l'avantsala

"Pacífic", em deia una vegada i una altra. Pacífic sona a sal i a illa, a mar inabastable i a calma forjada en aigua. És tan sols una paraula però parla a un temps de pau i oceans encara que en la memòria dels meus dies, és una forma visceral de anhelar; pacífic és gairebé un concepte violent a la tirada dels meus passos.

-No, otra vez no. No pot ser!

doncs sí, sí podía ser. Tenía que volver a empezar. Por un momento pensé que haber realizado la serie documental “Un Mundo Aparte” allanaría el camino de una nueva expedición. Tal vez fui presuntuoso, quizás necesitaba ganarme de nuevo el privilegio de volver a viajar. La oportunidad no suele llamar a la puerta, hay que salir a buscarla. Es cierto que no contaba con el problemilla de que una productora llamada Cin TV se quedaría con gran parte de nuestros beneficios y tampoco calculé los estragos de la crisis ni el rumbo desconcertante de la televisión. En qualsevol cas, esta historia empezó del mismo modo que había comenzado la vuelta al mundo años atrás, delante de un folio en blanco.

"Pacífic", em deia una vegada i una altra. Pacífic sona a sal i a illa, a mar inabastable i a calma forjada en aigua. És tan sols una paraula però parla a un temps de pau i oceans encara que en la memòria dels meus dies, és una forma visceral de anhelar; pacífic és gairebé un concepte violent a la tirada dels meus passos.

Pacífic sona a sal i a illa, a mar inabastable i a calma forjada en aigua

He tenido que volver a penar por el pedregal que nos lleva al principio, a la sala de espera de los sueños. He desgastado los mapas, trazando líneas, convirtiendo la ilusión en borratajos sobre un papel. Y en cada destello de alegría un batacazo. En cada empeño un despeño en el monte de la realidad. La idea: viajar desde Japón a Nueva Zelanda en busca de las comunidades indígenas y crear una segunda serie documental.

Fe: así de fácil y así de irracional surge la única forma de defensa en el mundo de lo improbable. Creer que sí me hizo resistir a la tiranía del no. El antecedente de la serie documental Un Món A part renovaba mis ganas de creer. Pero la memoria y la experiencia son un bagaje muy ligero para los demás, para quienes pueden apostar su economía, avalar proyectos de otros. Per desgràcia, invertir dinero es la única prueba irrefutable de coraje en estos tiempos.

Antaño apenas me recibían y ahora, al recibirme, hacían una mueca de resignación para asegurar que no podían ofrecerme nada. Directores de marketing, productores con traje, ejecutivos de cuentas, responsables de contenidos y departamentos comerciales habían sucumbido o bien a la propia crisis o bien al miedo que produce la crisis ajena.

Volví a remendar el traje de hidalgo, de los de lanza en astillero y adarga antigua, en busca de esa oportunidad.

I llavors, nou, la elocuencia de los nombres en un mapamundi: Japó, Xina, Vietnam, Laos, Camboya, Tailàndia, Malàisia, Singapur, Sumatra, Borneo, Brunei, Célebes, Papua, Melanesia, Polinèsia, Austràlia, Nova Zelanda. En apenas dos líneas encontraba todos los argumentos para perseverar. Volví a remendar el traje de hidalgo, de los de lanza en astillero y adarga antigua, en busca de esa oportunidad.

En el maratón de fe necesitaba relevos. Tras muchos meses de negativas implacables, conseguí la colaboración de algunos entusiastas, pero el tiempo fue desgastando toda asociación. Dos Anys Després, estaba como al principio, pero más cansado. Tenía un futuro incierto, los bolsillos vacíos y el ánimo con contracturas de tanto correr hacia ninguna parte. Decidí volver a formar el equipo. Esta vez necesitaba un compromiso sólido para sentir que tenía al menos una expedición, aunque siguiéramos varados. A la convocatoria de internet respondieron decenas de candidatos para el puesto de operador cámara. Casi todos eran gente de bien, profesionales experimentados y mostraban una gran pasión con la idea de recorrer el Pacífico. De entre los doscientos candidatos hubo uno, només un, que llamó a mi teléfono personal –nunca dejé ese número en la convocatoria-, además consiguió mi mail privado y también me llamó a casa. No sé cómo lo hacía pero era como si aquel tipo estuviera en todas partes. Su afán era ya un síntoma de determinación y en su tono percibí más ilusión que ansiedad. Hablaba de forma afable pero con una convicción inequívoca. Me pidió varias veces que nos viéramos para poder hablar del proyecto. Valoré de forma especial su aplomo. Se llamaba Yeray y hasta en su nombre mostraba un punto diferencial.

Se llamaba Yeray y hasta en su nombre mostraba un punto diferencial.

