La fe escarpada

Per: Daniel Landa (Text) D.Landa / Yeray Martín (Fotos)
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Un ejército de torres se alzaba a las afueras de la ciudad. Cientos de edificios en construcción, gratacels, barrios verticales aún sin ventanas, grúas brotando como la maleza en la selva de ladrillo, que abruma con tanto cemento, con tantas almas prestas a habitar colmenas. No alcanzamos a atisbar el final. Era otra vez la marabunta, el hombre invadiendo el espacio. China también se mostraba pletórica en Datong.

Con gesto tímido y cara de buen tipo, un joven llamado Liu nos llevó al hotel que había reservado nuestro productor. Desde una habitación de un hostal en Hanoi, Pablo abrió su ordenador diseñado en California para buscar en una página web holandesa dos habitaciones de hotel en la ciudad de Datong, en el norte de China. En la recepción nos pidieron los pasaportes españoles y nos confirmaron en inglés que la reserva había sido realizada con éxito. La producción, avui dia, da muchas vueltas con un solo click en el teclado.

L'endemà, Liu nos esperaba en la puerta del hotel. Tenía apenas veinte años y no cuestionaba los precios que yo ofrecía, lo que era bastante atípico en China. Nos caía bien, pero teníamos que acostumbrarnos al ritmo de su vehículo. A una media vertiginosa de 40 kilómetros por hora nos fue llevando por carreteras bien asfaltadas hasta el Templo Colgado o el Templo de Xuankong Si. Nos pasaron varios autobuses cargados de turistas que ya formaban en hilera subiendo las escaleras del monasterio cuando nosotros llegamos.

El Temple Penjat se sosté amb columnetes de fusta sobre una paret a 75 metres del terra

El Temple Penjat se sosté amb columnetes de fusta sobre una paret a 75 metres del terra, en què a cap arquitecte en plenes facultats mentals se li hagués ocorregut construir res habitable. O potser fos la idea d'un geni. En cualquier caso allí estaba, sobreviviendo al tiempo, després de més de 1.500 anys, un templo que al margen de su ubicación extraordinaria, constituye además una comunión de credos. Es el único lugar sagrado de China venerado al mismo tiempo por los taoístas, budistas y confucionistas. Supongo que al tratarse de un lugar tan insólito, al que cuesta tanto acceder, los fieles dejaron a un lado sus dogmas para compartir las vistas desde lo alto del monasterio.

Yeray, con su envergadura, tenía más problemas que el resto de los turistas para arrastrar trípode y cámara por los pasillos de Xuankong, que colgaban del precipicio. El tráfico humano y el barranco resultaban una combinación muy incómoda para grabar con cierta calma y dedicamos toda la tarde a asomarnos al vacío, caminando despacio, viendo los tejadillos de colores suspendidos sobre la nada. Una sala diminuta con figuras de las diferentes religiones era el único refugio para abstraerse de vértigo. Me sentí aliviado cuando dejamos de grabar los recodos aéreos del monasterio, cuando pisamos tierra firme y nos alejamos de allí a ritmo de paseo triunfal.

Me sentí aliviado cuando dejamos de grabar los recodos aéreos del monasterio

Liu también nos esperaba con su presunto taxi al día siguiente. Llegué a pensar que hubiera sido más rápido ir andando al siguiente templo, pues nos adelantaban con total naturalidad hasta las motocicletas más desvencijadas de China. Después de disfrutar del paisaje más tiempo de lo que queríamos, llegamos al templo de Yungang. Otra vez las montañas habían inspirado a los creyentes, como si las rocas marcaran el camino a la redención.

Alguien debió de contar las figuras que allí hay talladas, pues aseguran que más de 50.000 budas decoran un conjunto de templos capaz de abrumar al más ferviente seguidor de Siddhartha. Las montañas están huecas desde que en el año 494 dC se completara la construcción de las 53 coves. Las bóvedas excavadas por aquellos fieles querían dejar claro su amor incondicional a la imagen de Buda. Hay figuritas pequeñas talladas en los techos y en las paredes, hay hornacinas que albergan budas de tamaño humano y hay budas gigantes, que apenas caben en las cavernas creadas a golpe de cincel. Me sobrecogió el perfil de piedra de estas estatuas en la penumbra de una cueva, su pose en calma, como esperando la visita. Imponen un respeto que va más allá de la religión o del arte. Las figuras, incluso siendo de piedra, estoy convencido de que han alcanzado el nirvana. Allí hasta los turistas chinos, por lo general ruidosos, hacían fotos en silencio.

hay hornacinas que albergan budas de tamaño humano y hay budas gigantes, que apenas caben en las cavernas creadas a golpe de cincel.

Si bien el templo impresiona por su solemnidad, la imaginación de los artistas se me antoja un poco limitada. Los budistas no se prodigan en ángeles, ni en santos, ni se despistan con motivos florales o vírgenes. Si hay que rendir culto a Buda, se esculpen 50.000 budas y punto.

Imaginé a aquellos artesanos rescatando la fe de la montaña, a lo largo de los siglos, rezando a la roca convertida en lugar santo, a esos budas que te hacen mirar hacia arriba, o al templo colgado que te hace estar más cerca del cielo. Los chinos que crearon estos templos no tenían prisa y su devoción no conocía límites.

De vuelta a la ciudad de Datong comprendí que la devoción de los chinos de hoy tampoco tiene medida. En China, si hay una motivación -ya sea divina o terrenal-, el hombre deja de lado cualquier síntoma de cordura. Pero de todos los excesos, me quedo con el de los budas de gesto sereno y el templo bailando en el aire. Los barrios de hormigón tienen mucha menos gracia.

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Comentaris (1)

  • casa

    |

    Qué pasada!

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