos perderse lentamente entre el tráfico y el lugar a pesar de estar lleno de gente se queda raro después de estos meses, vacío sin ellos. Se van los crucificados y queda lo de siempre; el poder y la lucha, la fe y el dolor, también quedamos nosotros. Ese animal extraño que calcula y sopesa, que toma las medidas de la felicidad.

Nota: Aquel día la jueza obligó a los crucificados de la línea 48 a abandonar su protesta. Días después se convocó una huelga general de transportes que paralizó todo el país, aún siguen luchando por volver a ser readmitidos en su trabajo y reconocidos en sus derechos. Han anunciado que si sus protestas no se atienden volverán a crucificarse.

 

 

 

 

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Comentaris (1)

  • Isabel

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    Muy interesante desde todos los puntos de vista .Historia curiosay estremecedora

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