El sonido del fuego rompe el silencio. Está alojado en una estufa cuadrada de hierro. El fuego es el corazón del hogar mongol, la yurta o “ger”, orgullo y base de su estilo de vida.
Viajé a Mongolia para mirar a los ojos a esa gente que vive a 40 grados bajo cero en mitad de la llanura, a esa gente que tiene tan poco apego a las cosas que cambia su casa de sitio cada seis meses.
Las motivaciones para viajar son infinitas. Viajamos detrás de paisajes, de gentes, de ciudades o tras la estela de un sueño infantil o de un escenario literario. Viajamos, también, por el mero placer de huir de la rutina. Y tú, ¿para qué viajas?
Este reportaje lo realicé en febrero de 2018, antes de dejar voluntariamente la corresponsalía de El Mundo en México el pasado mes de abril. El periódico no lo ha publicado aún y sigo recibiendo mensajes semanales del conflicto, vídeos de desplazados, declaraciones de más violencia y la petición expresa de los colectivos de víctimas para que por favor lo publique y así se conozca un conflicto del que apenas hay información sobre el terreno.
Por:
Daniel Landa (Texto), D. Landa y Sonia García (Fotos)
"Vimos a muchos hombres cargando de forma exagerada el fruto de la palma de aceite en sus bicicletas, como si arrastrasen su destino, su penitencia. Sobre las chanclas parecían empujar un castigo de guerras y genocidios."
Calakmul está al sur de la lluvia y el viento y al norte de la ira de los volcanes. Donde los caminos se cruzan en una selva espesa por la que los hombres caminan sigilosos para tropezar una nueva vida rodeados de felinos y militares. No se ve, a ninguno, porque el verde cuando es denso tiene la virtud de camuflar los errores.
Dos días en Moscú dan solo para llevarse una pequeña idea de lo que es esta ciudad de 12 millones de personas, pero son suficientes para tirar por tierra muchas ideas preconcebidas