Cité a los candidatos en el hall del hotel AC Aitana, a Madrid. A la reunión me acompañó mi buen amigo José Luis Feliu, el que fuera productor de la vuelta al mundo. Confiaba en su criterio y sin duda sería una buen consejero. Con él elegimos en ese mismo lugar, siete años antes a Alfonso Negrón, el operador de cámara que grabó la serie Un Món A part. Tal vez había algo de superstición, o de nostalgia.

Tras varios días de entrevistas, apareció Yeray con su casi un metro noventa. Tenía brazos de boxeador y una espalda como un frontón. Su bíceps derecho estaba decorado con el tatuaje de un dragón y una cicatriz enorme recorría su antebrazo izquierdo. Llevaba un corte de pelo militar y los pantalones caídos. Pero su aspecto de gigante guerrero, de chico malo del barrio, se disipaba con una sonrisa de niño, propia de las buenas personas.

Amb 28 años había trabajado en el programa de televisión “Callejeros” y había participado en rodajes por diferentes países. Durante los cuarenta minutos de entrevista, descubrí además de a un buen operador, a un tipo con ingenio. Nos mostró algunos artilugios que él mismo había inventado para ciertos movimientos de cámara y no hubo pregunta que no respondiera con una mezcla de calma y optimismo.

-Te tienes que llevar a este tío- sentenció José Luis cuando terminamos la entrevista.

Setmanes després, Yeray y yo cerramos un acuerdo con una botella de vino en un restaurante de Madrid. La expedición “Pacífico” ya tenía dos miembros, todas las esperanzas renovadas pero seguía sin un duro.

El nombre de “La Competencia” representó para nosotros la alianza perfecta

Conseguimos agotar el listado de productoras españolas y un buen número de las extranjeras. Y entonces se abrió, con cierto sigilo, una puerta que parecía cerrada con candado, hermética e inaccesible: la de Televisión Española. Sus responsables estaban dispuestos a dar continuidad al formato de “Un Mundo Aparte”. De sobte, les interesaba la serie “Pacífico”. Su involucración era suficiente para reclamar la atención de nuevos inversores a los que ofrecer la ventana de televisión. El nombre de “La Competencia” representó para nosotros la alianza perfecta. Se trataba de una productora que no había sido afectada por la parálisis general, ni por el pánico a apostar por algo diferente ni por la ruina de la crisis. I llavors, los astros decidieron alinearse a nuestro favor, el viento cambió de rumbo, se disipó la tormenta y así podría seguir enumerando frases hechas para decir tan sólo, que el proyecto Pacífico se convirtió en una realidad.

Pero a la expedición le faltaba un productor, un tipo que completase el trío con el que recorrer durante doce meses la parte oriental del mundo. Y volvimos a reunir a medio centenar de candidatos. Los entrevistábamos, los escrutábamos, los analizábamos. Hacíamos juicios severos, pues la urgencia de cubrir el puesto no nos permitía demasiadas dudas. Con algunos de ellos quedamos al calor de una cerveza para seguir conociendo la personalidad de aquel con quien deberíamos compartir, cotxe, hotel, treball, selvas, desventuras y alegrías.

Un gallego llamado Pablo, l' 34 anys, se presentó con aire de vikingo.

Un gallego llamado Pablo, l' 34 anys, se presentó con aire de vikingo. Era tan alto como Yeray, pero sin su corpulencia. Tenía ojos claros, barba y el pelo rubio y largo, por debajo de los hombros aunque se lo recogía en una especie de moño samurai. Con una voz que me pareció muy radiofónica nos explicó su experiencia como productor en documentales en el Sahara o en el Amazonas. Tenía un gran currículum pero hablaba sin alardes. Resolvió con una sensatez incontestable los problemas de producción que yo planteé a todos los candidatos. Pero por encima de todo me pareció un tipo normal, un productor experimentado sin manías, ni pretensiones, ni egos.

Tuve que llamar a los candidatos descartados que aceptaron con deportividad la noticia. Y después llamé a Pablo.

-¿Te vienes al Pacífico?

-La verdad –dijo conteniendo cualquier tipo de euforia-, no te puedo decir que no-. Con esa respuesta gallega teníamos ya el equipo, la ruta, el presupuesto y todas las ganas del mundo.

Un mes y medio después, llegó el momento del vértigo a los adioses, los brindis nerviosos por el viaje, las mudanzas, el ruido de las despedidas y el silencio atronador de la puerta de embarque.

Yeray Martín Perdomo, Pablo Vidal Santos y yo despegamos del aeropuerto de Barajas el 15 de maig de 2014, cuatro años después de idear el proyecto Pacífico. Mientras Madrid se convertía en una maqueta en la distancia, sentí cómo quedaban atrás los días de lucha, los desvelos, la antesala de los sueños. Ahora era real, viajábamos a Tokio. La aventura había comenzado.

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