No sé si el cielo del Gobi es más grande que otros, pero es imposible cansarse mirándolo. Uno no se siente pequeño en el desierto que casi costó la vida a Marco Polo, sino parte de ese todo.
Esos eran tiempos en los que cuando regresaba a Europa escuchaba a la gente quejarse de todo. Algunos me decían que sólo les quedaba jugar a la lotería y yo pensaba que ellos no sabían que la más importante lotería ya le había tocado: nacer en Europa.
¿Cómo no divertirte en un país que le inventó a Disney una película para niños que versa sobre la muerte? ¿Cómo no querer descifrar un país que tiene volcanes de nombre impronunciable que son amantes? ¿Cómo no sorprenderte de un pueblo que paga a los músicos ambulantes para que alegren sus comidas picantes porque les gusta llorar y reír a la vez? ¿Cómo no admirar un lugar que cuando tiemblan sus entrañas ves más manos que escombros?
La mayor parte del sandinismo histórico se ha alejado de Ortega y el pueblo –que es sandinista, antiimperialista y progresista– quiere derrocar a un gobierno corrupto y represor
Escalaba una planicie entre los 3000 y 4000 metros. ¿Pueden creerlo? Como si el mundo pudiera ponerse boca abajo sin que cayera nada. El tren soltaba humo y nosotros vida. Desde nuestra ventana contemplábamos Los Andes y su estepa de hierbas de lluvia y gentes de piel curtida por el sol frío.
Los que no somos de aquí quedamos algo hechizados con esos uruguayos. No tanto por su capacidad de ir corriendo de un trabajo a otro o de saber tejer, hacer tortas, arreglar motores o bailar, sino por su valor de llevar al primer plano todo lo que suene a entraña, desorden, caos o vacío que tanto atemoriza al mundo occidental.
El sonido del fuego rompe el silencio. Está alojado en una estufa cuadrada de hierro. El fuego es el corazón del hogar mongol, la yurta o “ger”, orgullo y base de su estilo de vida.